CARLOS TORRENGO
Es una ecuación terminante: a mayor cantidad de años en el poder, mayor intolerancia por parte del poder.
De mantener vigente este axioma de la política se encargan por estos días en Río Negro determinados planos del radicalismo provincial devenido en peronista. O sea, el oficialismo provincial. Lo sucedido ayer en Roca al diputado nacional Fernando Chironi lo demuestra sin que falten ni sobren palabras ni hechos.
El hostigamiento del que fue blanco el legislador se engarza, además, con la prepotencia con que dos semanas atrás, en Viedma, un grupo de radicales recibió y durante horas insultó a los interventores al partido.
En realidad, la bravuconada tiene un lado oscuro que la promueve, pero que en apariencia queda tapado por una lectura superficial: simple expresión de natural desacuerdo. Como la que debió soportar el domingo el socialista Hermes Binner cuando no pudo atemperar el abucheo a Néstor Kirchner.
Pero en el caso que tratamos no es así.
Porque la disposición al agravio denuncia miedo por parte de ciertos planos del radicalismo rionegrino.
Temor a que de la mano del radicalismo que resiste la peronización crezca una alternativa electoral que dañe los intereses electorales del radicalismo K.
Intereses que no son pocos cuando se computan 25 años de manejo del poder por parte del ahora peronizado radicalismo.
Cuando la patota en cuestión grita "traición", no habla desde la indignación de principios del viejo partido "violados" por Chironi y compañía.
Reacciona porque desde su imaginario percibe que algo puede funcionarle mal. Aunque sea un costo mínimo, pero mal.
Entonces, es la hora de la barrabrava.