Como señaló hace poco el ex ministro de Economía Domingo Cavallo, una persona que desempeñó un papel central en una década supuestamente maldita, entre quienes respaldaban las políticas aperturistas del gobierno de Menem estaba el gobernador santacruceño Néstor Kirchner, de modo que "todo lo que dice sobre economía es la antítesis de lo que él creía y decía" entonces, lo que a su juicio es una manifestación más de la "ignorancia supina" en materia económica de un jefe de Estado al que critica por parecer resuelto a recrear una situación, signada por la inflación crónica y el estancamiento, que podría resultar equiparable a la que vivió el país cuarenta años atrás, una que, como recordarán los memoriosos, desembocó en una tremenda crisis hiperinflacionaria. En términos generales, comparte el punto de vista de Cavallo otro economista argentino que cuenta con prestigio en el exterior, Guillermo Calvi, quien también teme que se produzca "un fenómeno de estanflación". En cuanto a la manipulación oficial de las estadísticas, Calvi la atribuyó a que "el gobierno está dispuesto a cualquier cosa" ya que "hay gente a la que le gusta mentir y miente porque sí. Es como analizar las actitudes de un mitómano".
Lo dicho por Cavallo y Calvi en el transcurso de una reunión convocada para celebrar el trigésimo aniversario de la Fundación Mediterránea podría tomarse por una réplica a la afirmación de Kirchner de que es "una mentira" suponer que el consumo interno puede impulsar la inflación. Tal tesis sería correcta si la oferta aumentara al mismo ritmo que la demanda, pero puesto que en la Argentina actual éste no es el caso, ya que el gobierno está estimulando el mayor consumo por motivos electoralistas sin preocuparse por lo limitada que es la oferta, se trata de un error peligroso que podría tener consecuencias muy graves. Según Cavallo, el que reapareció en público luego de una larga ausencia, para eliminar la inflación hay que erradicar la mentira y el engaño, porque "hoy vivimos absolutamente a oscuras" y "la gente no sabe lo que está pasando realmente en este país". Puede que haya exagerado, pero parecería que, en tiempos del "estilo K", para ser escuchado es necesario cargar las tintas.
Con cierta frecuencia, el presidente Kirchner exhorta a la ciudadanía a tener "memoria" pero, a juicio de muchos que lo conocían antes de su llegada a la Casa Rosada, él mismo es un amnésico selectivo que olvida con facilidad asombrosa su propia actuación en la década final del siglo pasado, un período que trata como si fuera innegablemente calamitoso pero que, lo reconozca o no, también fue notable por reformas que andando el tiempo contribuirían a hacer posible la recuperación después del colapso. La opinión de Kirchner sobre los años noventa parece ser compartida por buena parte de la clase política nacional, a pesar del hecho averiguable de que en aquel entonces la mayoría de sus integrantes apoyaba las medidas "neoliberales" tomadas por el gobierno del presidente Carlos Menem. Aunque pueden entenderse los motivos de la transformación camaleónica así supuesta, el que un consenso firme se haya visto remplazado en seguida, sin que se celebrara ningún debate, por otro que es radicalmente distinto no puede considerarse evidencia de salud. Por el contrario: la negativa de tantos dirigentes a examinar con seriedad sus propios puntos de vista, cambiándolos ya por oportunismo, ya por sentirse intimidados por el gobierno de turno, es un síntoma de debilidad.
Puesto que están multiplicándose los motivos para suponer que una etapa caracterizada por el crecimiento vertiginoso sin reformas importantes ni nuevas inversiones cuantiosas está aproximándose a su fin, de suerte que en adelante será necesario pensar en cómo asegurar que sea sostenible la expansión que ha permitido que amplios sectores hayan alcanzado nuevamente el nivel de vida que disfrutaban diez años antes, convendría que hubiera debates auténticos acerca de las alternativas frente al país, algo que no será posible mientras el gobierno y sus simpatizantes sigan insistiendo en ver todo en blanco y negro. La verdad es que los años noventa distaron de ser tan terribles como suele afirmar el presidente Kirchner y tampoco ha sido tan brillante como le encanta insinuar su propia gestión como ministro de Economía de facto.