En "Utopías argentinas", nota publicada el 6 del corriente, planteaba la posibilidad de ponernos de acuerdo, más allá de partidismos políticos, de ideologías y de sectores sociales, en los cuatro aspectos esenciales para la calidad de vida del ciudadano: la alimentación, la educación, la salud y la seguridad.
De allí surge la utopía 2: ¿es posible lograr una verdadera democracia, que funcione correctamente y que en su ejercicio refleje y desarrolle políticas que respondan a las genuinas y esenciales necesidades de la población a la que sirve?
Es indudable que la aplicación de un sistema político no puede ser perfecta, la misma naturaleza imperfecta del hombre lo hace imposible. De allí que lo que mejor se puede hacer es trabajar constantemente en acercarse a esa perfección inalcanzable y lograr así lo mejor que puede brindar un grupo de hombres de buena intención trabajando por el bien común. En definitiva, ¿cuál debe ser el fin último y magnífico de la política y por ende de los políticos que la ejercen?: brindar al ciudadano la mejor calidad de vida posible. Pero la realidad es que muy pocos gobiernos logran un desarrollo armónico de los cuatro aspectos esenciales mencionados.
¿En qué se basa el modelo democrático? En el principio de un "gobierno ejercido por el pueblo a través de sus representantes", ya que no puede ser ejercido por todos. Es ese pueblo el que otorga la representatividad a través del consenso mayoritario que manifiesta a través del voto. Por contrapartida, cuando los funcionarios no son representativos de la población que gobiernan, la democracia no es tal. El sistema representativo es esencial al modelo democrático.
Hay que tomar conocimiento de que el problema no es el modelo, el problema es el hombre. Ningún modelo puede ser superior a la capacidad de quienes lo aplican. Cuando un modelo está conducido por gente con pleno conocimiento de lo que hace, con honestidad y buena intención hacia la población cuyos recursos le toca administrar, aunque el modelo no sea el mejor, seguramente la aproximación al ideal es mucho mayor que cuando quienes tienen la responsabilidad de conducir lo hacen sin principios, sin conocimiento o, aún peor, en beneficio propio y/o en el de algún sector que los acompaña.
La calidad de la democracia depende en mayor medida de los hombres con mayor capacidad y formación intelectual, económica y humanista. No comparto la idea de que todos los ciudadanos somos igualmente responsables aunque tengamos el mismo derecho al voto. Para tomar decisiones correctas y delinear políticas y estrategias de largo plazo, es necesario tener los conocimientos necesarios y los principios morales y éticos que los acompañen. Pareciera que en este sentido hemos perdido el rumbo. ¿Dónde están los hombres probos, capacitados y responsables para gobernar, estadistas, ejemplo para su generación y para las venideras? ¿No quedan en la Argentina? Sí que quedan. Sabemos que los hay, pero muchos de ellos no ejercen funciones públicas; la misma estructura de poder los aleja y además los espanta ser llamados políticos.
De la misma manera que se han desvalorizado funciones importantes y esenciales como las de policías, de docentes y otras, el ejercicio de la política se encuentra absolutamente denigrado. Habrá que recorrer un largo camino para que las instituciones y sus funcionarios recuperen el prestigio que alguna vez supieron tener, para que pertenecer a ellas sea motivo de orgullo.
En las democracias de verdad, existentes en algunos de los países que llamamos avanzados, cualquier ciudadano reconoce y sabe quiénes son sus referentes en los distintos estamentos del poder político; sabe a quién dirigirse en caso de necesidad porque sabe a quién votó, porque existe una relación biunívoca entre representado y representante.
En nuestro país la representatividad no funciona. Ante un problema de índole comunitaria, regional o nacional, la mayoría de la población no sabe a quién dirigirse y el funcionario no es consciente de hasta dónde llegan sus obligaciones de atender a los ciudadanos. Solamente los miembros activos de los partidos políticos, los sindicalistas y los empresarios poderosos acceden a esos estamentos.
