Puesto que en nuestro país es muy poco común que un político se jubile aun cuando haya protagonizado un desastre humillante, el que el ex presidente interino y mandamás del aparato peronista bonaerense Eduardo Duhalde haya decidido volver "para hacer lo que nadie hace" no motivó mucha sorpresa. Según Duhalde, lo que tiene en mente es "reconstruir el justicialismo, que hace cuatro años que está cerrado", un objetivo que claramente alarma tanto al presidente Néstor Kirchner y a sus colaboradores que no vacilaron en recordarle que en su opinión es un cadáver político cuyo ciclo está totalmente agotado y que por lo tanto no debería intentar salir de su tumba. La preocupación que sienten los kirchneristas puede entenderse. Aunque Duhalde no haya venido "a desestabilizar el gobierno de Kirchner y a promover los saqueos en el conurbano bonaerense, como lo hizo en el 2001", para citar a un diputado nacional oficialista, es evidente que quiere que el peronismo se distancie del gobierno actual y, en el caso de que Cristina de Kirchner triunfe en las elecciones presidenciales, de su sucesora, para desempeñar un papel que sea netamente opositor. Por ser Duhalde un experto consumado en el arte de destruir las aspiraciones ajenas entre sus trofeos están las cabezas de Fernando de la Rúa y Carlos Menem, es natural que su regreso haya provocado inquietud en la Casa Rosada.
En vista del estado caótico en que se encuentra el movimiento peronista es limitada la posibilidad de que Duhalde tenga éxito en la empresa que se ha propuesto pero, aun cuando sólo lograra contar con el apoyo de un puñado de militantes, podría poner en apuros a los kirchneristas que, a juzgar por las encuestas de opinión y los resultados de las elecciones legislativas de casi dos años atrás, están lejos de constituir una mayoría. Asimismo, la reaparición del duhaldismo brindaría a los muchos peronistas que se sienten agraviados por el desprecio apenas disimulado con el cual Kirchner los trata una estructura a la que podrían aferrarse.
De quererlo, Kirchner podría ser el jefe formal del PJ pero, lo mismo que Menem en cierto momento, cree que le convendría más ensamblar un movimiento propio empleando para tal fin escombros sacados no sólo del peronismo sino también del radicalismo, de lo que queda del cavallismo, de distintas facciones más o menos izquierdistas e incluso de algunos supuestamente liberales. Aunque ya ha logrado bastante en tal sentido, es una cosa formar lo que es en efecto un gobierno de coalición y otra muy diferente crear de la mezcla resultante una organización política permanente. Se trata de una tarea difícil que, desgraciadamente para Kirchner, con toda probabilidad se hará más ardua en los meses y años próximos porque ya abundan las señales de que el kirchnerismo está desinflándose debido a los errores cometidos por miembros destacados del gobierno, a las denuncias de corrupción que comienzan a proliferar y al hartazgo que sienten muchos por el estilo agresivo que ha patentado el presidente. Si bien es de suponer que si Cristina resulta elegida como presidenta en octubre o noviembre su marido seguirá teniendo en sus manos las llaves de "la caja", lo que lo ayudaría a captar voluntades, a esta altura debería serle evidente que necesitará algo más que dinero para transformar el oficialismo actual en la base de un movimiento político que sea capaz de mantenerse en el poder durante mucho tiempo. Después de todo, la conversión al kirchnerismo de tantos duhaldistas, radicales y otros se debió no meramente al deseo comprensible de dirigentes provinciales o municipales de congraciarse con un presidente que desde el vamos usa el dinero público como un arma política sino también a la convicción de que declararse partidario del "proyecto" que Kirchner dice estar impulsando les supondría los votos que precisaran ya para alcanzar el poder, ya para conservarlo. Sin embargo, los resultados de las elecciones provinciales que se han celebrado últimamente mostraron que no sirve para garantizar mucho a un candidato contar con el aval del presidente, lo que hace sospechar que el poder de convocatoria del kirchnerismo no es tan fuerte como creyeron sus aliados circunstanciales cuando decidieron comprometerse con su gestión y que en adelante se debilitará cada vez más.