Como el político avezado que es, el presidente Néstor Kirchner no es amigo de las causas perdidas. De haberse dado cuenta a tiempo de que no había posibilidad alguna de que el gobierno de su homólogo uruguayo Tabaré Vázquez tratara de complacerlo renunciando a la inversión extranjera más importante de la historia de su país, nunca se le hubiera ocurrido hacer del conflicto en torno de las plantas celulósicas de Fray Bentos una "causa nacional". Sin embargo, en esta ocasión Kirchner calculó mal, con el resultado de que, además de arruinar las relaciones del país con su vecino al provocar perjuicios enormes a su economía, se ha visto convertido en enemigo número uno de los asambleístas de Gualeguaychú que lo acusan de haberlos engañado. Puesto que es difícil imaginar qué más pudo haber hecho por ellos, calificarlo de "traidor" y "canalla" puede considerarse muy injusto, pero mal que le pese al presidente, la política es así. Según los activistas más exaltados, Kirchner debería por lo menos ordenar el cierre de las fronteras con Uruguay, una medida extrema que no sólo dinamitaría el Mercosur sino que también convencería al resto del mundo de que la Argentina es un país sumamente caprichoso y por lo tanto nada confiable. Por fortuna, al verse invitado a optar entre el extremismo supuestamente ambientalista por un lado y el sentido común por el otro, el presidente ha elegido distanciarse del movimiento que durante años él mismo alentó.
En el transcurso de su excursión a Nueva York, Kirchner por fin reconoció que la planta de la empresa finlandesa Botnia "ya está ahí y no hay nada más que hacer", señalando de este modo que no serviría para nada continuar intentando presionar al gobierno uruguayo llevando distintos aspectos del asunto a la Corte Internacional de La Haya y permitiendo el empleo de tácticas piqueteras so pretexto de no estar dispuesto a ordenar a la policía y la gendarmería garantizar el tránsito. En vista de que en su provincia natal, Santa Cruz, Kirchner no titubeó en usar la fuerza contra piqueteros que obstaculizaban a sus propios simpatizantes, es natural que los uruguayos hayan tomado su negativa a "reprimir" por evidencia de complicidad. También lo es que los asambleístas se hayan sentido traicionados por la transformación tardía en realista de quien hasta entonces les había hecho pensar que compartía plenamente sus actitudes.
Además de querer cortar por tiempo indeterminado la Ruta 14, los asambleístas están jugando con la idea de intentar castigar a Kirchner provocando incidentes que a su entender podrían afectar la campaña proselitista de su esposa, la senadora Cristina de Kirchner. Aunque no sería demasiado probable que, de concretarse, los escraches que tienen en mente incidieran mucho en los resultados de las elecciones del 28 de octubre, no cabe duda de que molestarían sobremanera a la candidata oficialista, a la que no le gustaría del todo verse hostigada por agrupaciones ecologistas. Por lo demás, tanto ella como su marido no pueden sino temer que la reacción airada de los asambleístas de Gualeguaychú ante "la traición" sea un presagio de lo que podría suceder si otros grupos con motivos para creer que los respalda el gobierno se sienten abandonados a su suerte.
Es de suponer que Kirchner ya comprende que el tema de las papeleras le ha resultado un bumerán que, si bien le habrá reportado algunas ventajas iniciales, ya ha comenzado a perjudicarlo al darse cuenta los contrarios al proyecto uruguayo de que su supuesta solidaridad con los asambleístas se basó en la voluntad de sacar réditos inmediatos de sus inquietudes sin preocuparse por lo que ocurriría en los meses y años siguientes. Con todo, nadie tiene derecho a sentirse sorprendido. Frente a las papeleras, Kirchner reaccionó como hizo cuando decidió ensañarse con las empresas energéticas con el propósito de figurar como el máximo defensor del bolsillo popular, amenazado por capitalistas codiciosos mayormente extranjeros, subrayando de este modo su afición a actitudes que en el corto plazo pueden servirle para dar más lustre a su imagen popular pero que en el mediano plazo, y ni hablar del largo, tendrán consecuencias negativas no sólo para él mismo sino también para la sociedad en su conjunto.