Si bien los socialistas argentinos siempre han sido considerados personas honestas, afines a los socialdemócratas europeos, que estaban más interesados en mejorar de forma concreta las condiciones de vida de la gente que en protagonizar revoluciones tan sanguinarias como estériles, hasta el domingo pasado ninguno consiguió ser elegido gobernador de una provincia, acaso porque la mayoría ha preferido a sus planteos sobrios y prácticos la emotividad y las promesas por lo común fraudulentas del populismo vernáculo. Pues bien, luego de un siglo en el llano, en Santa Fe el socialismo por fin logró enterrar la idea de que en nuestro país el progresismo no puede ganar elecciones a menos que se vista de ropaje populista, clientelista y a menudo muy autoritario. Para desazón del ex canciller y pronto a ser ex diputado Rafael Bielsa, además del presidente Néstor Kirchner, el socialista Hermes Binner se anotó un triunfo contundente, haciendo trizas del pronóstico de encuestadores que en vísperas de los comicios hablaron de un "empate técnico". Por lo demás, no lo hizo en base a su eventual carisma personal sino a una gestión eficaz como intendente de Rosario entre 1995 y el 2003, un período que coincidió con la crisis económica más brutal que se recuerda, en que la ciudad que administraba estaba entre los lugares más castigados. En Rosario el margen de victoria de Binner fue enorme, de treinta puntos, como fue aquel del intendente actual, el también socialista Miguel Lifschitz.
Todas las provincias son atípicas, de suerte que no hay ninguna garantía de que lo que acaba de ocurrir en Santa Fe influya demasiado en el resto del país, pero así y todo es por lo menos factible que en otras jurisdicciones la ciudadanía comience a entender que hay una diferencia muy grande entre el populismo corrupto, oportunista y arbitrario que desde hace tanto tiempo domina la política nacional y el socialismo pragmático y posibilista representado por dirigentes como Binner. Mientras que los populistas aprovechan las lacras sociales, comprometiéndose a eliminarlas cuando en realidad lo único que suelen hacer es agravarlas, de ahí el estado nada satisfactorio del país luego de más de medio siglo de predominio populista, los socialistas al estilo europeo occidental procuran atenuarlas poco a poco con medidas concretas, lo que les merece el desprecio de quienes los acusan de pactar con lo que llaman el "neoliberalismo" pero que, andando el tiempo, produce beneficios concretos. Aunque incluso en Europa el socialismo está en crisis debido a lo difícil que es mantener intactas las estructuras propias del Estado de bienestar en un mundo globalizado y por lo tanto ferozmente competitivo, socialistas de diverso tipo gobiernan en el Reino Unido, España y otros países, además, como socios de los demócratas cristianos, de Alemania. En cambio, en la Argentina el socialismo sigue siendo un credo muy minoritario, a pesar de que últimamente casi todos los políticos se afirmen "progresistas".
Aunque Binner se ha resistido a dejarse absorber por el aparato "transversal" que manejan los Kirchner, su relación con la pareja gobernante es mejor que aquella de otros dirigentes opositores debido a que ha sido reacio a intervenir en los asuntos nacionales a menos que estuviera en juego algún principio fundamental. Sin embargo, al respaldar con tanta decisión la candidatura de Bielsa, Kirchner mostró que no le gustaba para nada que un socialista moderado, ajeno a "los códigos de la política" corporativista que rigen en la vida pública, gobernara un distrito tan importante como Santa Fe. Tal actitud puede entenderse. El estilo de Binner no tiene nada que ver con el tristemente célebre "estilo K" que consiste en descalificar con prepotencia a quienes no comparten las opiniones oficiales. Asimismo, a diferencia del presidente, cuyo "progresismo" es a lo sumo retórico, Binner parece tomar en serio los principios que reivindica y se esfuerza por darles una expresión concreta, aunque sabe tan bien como el que más que en un país atrasado que está abrumado por problemas sociales encontrar soluciones para los problemas de la gente es una tarea ciclópea, una que requiere soluciones un tanto más ambiciosas que las tradicionales que se limitan al reparto de dádivas humillantes a cambio de votos.