Domingo 23 de Septiembre de 2007 Edicion impresa pag. 42 > Cultura y Espectaculos
La música o las armas
El premiado filme mexicano es un sencillo y contundente relato sobre las decisiones humanas y la trágica realidad de muchos países latinoamericanos.

Don Plutarco Hidalgo es un anciano manco que vive en una pequeña villa campesina mexicana. Diariamente parte con su hijo y nieto hacia el pueblo más cercano, en el que con su violín trata de acompañar a los pobladores y de hacerse unos pesos para subsistir. Pero más allá de su esfuerzo, sus ideas son tan importantes como su música. Y en una realidad social de una de las tantas dictaduras militares que azotaron (y azotan) a los países latinoamericanos, ese instrumento cobrará mayor protagonismo y su función cambiará radicalmente.

"El violín" retrata con austeridad y pocos elementos, la travesía de este hombre y su familia y la lucha desigual para defender lo poco que tienen. La cinta, una de las películas mexicanas más premiadas de la historia, nació de un cortometraje de su director y guionista Francisco Vargas Quevedo, quien luego de transitar varios festivales en busca de financiación, logró extenderlo a 90 minutos. Su posterior paso por el festival de Cannes en la sección "Un certain regard" y el premio a mejor actor para el anciano Don Angel Tavira, que no es intérprete profesional, propulsaron su exitoso recorrido internacional, acompañado por nuevos galardones y el reconocimiento de la crítica.

El relato sencillo y nada

pretencioso, se centra en la figura del viejo violinista y su búsqueda de soluciones para ayudar a su nuera y nieta que son apresadas por el ejército, luego de que el paraje en el que habitan es prácticamente desmantelado. Mientras su hijo intenta, a través de la guerrilla, recuperar a su familia, Plutarco intentará, por otros medios, hallar la salida. En ese desandar, entabla una relación afectuosa dentro de la desconfianza, con un capitán que está apostado en el lugar y que se interesa por la música y el instrumento. Así el violín será un elemento de

unión y desunión, al mismo tiempo. Y el verdadero protagonista del relato.

La sencillez de la historia es una virtud que no debe ser confundida con simpleza. El guión es sólido y la acostumbrada emoción de los relatos costumbristas latinoamericanos, brota acá sin desbordes ni exageraciones. No hay golpes bajos ni excesos aunque algunas imágenes sean crudas. Y la serenidad de este anciano violinista viste a la historia de una atmósfera particular. En cierto sentido hace recordar al trabajo con actores no profesionales de Carlos Sorín en "Historias mínimas" o "El perro". Hay algo difícil de calificar en esas miradas, como una sinceridad incuestionable, más allá de las variadas polémicas que se han generado en base a esta forma de trabajo.

La fotografía en blanco y negro de Martín Boege Paré y el sonido ambiente le brindan a los escenarios naturales una preponderancia intensa y ayudan a construir el clima opresivo de la anécdota. En una entrevista, el realizador afirmaba: "Aunque la atmósfera de la película pueda recordar a una guerrilla u otra, el encuentro entre los dos hombres, su pasión común por la música durante el sin sentido de la guerra, permite descubrir la humanidad universal de la película. La de dos seres obligados a realizar una terrible elección: seguir sus ideales hasta el final, o comprender al otro y cambiar de bando. Cumplir con el deber o traicionar... La música o las armas". Una elección que traerá consecuencias, desprovistas del lirismo de las notas que emanan del antiguo violín.

 

Alejandro Loaiza

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