Su silencio era la metáfora de una musicalidad ausente. Como Charles Chaplin había hecho de la carencia una oportunidad de expresión. Mientras uno restringía el sonido de sus películas por excesivo, el otro, se permitía establecer nuevos parámetros para la textura del movimiento.
La suma de ambos significó una manera distinta de encuadrar el arte escénico del siglo XX.
Marcel Marceau además de un genio artístico fue un inspirador de muchos de los experimentos estéticos que hoy en día vemos en la pantalla grande y en las salas teatrales más vanguardistas.
El artista se adentró mucho más allá de los tradicionales entremeses de la soga y la pared de vidrio invisible a que tan acostumbrados nos tienen los buscavidas callejeros. Marceau especuló en la zona prohibida de la nada. Un agujero negro donde sólo hay lugar para las reflexiones más complejas o alocadas. Porque su arte era hijo predilecto de la superficie y el aura de todo lo humano.
Despojado de elementos, al amparo de un espacio-tiempo que sería modificado por el dictado de su virtuosismo, se gestó el renacimiento de la pantomima en Europa.
El creador de Bip puso en tela de juicio la objetiva sincronía de los relojes. Como en ese divertido truco en el que parecía luchar contra el viento -décadas más tarde Michael Jackson justificaría con la misma técnica sus pasos de doble efecto-, Marceau se mostraba capaz de filosofar con el alma que habita en los músculos.
Puesto que permanecía frente a su público pero en un universo paralelo, sin efectos especiales respaldando sus shows, su dibujo corporal se metamorfoseaba, una y otra vez, en especulación y delirio estético superlativo.
En la Argentina, los artistas del rubro le brindaron homenajes con singular esfuerzo. Incluso a fines de los 80, el Centro Cultural San Martín realizó la tentativa de implementar la que sería la primera Escuela de Mimo de América Latina y sus organizadores esperaban que el mimo de mimos apadrinara la aventura. No pudo ser, el proyecto quedó trunco a poco de comenzar.
No obstante quienes participaron del germen de tanta fantasía jamás olvidarán el día en que soñaron con materializar lo ausente.
Marceau proyectó un trabajo global que terminó multiplicándose acaso de modo inesperado. Porque al igual que un rompecabezas lanzado al aire, su legado puede observarse vivo en la concepción estética de un enorme número de cineastas, coreógrafos, bailarines entre otros personajes nacidos en el siglo pasado.
Aunque vestido con humildad al estilo del Chavo del 8, Marcel Marceau quitó de la escena la ecuación de lo accesorio. Aunque maquillado de blanco, procuró expresiones que antes no entraban en ningún libreto. Aunque negado de palabras, se atrevió a llevar la palabra a un plano donde el lenguaje se vuelve apertura y propiedad de cultos y desposeídos.
Marcel Marceau, en vida, nunca dejó de decir lo que era justo y necesario con apenas una sonrisa.
CLAUDIO ANDRADE