Viernes 07 de Septiembre de 2007 Edicion impresa pag. 50 y 51 > Cultura y Espectaculos
Adiós al tenor que convirtió la ópera en un género popular
Luciano Pavarotti murió anteanoche, a los 71 años. Le habían detectado cáncer de páncreas en el 2006. Como nadie, conjugó la lírica con la popularidad.

VERONICA BONACCHI

Es el problema de la popularidad. Los puristas la detestan. Y ahí estuvo "Big Luciano", haciendo equilibrio en el medio, entre esa nota perfecta que salía de su pecho clara como pocas y que le valió el sobrenombre de "Rey de la octava de Do", y ese reconocimiento de las masas que lo llevó a vender millones de discos de un género difícil y hasta él, restringido a unos pocos. Pero a este hombre enorme, de espesa barba negra, que en la madrugada de anteanoche murió finalmente, a los 71 años, víctima de ese cáncer de páncreas que le descubrieron en julio de 2006, jamás le importó porque, como bien sabía defenderse con sus propias palabras, "en la ópera es como en el fútbol: al fin y al cabo, todos pueden mirar los partidos aunque no entiendan nada del juego".

Con ese ánimo sobre sus anchísimas espaldas, el tenor se animó a romper los tabúes de la ópera. Una ruptura que muchos no le perdonan. Pero él, hijo de un panadero que en su Módena natal le enseñó a amar desde chico los secretos del género, los desafió tantas veces como le fue posible. Es cierto que debutó y se consolidó en "el momento" y "los lugares" precisos. Primero, en 1961, cuando en el Teatro Reggio Emilia, de Italia, fue el Rodolfo de La Bohème, de Puccini, y más tarde, cuando llegó su consagración mundial en el Covent Garden de Londres, donde se ganó el apodo que lo acompañó siempre (aquel del Rey), y seis años después en la Metropolitan Opera House de Nueva York, con la producción de "La fille de régiment", de Donizetti.

Pero después, se dio esos baños de popularidad que lo alejaron cada vez más de aquellos pequeños círculos elitistas que veían en él más al "Pavarotti S.A.," como lo llamaban por su mezcla de ópera pop y negocios, que al gran difusor de una música que estaba encerrada en teatros.

En 1977 su actuación en vivo desde el Met de Nueva York lo ubicó ante la mayor audiencia en la historia de las óperas televisadas. De 1988 se llevó como recuerdo su ingreso al libro Guiness de los Records por el aplauso de una hora y siete minutos exactos que le dio el público de la Opera de Berlín.

Pero todo eso quizás no fue nada al lado de los conciertos que en 1990, en pleno Mundial de Fútbol de Italia, dio junto a Plácido Domingo y Enrique Carreras, cuando formaron "Los tres Tenores", en las Termas de Caracalla y le cantaron al mundo entero el aria "Nessun Dorma" de la ópera Turandot; o aquel de 1994, en el Dodger Stadium de Los Angeles; o el de 1998 bajo la mismísima Torre Eiffel. También se le animó a Hollywood cuando protagonizó la película "Yes, Giorgio", pero fue un fracaso tan estrepitoso, que su carrera de cine empezó y terminó sin gloria.

Sin embargo, los golpes más fuertes al ego de la ópera fueron cuando, sin prejuicios de su parte, subió al escenario junto a las Spice Girls, o con Ricky Martin, Stevie Wonder, Liza Minelli, Bono, Sting, Bryan Adams o Gloria Stefan, todas estrellas de un firmamento que brilla más abajo que el inalcanzable cielo de las óperas, con los que realizó aquellos famosos "Pavarotti & Friends". "Conozco canciones pop que son mejores que casi cualquier ópera", dijo él, ajeno a todo ese revuelo que no hizo más que acercarlo a la gente que lo siguió, lo escuchó, compró sus discos por millones, y ahora llora su partida, mientras los medios de comunicación no hacen más que poner su enorme figura en la pantalla, con su voz de fondo entonando su clásico "O Sole Mio", de Enrico Caruso.

La misma gente que ayer aplaudió en señal de respeto mientras el féretro con los restos del tenor entraba a la catedral de Módena, donde se programó el funeral para mañana.

En los últimos años, su carrera quizás estuvo más ligada a las revistas del corazón y algunos escándalos, aunque ninguno lo opacó. Lo primero le llegó cuando se divorció de su primera mujer, Adua Veroni, tras décadas de matrimonio y tres hijos, para casarse con su Nicoletta Mantovani, 30 años menor que él, con quien tuvo mellizos (uno murió). Los escándalos, en cambio, le llegaron por enfrentamientos con el fisco, aunque luego, un tribunal italiano lo exculpó de evasión fiscal por un monto de 20 millones de pesos.

En su larga carrera, Pavarotti estuvo cuatro veces en la Argentina. En 1991, a tono con su devoción por la gente, se plantó en un escenario montado en plena avenida 9 de Julio, y le regaló su voz a 200 mil espectadores. En 1995, 35 mil personas lo vieron en el Campo Argentino de Polo, y en 1999, se presentó en la Bombonera, ante 27 mil espectadores que lo oyeron entonar "Caruso" e "Il cuore ingrato" junto a Mercedes Sosa.

"Buenos Aires, para mí, es uno de los recuerdos más fuertes que tengo grabados en la memoria, es algo que predomina, y que siempre está presente, porque allí viví momentos bellísimos, tanto en el Teatro Colón como en la calles. Aquí hay un ejemplo de los recuerdos que conservo: cuando llegué a Buenos Aires, me alojé en un hotel que tenía una mesa en la que alguna vez habían cenado la Callas y Toscanini. Decidí, inmediatamente comprarme esa mesa y llevármela a Italia. Hoy, ésa es la mesa que tengo en mi casa de Módena" le dijo al diario "La Nación".

La cuarta visita al país quedó trunca. Su anunciada despedida estaba prevista para el 26 de marzo de 2006. Pero su columna, que tantos problemas le dio y le hizo cancelar varios shows, le dio otra mala pasada.

Poco después, le detectaron el cáncer que lo alejó para siempre de los escenarios. Los especialistas de Nueva York, donde estaba en ese momento, se lo extirparon. Pero nunca pudo reponerse del todo. De hecho, desde esa fecha decidió retirarse a su casa de Módena, junto a Nicoletta y la hija de ambos, Alice. "Fui un hombre afortunado. Luego llegó este golpe. Y ahora, estoy pagando el precio por esta fortuna y felicidad", le dijo en ese momento al diario "Corriere della Sera.

El 8 de agosto su estado empeoró. Y anteayer, unas horas antes de morir, su salud empezó a resquebrajarse aún más, y perdió el conocimiento en varias oportunidades antes de que a las 2 de la madrugada hora Argentina, muriera.

El 10 de febrero de 2006 había dado la que ahora fue su última e inolvidable actuación, durante la apertura de los Juegos de Invierno de Turín. Dicen que muchos tenían lágrimas en los ojos cuando vieron el esfuerzo que le costó ese "Turandot", de Puccini.

Quizás intuían que era el final. En cualquier caso, el fue optimista hasta último momento. "Lo seré hasta la muerte".

Los seguidores de la ópera aman lo que se llama el "finale furioso". Quizás, este lento apagarse del tenor que llevó la ópera a la cima de su popularidad, no tenga nada que ver con este punto final. Pero sí con él, que nunca hizo los que los puristas esperaban.

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