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La invención de la realidad | ||
Los filósofos han reflexionado sobre la realidad y su relación con nuestras percepciones seguramente desde mucho antes de la metáfora de la caverna de Platón. Ha habido materialistas, realistas e idealistas, empiristas y solipsistas, empiriocritistas y constructivistas, ingenuos y sofisticados, defensores de la idea de que el mundo no existe sino que es una ilusión llamada Maya... Por otra parte, es imposible describir el mundo si no es a través del lenguaje y en el mismo vocabulario que usamos se cuela una u otra ideología: vemos los fenómenos a través de un lente distorsionante que llevamos desde nuestra infancia y del que es muy difícil liberarse o abstraerse. Esa visión ideologizada necesariamente implica juicios de valor de los cuales a veces ni siquiera estamos conscientes. El mito del "Fin de las ideologías" no es más que eso: un mito y, a su vez, una ideología, la dominante. Pero en esta nota no me quiero referir a las ideas de los filósofos sino a un tema mucho más terreno y más importante para nuestra vida y nuestro futuro, aunque se trate de una aplicación directa de lo dicho más arriba: analizar el rol de los medios de difusión masiva de la información en la formación de la imagen del mundo en el que creemos vivir. Antes de la época moderna, la gente vivía aislada en su aldea, sometida a señores conocidos, a veces arrasada por ejércitos extranjeros cuyos efectos eran harto evidentes y era secundario saber de dónde venían. Lo que ocurría más allá de este horizonte metafórico era leyenda. Algunas son muy divertidas y hay una novela de Umberto Eco, llamada "Baudolino", que mezcla un episodio verídico de las Cruzadas con las leyendas sobre las tierras del preste Juan, habitadas por toda clase de gente rara. Los mares desconocidos estaban poblados por monstruos que nadie había visto pero que tampoco afectaban la vida diaria de las mayorías, salvo los navegantes más intrépidos, que tampoco los veían pero a veces regresaban y adornaban sus relatos con encuentros fantásticos. Ahora, en cambio, vivimos en la "era del conocimiento", que sería mejor llamar la "era de la información", tanta que no constituye más que un enorme caudal de datos sobre todos los temas imaginables, entre los cuales hay que usar ciertos criterios para seleccionar los que constituirán un verdadero conocimiento y no un simple acopio de información. Eso sería la educación o la base ideológica. En medio de todos esos datos e informaciones, tal vez se encuentre lo que sea cierto... pero ¿cómo hallarlo? La tesis de esta nota es que eso es imposible. Creo que hay una realidad objetiva, pero no es posible llegar a conocerla. Pero no porque el "objeto en sí" de Kant sea incognoscible o porque las paredes de la caverna de Platón sólo reflejen sombras de la realidad sino por la manera en que operan los medios a través de los cuales nos enteramos de lo que pasa, aún en nuestra propia ciudad. Salvo que seamos testigos directos de algún suceso, nos informamos por la televisión, la radio, los diarios, los comunicados del gobierno o los rumores. ¿Cómo desentrañar qué es cierto y qué se dice sólo porque le conviene a alguien, sin respeto por la verdad? Uno de los logros de la democracia es la libertad de prensa. Pero ¿puedo decir lo que quiero por los medios? Siempre son propiedad de alguien, sea una empresa privada o un Estado, cada uno de los cuales tiene intereses que defender, intereses que suelen anteponerse a la necesidad de decir "la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad". El gobierno ya no usa la violencia para acallar las voces de protesta o los desacuerdos con su gestión, pero las maneja a través de presiones o pautas publicitarias. En este sentido, es digno de aplauso el reciente fallo que hace justicia al derecho de este diario (que ha luchado denodadamente para mantener su independencia aún en tiempos de dictadura) de no ser discriminado, pero el hecho de que los gobiernos manejen la prensa a través de una publicidad sólo tendiente a su propia glorificación ya es, por lo menos, un mal uso de fondos públicos que deberían dedicarse a hacer las obras y no a publicitarlas. E igual, nadie puede saber qué es cierto y qué no lo es. Esta situación se ha agravado mucho en los últimos años y no deja de recrudecer en todo el mundo. La concentración del poder de informar es cada vez mayor y la manipulación de la opinión pública a través de la unanimidad lograda por la unificación de los criterios es lo que constituye una verdadera creación de la realidad. Hay personajes como el australiano Keith Rupert Murdoch (o como Randolph Hearst, tan inolvidablemente representado en la película "El Ciudadano" de Orson Welles), que son propietarios de docenas de medios de difusión diversos y, por lo tanto, son también propietarios de lo que en ellos se dice. En el Reino Unido, por ejemplo, Murdoch posee el tradicional "The Times" y el sensacionalista "The Sun". Que cada uno crea lo que quiere, que lea uno o el otro, jamás conocerá la realidad