¿Y por qué nos ocurre esto? Simplemente porque no sabemos a quiénes votamos y no se establece un verdadero contrato social entre mandatarios y mandantes. Los funcionarios elegidos no nos reconocen como sus mandantes. No lo somos. Tomemos conciencia de esto. El sistema representativo, columna vertebral de la democracia, no funciona en la Argentina y todos somos un poco, o mucho, culpables de que así sea.
En estos días podemos leer en carteles y cotidianos avisos publicitarios del gobierno nacional: "Obras para nuestra gente". Creo que debiera decir "Obras cumplidas para nuestros mandantes". Los ciudadanos no somos gente de nadie, son los funcionarios públicos nuestros empleados; en realidad ellos son nuestra gente. Es tal la deformación del sistema de poder que ya nadie cuestiona estas expresiones que condicionan nuestras mentes y ya forman parte del folclore argentino. Por su reiteración nos hemos acostumbrado a aceptarlas sin cuestionar.
Un párrafo aparte para los poderes del Estado: el Poder Legislativo, el Poder Judicial y el Poder Ejecutivo. El principio que origina esta división se fundamenta en que la división de poderes permite alcanzar una gestión equilibrada, pues el Legislativo legisla en representación de los ciudadanos, el Ejecutivo ejecuta teniendo en cuenta lo legislado y el Judicial interpreta las leyes y controla que las mismas sean respetadas por los demás poderes, por los funcionarios y por los ciudadanos. Para que el principio fundamental funcione es imprescindible que tales poderes tengan absoluta independencia entre sí. En nuestro país este principio es histórica y frecuentemente vulnerado, entre otras cosas, mediante nombramientos dedocráticos de los jueces, mediante la gestión subordinada de los representantes de los ciudadanos que, en lugar de evidenciar y manifestar sus individualidades, ejercen su función votando en bloque lo que el Ejecutivo o el jefe de bancada requiere y mediante los decretos de necesidad y urgencia y superpoderes cedidos por el Legislativo al Ejecutivo, que arrogan a este último el rol de legislador para el cual no fue elegido. Podemos afirmar que existe una simulación democrática actuada con esmero por un elenco estable, con enorme práctica y capacidad escénica para montar el espectáculo, pero eso no es democracia.
Por eso vuelve la pregunta del inicio: ¿es posible construir una verdadera democracia en la Argentina? ¿O es realmente otra utopía?
Los grandes cambios no ocurren de un día para otro. Para que un cambio de esta naturaleza ocurra, antes deberemos aprender a pensar, aprender a distinguir y hacer valer nuestros derechos esenciales antes que los derivados, aprender que la solidaridad y la comprensión de nuestros conciudadanos es la base para construir una nación, aprender a controlar y hacer cumplir a nuestros mandatarios las funciones que les son confiadas y, fundamentalmente, tener mayor apego y respeto por los derechos y libertades del hombre. Sólo esto nos permitirá transitar el buen camino hacia una verdadera democracia.
Creo que somos muchos los ciudadanos silenciosos que estamos deseando ese cambio, ese nuevo rumbo y una de las maneras de comenzar a recorrer el camino es dando los primeros pasos mediante acciones o decisiones que sean posibles.
A modo de prueba los invito a tratar de conocer a las personas que vamos a votar en las próximas elecciones, no sólo para presidente o gobernador o intendente sino también a quienes conforman las listas que vienen detrás. Tratemos de identificar quiénes van a ser nuestros referentes en caso de tener que plantear algún problema o inquietud y veamos la disposición que tienen y si se comprometen para atendernos. Así veremos si es posible ir construyendo la representatividad que todo sistema democrático necesita.
También puede ser muy efectivo priorizar el tema e ir abriendo un diálogo permanente con nuestros amigos y familiares, en especial con nuestros hijos, revalorizando los conceptos fundacionales que hacen grande a una nación, conociendo y analizando su significado. Esos conceptos debieran estar siempre presentes en nuestro pensamiento.
Para ser libre hay que poder elegir, para poder elegir hay que saber y para saber "hay que querer saber". ¿Queremos saber?
RICARDO TADDEO (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Empresario y asesor financiero.