Josu Jon Imaz es el presidente del Partido Nacionalista Vasco (PNV). En diciembre dejará de serlo porque ha anunciado su renuncia a la reelección. Con 43 años dice que dejará la política porque ha visto cuestionado su liderazgo y también las posibilidades de modernización y actualización del pensamiento y proyecto nacionalista. Un gesto muy difícil de entender desde Argentina, donde los partidos políticos hace tiempo que abandonaron el debate de ideas.
El dirigente del PNV ha mantenido posiciones de firmeza democrática ante las pretensiones de la organización separatista ETA y de estrecha colaboración con el gobierno de Zapatero en el frustrado proceso de diálogo para poner fin a la violencia terrorista que azota el País Vasco. Es la figura más representativa de una de las dos visiones que se enfrentan en el PNV. Imaz es partidario de condicionar cualquier reforma al actual Estatuto de Autonomía de Gernika a la desaparición de la violencia de ETA y que esta reforma sea el fruto de un acuerdo entre nacionalistas y no nacionalistas.
Frente a Imaz, existe otra corriente denominada soberanista, liderada por el actual líder del PNV en Guipúzcoa, Joseba Egibar, y de la que forma parte el lendakari Juan José Ibarretxe. Consideran que es posible avanzar hacia el soberanismo sin esperar el fin de ETA. Defienden la idea de convocar un referéndum en el 2008 para que el pueblo vasco se pronuncie sobre su derecho a la autodeterminación, una forma velada de aludir a la independencia.
Para Imaz no se dan las condiciones para convocar el plebiscito puesto que no ha cesado la violencia en el País Vasco y no existe un acuerdo preliminar entre todos los partidos vascos que respete la pluralidad, es decir que incluya a los partidos no nacionalistas, como los socialistas y el PP. Hacer un referéndum en estas condiciones es posibilitar que ETA saque provecho de la previsible confrontación entre nacionalistas y no nacionalistas.
En su carta de renuncia, Josu Jon Imaz afirma que siempre ha creído en la política como servicio a la sociedad. "Siempre he defendido la política como una camino de entrada y salida. Finalizado este servicio, lo normal es que salgamos sin perpetuarnos en la actividad política. Ello sirve para mantener viva la conexión entre clase política y sociedad civil, tan necesaria en los tiempos que vivimos".
Señala también que "conceptos como Estado-nación, soberanía o independencia adquieren hoy tintes necesariamente diferentes de los que en el pasado representaban... Desde el nacionalismo vasco democrático tenemos que ser pioneros en las reflexiones de actualización de nuestro bagaje fundamental".
Su renuncia, más que a un desplante, obedece a una salida para asegurar la unidad del PNV. Conocedor del rechazo que genera en el sector soberanista, ha optado por marcharse para evitar "el riesgo de división en el Partido Nacionalista Vasco, lo que añadiría dosis de inestabilidad y radicalidad a la política vasca". Sin embargo, lo más probable es que el nuevo presidente del PNV sea un moderado muy próximo a las tesis de Imaz.
El gesto de renunciar a una fuerza política para facilitar su unidad y al mismo tiempo posibilitar el triunfo de las propias ideas constituye un acto de entrega personal que reivindica el ejercicio de la política. Máxime en el País Vasco, donde la firmeza democrática conlleva el riesgo de convertirse en diana de los grupos que todavía utilizan la violencia terrorista.
Hace tiempo que en la Argentina se han perdido de vista los debates de ideas en el seno de los partidos políticos y la lucha ideológica por los viejos principios. Lamentablemente, el poder emanado del pesebre, es decir la caja del dinero público, ha servido para allanar toda diferencia ideológica y hacer que actualmente la política se identifique con la obra pública. Esta desideologización de los partidos políticos marca una pérdida de densidad democrática.
Más pronto que tarde, todos los países afrontan crisis y desafíos profundos. Las condiciones favorables para que las instituciones respondan a esos desafíos dependen de la profundidad de la democracia. Cuando los ciudadanos y líderes defienden con firmeza sus ideas, existen alternativas y se conocen los riesgos de determinadas políticas. Como dice Robert Dahl, conseguir la estabilidad democrática no equivale sólo a navegar con buen tiempo. Exige también prepararse para navegar con tiempo borrascoso y peligroso.
ALEARDO F. LARIA (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Abogado y periodista. Madrid.