NEUQUEN (AN).- Son poemas compuestos desde la emoción hasta la belleza, como si fuera una sorpresa que un sentimiento comparta cartel con lo bello. Héctor Miguel Angeli apenas susurra esa posibilidad, y esa sugerencia aparece en objetos insólitos: un cangrejo en el acuario de Santos; una perla incinerada; la sensual magnolia; y precisamente, las frutas sobre la mesa.
El libro, "Frutas sobre la mesa", recoge textos de varias épocas, según su autor. Algunos más recientes, otros de etapas anteriores, "a lo mejor despojados de algún elemento decorativo o meramente literario". Provocan la contemplación, estimulan una mirada diferente; son textos pendientes en un aire de fatalidad y en una atmósfera de necesariedad: son fatalmente necesarios; son necesariamente fatales.
Es una suerte de inexorabilidad liviana como la de "Musgo y letargo", un poema donde las decisiones con apariencia de definitivas se disuelven y se tornan antagónicas. O ni siquiera: el final queda abierto y todavía "se aceptan respuestas".
El poeta Roberto Juarroz explicaba que la única poesía válida era la poesía necesaria, esto es, aquella cuya ejecución develaba algún rasgo del ser; aquella cuya lectura suponía una indagación profunda sobre la existencia de hombres y mujeres. Así, el amor, el dolor, la muerte, dios o los dioses, la vida, no sólo son los temas permanentes, son también la fuente de toda gran poesía. En este caso, la de Héctor Miguel Angeli, que tiene un componente esencial e inescindible de su visión poética: la belleza.
Para este autor, "cada poema es un edificio donde un ladrillo de más o de menos atenta contra su equilibrio".
Este libro no registra "grandes diferencias" respecto de los anteriores: está la "preocupación por lo social, concentrada en la segunda parte del
volumen", que sucede a una sección inicial caracterizada "por un tono de emoción doméstica". Siempre "hay algo que decir, algo que conmueve".
En ese proceso creador "hay que ir cada vez más hacia la médula y dejar la hojarasca, en un camino hacia la belleza".
Existe un continuo trabajo, "no deliberado", en el cuidado de la belleza; "hay una preocupación pero no deliberada; el poema nace así por el cuidado de la palabra y de la estructura" en la que se organiza el texto.
Angeli, un porteño nacido en 1930, publicó su primer libro, "Voces del primer reloj" hace casi sesenta años. En 1999, con "La gran divagación", reunió su obra poética hasta entonces y en 2005 recibió el premio Esteban Echeverría otorgado por Gente de Letras. En medio están "Los techos",
1959; "Manchas", 1964; "Las burlas", 1966; "Nueve tangos", 1974; "La giba de plata", 1977 y "Para armar una mañana", 1988. En 2004 editó la antología temática "Animales en verso". Fundó, con Miguel Angel Viola, las ediciones "Cuadernos del alfarero" y participó de las ediciones colectivas "Poesía para un tiempo indigente" y "El vacío de la paloma".
"Frutas en la mesa" fue editado este año por "El mono armado", un sello dedicado a la poesía, que ya tiene en su catálogo obras de Marcos Silber, Leopoldo Castilla, Silvia Vainberg y Martha Raimundo, entre otros.'