Aunque a muchos les gusta suponer que el poder económico de Estados Unidos está en declive, las decisiones tomadas por la Reserva Federal norteamericana siguen incidiendo de manera determinante en la marcha de las finanzas internacionales, razón por la que la reducción por medio punto del 5,25% anual al 4,75% de la tasa de interés que anunció el martes pasado el titular, Ben Bernanke, afectó en seguida a virtualmente todas las Bolsas del planeta. Puesto que la baja fue mayor que la esperada, la reacción de los mercados fue positiva, pero también debería motivar cierto nerviosismo porque reflejó la preocupación que sienten los banqueros norteamericanos por el riesgo de que su país caiga en una recesión. Se trataría de una desgracia que repercutiría en todas partes ya que el crecimiento muy rápido que últimamente han disfrutado casi todos los países "emergentes" se debe más que nada a la voluntad de continuar comprando de los consumidores de Estados Unidos. De no haber sido por ellos, China y otros países asiáticos no hubieran disfrutado del boom manufacturero que tanto los ha beneficiado y la recuperación de nuestra economía después de la implosión del 2002 hubiera resultado ser mucho más problemática. Hasta ahora, la Fed ha mantenido relativamente alta la tasa de interés por miedo a la inflación, pero acaba de señalar que teme aún más que las turbulencias financieras frenen abruptamente el consumo y por lo tanto la actividad económica. No es que el peligro inflacionario se haya disipado sino que, por ahora, Bernanke y sus colaboradores lo consideran menos amenazador que el espectro de una recesión.
El dilema que enfrentan los encargados de manejar las finanzas norteamericanas es espinoso. Entienden que en su país el ahorro es insuficiente y que una proporción importante de la ciudadanía vive por encima de sus medios merced a la voluntad de países como China de invertir sumas colosales en títulos gubernamentales estadounidenses, pero si bien saben que tarde o temprano será necesario corregir la distorsión así supuesta, quieren que se lo haga de forma gradual sin perjudicar a nadie. Sin embargo, como les ha recordado la crisis de los préstamos inmobiliarios causada por la multitud de créditos otorgados a clientes poco confiables que andando el tiempo no han resultado capaces de honrar sus obligaciones, siempre habrá algunas víctimas de las vicisitudes de los mercados financieros. En este caso, no sólo se trata de norteamericanos de ingresos limitados y trayectorias crediticias dudosas sino también de algunas instituciones financieras europeas que, desafortunadamente para ellas, optaron por invertir en un negocio que les parecía promisorio.
Entre éstas está el banco hipotecario británico Northern Rock, que durante algunos días fue epicentro de escenas similares a las que sucedieron aquí cuando se impuso el corralito y los ahorristas sitiaron los bancos con la esperanza, por lo común vana, de recuperar su dinero. Claro, había una diferencia, porque el sistema financiero británico contaba con recursos suficientes como para permitir que resultara creíble el compromiso del gobierno de garantizar el cien por ciento de los ahorros de los clientes del banco, pero así y todo el espectáculo brindado tuvo una repercusión fuerte tanto en el Reino Unido como en otras partes del mundo. Se ha difundido la sensación de que las finanzas internacionales podrían comenzar a agrietarse en cualquier momento y que una crisis que en otra época se hubiera quedado localizada puede tener un impacto devastador en países que a primera vista le son ajenos. Es factible que sólo sea cuestión de los temores de quienes se sienten azorados por la complejidad que han adquirido las finanzas en tiempos de globalización y de la magnitud apenas concebible de los montos que están en juego después de todo, desde hace décadas los agoreros están vaticinando un colapso estrepitoso sin que sus profecías lúgubres se hayan visto concretadas, pero hasta que el panorama se haga menos confuso seguirán repitiéndose los barquinazos que hoy en día son más frecuentes en las metrópolis del Primer Mundo que en las de los países menos desarrollados y que en los años noventa y a comienzos del siglo corriente protagonizaron los "efectos" más desconcertantes.