Lunes 03 de Septiembre de 2007 Edicion impresa pag. 43 > Cultura y Espectaculos
EN CLAVE DE Y: Ay, Grecia

El hombre jadea, desbocado su joven corazón. La antorcha que ha mantenido enhiesta a través de bosques y montañas de Grecia, vacila, se curva con sus brazos exhaustos. Y a su alrededor alucinación, premonición la llama de su mano se potencia en millones, devora sus propios caminos, y el humo denso apenas le permite avizorar el fin, apenas lo deja respirar. Cae justo al llegar, muerto de muerte natural y provocada.

No puedo evitarlo: formada en un secundario donde la historia antigua tenía su centro en Grecia, estas terribles imágenes del fuego destructor que no dejan de agobiarme desde todos los medios de prensa, están atacando un territorio, una cultura que es el monte Olimpo de los dioses, amenazan la acrópolis de Atenas y de las gradas huyen las multitudes, sus togas al viento emisario y vehículo de tanta desdicha... se incendia mi Grecia, y, creo, el pilar de identidad de millones de seres humanos que desde los libros, las películas y el turismo siguieron viviendo reviviendo un incendio que no es un incendio más.

Los nombres golpean mi memoria y resuenan cual tambores de guerra: el Egeo, el Peloponeso, Sócrates y sus alumnos deteniéndose en su paseo educador por los bosques olfateando, estremeciéndose en la mañana azul que se pone gris y tapa el implacable sol de ese territorio seco en agua dulce, ubérrimo en cultura y mito.

Debiera sentir lo mismo por la hermosa, antigua Bagdad, bombardeada sin piedad ni pausa, destruyendo otra parte de mi identidad pero ésta tan lejana, tan sesgada, aprendida tan de costado, que cuesta unir tiempo y espacio. Oriente tiene las caritas de los niños-soldados de hoy, el llanto y el grito de las madres de hoy.

Sí, mi adolescencia se alimentó mucho más con los mitos griegos y sus fábulas que con la historia de este nuestro país. Es más, historia argentina empezaba en tercer año, y con suerte mucha suerte llegaba hasta la primera parte del siglo XX, y se detenía, año tras año, generación tras generación, sugestivamente, a las puertas del peronismo...nunca pasábamos de allí.

No comparto con usted nada nuevo si le digo que sí, que seguro que los piromaníacos no son piromaníacos figura psiquiátrica sino mercenarios de negocios inmobiliarios. Y, sin ir más lejos, ¿cuántos "incendios" que asolaron bosques de nuestra Patagonia no tuvieron el mismo origen? Y cuando en nuestro norte se devastan por hora el equivalente a cuarenta canchas de fútbol de selva para plantar lo que dé mayor rédito, dígame, ¿cuál es la diferencia en el afán destructor promovido por los intereses económicos? No lo veo repetido miles de veces en los noticieros, y ya se sabe, lo que no se ve no existe... salvo para los habitantes de estos ex paraísos, expulsados hacia cualquier centro urbano acicateados por el hambre y las enfermedades.

Me detengo en el hermoso mirador que culmina mi caminata diaria. He transitado estos caminitos serpenteando por este bosque, creado por el hombre, y puedo cronometrar mi hora por sus vueltas, sus olores, sus distintas perspectivas. Hay una parte que me fascina: es un túnel negro de árboles negros cubriendo el sendero con una bóveda negra, y al fondo, un resplandor azul o naranja o perlado, según la hora o el clima, y ya sé que desemboca en algún territorio liberador de esta sombría belleza...

Estos troncos están quemados y sus ramas se quedaron así, muertas y firmes, mientras hongos y costras los recubren sin piedad. No hay agua aquí. No moriré como el atleta de la antorcha sagrada... sólo estoy triste: no puedo dejar de elucubrar qué formidable vista sería ésta para un coqueto y custodiado barrio privado.

Y entonces sí, una porción de mi alma dirá basta.

 

MARIA EMILIA SALTO

bebasalto@hotmail.com

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