Hay una contradicción evidente entre la convicción nada arbitraria de que la senadora Cristina de Kirchner podría triunfar con facilidad en las elecciones presidenciales del 28 de octubre y el hecho, ratificado por los votantes, de que los tres centros urbanos más importantes del país, la Capital Federal, Rosario y Córdoba, sean reductos opositores, puesto que si bien se supone que el kirchnerista Juan Schiaretti ganó en la provincia de Córdoba, en la ciudad homónima perdió por un margen muy amplio, ya que Luis Juez obtuvo casi dos veces más votos que él. Sin embargo, aunque a nivel local los porteños, rosarinos y cordobeses prefieren no ser gobernados por simpatizantes del matrimonio presidencial, esto no quiere decir que a Cristina le espere una derrota humillante en los distritos así supuestos. Aunque a esta altura pocos pueden confiar en las encuestas de opinión, parece que una proporción sustancial de los partidarios de Mauricio Macri, Hermes Binner y Juez está dispuesta a sufragar a favor de la esposa del presidente Néstor Kirchner, acaso por suponer que sería mejor que el país no se arriesgara confiando el poder a un dirigente opositor que sólo contaría con el apoyo de una agrupación muy minoritaria y de algunos aliados coyunturales.
En el caso de que se cumplan las previsiones y Cristina de Kirchner se erija en presidenta de la República, tendrá que gobernar a sabiendas de que con toda probabilidad al grueso de la población urbana del país le hubiera gustado votar por un dirigente opositor pero temía que, de hacerlo, pudiera estallar una crisis política peligrosa. Por lo tanto, le aguardaría un clima político que sin ser necesariamente hostil se caracterizará por el escepticismo y por cierta resignación, lo que no la ayudaría del todo si comenzaran a producirse dificultades económicas que la obligaran a tomar medidas antipáticas. Mientras que su marido se ha esforzado sistemáticamente por privilegiar a los consumidores urbanos, congelando las tarifas de servicios esenciales y subsidiando, a un costo enorme, el transporte público en muchos lugares, al próximo presidente no le será dado emularlo. Mal que le pese, si Cristina resultara elegida, tarde o temprano tendría que ordenar un ajuste porque de lo contrario las distorsiones resultarían inmanejables, lo que no sería nada fácil en ciudades en las que la mayoría no siente demasiado entusiasmo por el "estilo K" ni por los representantes kirchneristas locales.
A juzgar por los resultados electorales de la Capital, Rosario y Córdoba, el peronismo tradicional está agonizando, si bien con lentitud exasperante, en las partes más desarrolladas del país, pero merced al clientelismo impúdico de quienes manejan los aparatos que ha sabido construir el movimiento conserva su poder de convocatoria en ciudades menores y en las zonas rurales. Si bien en diversas ocasiones los Kirchner han dado a entender que quisieran remplazar su sector particular del viejo PJ por un movimiento "transversal" de apariencia menos arcaica, sus esfuerzos en tal sentido no han prosperado. Por ahora cuando menos, el Frente para la Victoria es una entelequia sin estructuras ni autoridades elegidas que, como un sello comercial, se presta a quienes suponen que les convendría figurar como socios de la casa matriz presidencial a cambio de su presunta lealtad. Aunque el presidente Kirchner haya previsto que después de diciembre se mantendrá ocupado construyendo una organización política menos precaria en base a las alianzas que ha tejido desde el poder, su escasa capacidad para incidir en las elecciones celebradas en las ciudades grandes habrá enseñado a sus colaboradores en potencia que contar con su respaldo no les asegura nada, motivo por el que sorprendería que lograra su propósito. De alcanzar la presidencia Cristina, pues, no le quedará más opción que la de depender, como ha hecho su marido, del apoyo interesado de políticos que no necesariamente comparten sus puntos de vista ni sus objetivos. Se trata de una modalidad que en circunstancias determinadas en que el jefe o jefa de Estado ostenta índices de aprobación altos puede funcionar bien, pero que no servirá para mucho si el gobierno se ve constreñido a tomar decisiones que le costarían la popularidad que constituye la parte del león de su capital político.