desnuda. Ahora Murdoch compró "The Wall Street Journal", el prestigioso diario financiero que puede crear crisis económicas globales y derribar gobiernos según la postura que tome ante sus políticas financieras. El poder de Murdoch es mayor que el de los más importantes jefes de Estado. William Randolph Hearst ("El Ciudadano") es un ejemplo perfecto de un "creador de la realidad": se cree que fue el causante directo de la guerra entre EE. UU. y España en 1898 porque en sus diarios sensacionalistas representó un accidente la explosión en un barco de guerra estadounidense en el puerto de La Habana como un acto de guerra por parte de España, de la que Cuba aún era colonia. El mismo Hearst afirmó que "hacía las noticias". Hizo lo que pudo por impedir la difusión de la película y uno de los mayores directores cinematográficos de la historia, en buena parte por la enemistad de Hearst, no pudo hacer más que unas pocas películas en su vida. Un aparente contraejemplo es la libertad absoluta que reina en internet, donde se encuentran datos para todos los gustos, desde una superabundancia de pornografía de todo color y disparates transparentes hasta probables verdades y dislates no tan transparentes. Pero es difícil separar la paja del trigo y, para colmo, el buscador "Google" ya ha aceptado impedir a los chinos el acceso a ciertos sitios con tal de ser aceptado en ese país... Los negocios, primero. Por supuesto también los gobiernos crean realidades ficticias, y no solamente los totalitarios. El gobierno estadounidense "inventó" un incidente marítimo frente al puerto vietnamita de Haiphong como pretexto para bombardear Vietnam del Norte en 1968, aunque lo hizo de modo más hábil que las transparentes mentiras del gobierno de Bush para justificar la invasión a Irak. El reciente escándalo del INDEC en nuestro país también es un caso de suma torpeza y tremendamente dañino, pero es probable que jamás se sepan muchas cosas importantes de este gobierno o de cualquier otro. La mayoría de los medios aun los que se dicen "independientes" no admiten una libertad total de expresión en sus colaboradores, que a veces se autocensuran para evitar choques. En nuestro país, esta situación se ha agravado notablemente por la ley del menemismo que autorizó los monopolios informativos, la concentración de diversos medios en las mismas manos, una centralización que antes estaba prohibida: el propietario de un diario no podía poseer una estación de televisión, por ejemplo, justamente para evitar la uniformidad de los criterios con que los diversos medios presentan cualquier tema de interés para los propietarios de los "multimedia". Esta uniformidad puede llegar a bloquear casi totalmente el acceso a la realidad, a la sombra de una ley menemista que permitió tal concentración, creando oligopolios informativos que antes estaban expresamente prohibidos. Pero hay otras maneras de crear realidades ficticias: es a través de la selección de los temas que se presentan, la extensión que se da a la información sobre los mismos, su ubicación en relación con otras noticias, la elección de los títulos, si la noticia va en una página par o impar... y hasta la publicidad con que se financian los medios, que puede influenciar su orientación a través de la presión económica. La mayoría de los canales de televisión sobre todo los de "aire" son el mejor ejemplo, el más extremo de los que mencionamos. La explicación de la ínfima calidad de muchos programas inclusive los que se suele llamar "informativos" es siempre la misma: "A la gente le gusta eso"; y "eso" es la trivialidad, la chabacanería, el mal gusto que fácilmente llega hasta la obscenidad y, así, se va conformando una visión del mundo que desinforma, que muestra la trivialidad y la violencia sin analizar las causas de los conflictos y que expone docenas de veces las mismas tomas cruentas hasta hacerlas triviales. Que, además, dedica un espacio mínimo a lo que ocurre fuera de nuestras fronteras, salvo que sea una catástrofe como el terremoto en Perú o imágenes cruentas y sensacionalistas sobre la violencia y el hambre en diferentes lugares. Y por supuesto, los deportes, en especial el fútbol, "pasión de multitudes". "Panem et circenses" se decía en la antigua Roma. La publicidad tiene un impacto no menos importante en otra área distinta a la de financiar los medios. Se trata del modelo de vida que nos presenta a diario. Hermosas mujeres agitando largas cabelleras o estirando sus esbeltas piernas en baños de espuma que insinúan sus senos, automóviles de lujo (que, dicho sea de paso, más de una vez se ven circulando a contramano: véase "educación vial"), viajes al Caribe, departamentos de lujo: nos muestran un estilo de vida inalcanzable para el 95% de nuestra población y ocupan tanto espacio como los programas mismos. Si esa es una causa de violencia social, es un tema de debate. Pero es una expresión más. Pero el impacto ideológico de las frustraciones que genera es innegable. TOMAS BUCH (*) Especial para "Río Negro" (*) Tecnólogo generalista. | ||
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