Ha comenzado el proceso de selección de los primeros magistrados realizada por el Consejo de la Magistratura de la provincia del Neuquén. Conocidos los primeros seleccionados y quienes fueron descartados, se produjeron por parte de estos últimos, de la Asociación de Magistrados y de algún otro sector fuertes cuestionamientos mediáticos que dan cuenta de impugnaciones, pedidos de remoción de consejeros, acusaciones y hasta alguna recomendación veladamente admonitoria desde el más alto nivel.
La forma en que plantean las críticas a la actuación del Consejo y de sus consejeros reedita la conocida metodología de denigración sistemática de las instituciones convertida en lugar común, se trate de quien se trate, diatribas sospechosas de parcialidad corporativa que neutralizan todo debate serio y constructivo y que llegan como un ruido más a los oídos de una sociedad harta de altercados sin sustancia donde lo que realmente interesa al ciudadano brilla por su ausencia.
Estimo que de lo que aquí se trata aunque obvio, debe remarcarse es de seleccionar magistrados acordes a las elevadas funciones que deben cumplir. Es una cuestión seria, de difícil resolución y de enorme trascendencia. Un juez de cualquier grado o instancia decide sobre la vida de los ciudadanos, sobre su libertad, su familia, su destino laboral, su salud física y mental. Un juez se pronuncia sobre presuntas arbitrariedades de los poderes del Estado Ejecutivo y Legislativo y aun del propio Poder Judicial que integra. Es la última valla contra la acechanza de la arbitrariedad, la última garantía contra la injusticia.
Un juez y, desde su rol, un fiscal y un defensor deben ser independientes, objetivos y versados, en ese orden. La independencia, garantía constitucional primera cuyo resguardo es primordial, se traduce en la intolerancia por parte del magistrado a las interferencias o intromisiones de la propia organización judicial y de los restantes poderes del Estado.
En este orden de ideas, ¿qué cualidades deben tener quienes aspiren a ocupar estos cargos? Hace poco dijo ante este diario un jurista: "Debe ser sabio". Ciertamente, pero eso es sólo un requisito. En forma más completa y elocuente dijo otro pensador, en relación con el tema, que "el juez debe ser un hombre de coraje, debe tener corazón y debe ser inteligente, y si sabe derecho, mejor". Ciertamente nada nos puede garantizar un juez temeroso. De nada nos sirve la valentía si se trata de una mala persona, si no se tiene decencia. Ello debe ser acompañado por una mente lúcida, con capacidad de discernir el caso con buen criterio y experiencia de vida. La formación técnica es complementaria de lo anterior y siempre puede reforzarse en el ejercicio a través de una permanente capacitación. A la luz de mi experiencia concuerdo con este punto de vista, pero también destaco que nuestra sociedad y nuestras universidades no producen abundantemente personas con esas virtudes. Hay que saber y poder encontrarlas.
Como se advertirá, la cuestión no es sencilla a la hora de decidir quién es el candidato que reúne las mejores condiciones o, por lo menos, quién se aproxima más al perfil requerido. Sin duda, hemos puesto en los hombros de los consejeros una pesada carga, que no se satisface con la aplicación de tablas y simplificaciones. Adviértase que, además, se elegirá a una persona que ocupará un cargo vitalicio, que tendrá la responsabilidad de conducir equipos de trabajo donde se suscitan diversos problemas. Así planteado, queda claro que la formación intelectual es sólo un aspecto, y no el más importante, y que el que se haya escrito un libro o asistido a cursos tampoco aparece definitorio. Por ello, sin ingresar en el acierto o desacierto de estas primeras selecciones, para no caer en el engaño de la confusión fácil y simplista, bueno es considerar la magnitud de la responsabilidad y lo complejo de la tarea.
Cabe poner de resalto que no hace mucho tiempo la creación del Consejo de la Magistratura con rango constitucional fue recibida con beneplácito por algunos de los que hoy se agravian, toda vez que se la consideró como un avance en orden a una mayor transparencia, eficiencia y democratización en los procesos de selección, y como reacción contra el antiguo sistema de decisión directa del Tribunal Superior de Justicia, por estimarlo autoritario. Tal fue el espíritu que primó unánimemente entre la Convención Constituyente, más allá de los distintos modelos que intentaron plasmarse.
Lo cierto es que ha nacido una institución que cambió el diseño constitucional y que cuenta con indiscutible consenso, una institución que fue integrada por la pluralidad que los constituyentes estimaron más adecuada en la que, dicho sea de paso, la representación judicial ha quedado reducida a la mínima expresión, una institución que se integró inicialmente por personas incuestionables, en su mayoría con diversas y conocidas trayectorias en el medio, cuestiones sobre las que, hasta ahora, nadie ha puesto algo en duda. Se agrega que lo decidido en esta oportunidad lo fue por unanimidad. Consecuentemente, estimo constructivo ser cautos ante las reacciones destempladas, particularmente en este momento institucional, en el nacimiento del Consejo, en el comienzo del camino que, como es sabido, se hace al andar.
ROBERTO FERNANDEZ (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Vocal del Tribunal Superior de Justicia del Neuquén