Aunque ya está fuera del gobierno pero no de la escena, al menos la judicial, nadie podrá olvidar que de manera indubitable, al momento de asumir como ministra de Economía, Felisa Miceli aclaró que prefería "un poco de inflación a la paz de los cementerios".
Y debemos reconocer que esta profecía se ha cumplido aunque, para ser justos y dado que ella sólo ocupaba protocolarmente aquel puesto, quien ha dado las instrucciones necesarias para que ello ocurriera y continúa haciéndolo no es otro que el mismo presidente de la Nación.
La tasa de inflación mide el cambio porcentual del nivel general de precios de la economía.
La inflación está estrechamente ligada a la política monetaria y fiscal de una economía. Altas tasas de inflación están a menudo asociadas a un aumento de la oferta monetaria, generalmente como consecuencia de grandes déficits presupuestarios.
La medida de la inflación es el Indice de Precios al Consumidor (IPC). Para su confección se releva de manera periódica generalmente semanal una cantidad predefinida de precios correspondientes a bienes y servicios, los cuales no representan una canasta determinada sino que intentan reflejar de manera lo más fidedigna posible las variaciones de precios de una economía, de manera integral. Por eso se debe incluir a todos los sectores.
La otra particularidad de este índice es que considera toda variación nominal sobre los precios encuestados, los que son seleccionados por su peso ponderado en el consumo nacional. De esta manera no sólo refleja las variaciones estructurales sino también aquellas que se dan tanto por cuestiones de estacionalidad como las que se originan en fluctuaciones de coyuntura tanto en el mercado doméstico como en el global.
Inflación subyacente
Hace ya algunos años que en los Estados Unidos se publica un índice adicional que se ve despojado justamente de estas variaciones relativas que pueden modificar la ponderación de la inflación real. A este índice se lo conoce como "core inflation". Para su elaboración se prescinde de los bienes y servicios cuyos precios son más volátiles y de aquellos cuyos valores difieren de la tendencia general; o sea, se excluye del cálculo a los precios de los comestibles y de la energía más volátiles, así como los concertados o administrados.
En Latinoamérica se la conoce como "inflación subyacente" y el país que primero adoptó este índice fue México, en el 2000. Para su confección se elimina el precio de las naftas, de la electricidad y del gas para uso doméstico (precios administrados), del transporte y de la telefonía, así como otros precios concertados, los de 36 frutas y verduras y los de otros 20 productos de alta volatilidad/estacionalidad.
Cuando se analiza una serie de este índice, se puede apreciar un comportamiento más suave, sin las violentas fluctuaciones de la inflación general. Se considera que este índice es la parte estructural de la inflación y la que marca la tendencia a mediano plazo.
Si bien para el ciudadano común esto parece un sinsentido, ya que sufre los efectos de toda la inflación y no sólo una parte, es un índice fundamental en el análisis macroeconómico, especialmente en la gestión de política monetaria, donde a través de diversos instrumentos que afectan el índice de precios tales como tasas de redescuento, tasas de referencia, letras de regulación monetaria, encajes, etc., la medición de efectos sobre la inflación subyacente evita las distorsiones que el IPC general contiene de manera implícita.
La inflación y la Argentina
En un reciente trabajo, Antonio Margariti explica claramente no sólo las diversas maneras de calcular un índice de precios sino que agrega a la discusión la particularidad del gobierno brasileño, que desde 1934 publica siete índices de precios distintos variando en la metodología de su obtención no en los datos relevados y dando así mayor transparencia.
Pero, como es de público conocimiento, la actual administración ha logrado pulverizar la tradición de seriedad y veracidad que ostentaba el INDEC. En lugar de hacer algo parecido a lo sugerido por Margariti, se hizo exactamente lo contrario: se buscó timar la confianza de analistas, inversores y del público en general, manipulando fuera de toda ortodoxia matemática uno de los índices más relevantes de la economía.
Quizá por aquello de que la política domina a la economía y en una vuelta de tuerca adicional y localista pasamos de índices de inflación general y subyacentes a la "inflación dibujada".
Podríamos afirmar que este argentinísimo índice busca, al igual que el subyacente, la eliminación de precios volátiles, pero con una particularidad: sólo de aquellos cuya volatilidad es positiva (aumento de precios como de la lechuga, de los zapallitos, etc.). Cuando, por el contrario, la misma es negativa (disminución de precio) el bien o servicio no sólo no es quitado de la base de cálculo sino que, si anteriormente se lo hubiera eliminado, se lo vuelve a considerar.
De manera adicional, el efecto "precio controlado" hace que el nuevo IPC carezca aún más de validez.
Anteriormente dijimos que se deben excluir del cálculo tanto los precios volátiles como aquellos que no reflejan las consecuencias de la oferta y la demanda administrados y concertados. Pero aquí se deja a estos últimos, de manera que gracias a una ponderación significativa los precios y tarifas congelados por el gobierno minimizan cualquier otro impacto alcista.
El control de precios no se limita exclusivamente a tarifas de servicios públicos sino que se incluye desde el pan francés hasta la mayoría de los commodities, abarcando de combustibles a alimentos incluida la carne. Se extiende hasta distorsionar la oferta, a través de retenciones, o la demanda, por medio de subsidios.
De esta manera, la inflación general es tan sólo un dibujo de la inflación real. Esto no es otra cosa que la racionalización de esa sensación que el público tiene cuando se publica mensualmente el IPC oficial e instintivamente lo considera una burla.
Pero mucho más peligrosas son las consecuencias en la gestión de gobierno. Si a partir de este índice de inflación general dibujado se busca obtener la inflación subyacente y con la misma se pretende aplicar políticas monetarias activas, entonces estamos sentados ya no sobre un barril de pólvora sino en un polvorín.
Hoy el BCRA trabaja en un proyecto para elaborar un índice de inflación subyacente ponderado por persistencia - IPCP. Según su presidente, de haberse utilizado este método para medir la inflación de los últimos meses, el alza de precios hubiera sido menor.
Pero, coincidiendo con D. Artana de FIEL, "la Argentina no sufre una mayor inflación por un ajuste de precios relativos, como dice el gobierno". Debemos mirar las desproporciones entre la excesiva demanda agregada y la oferta, así como el desmanejo de la política monetaria.
Cuando se calcula la inflación subyacente real, se toma conciencia del polvorín. Cuando ya no sea posible contener la realidad con los dibujos del INDEC, algo que más temprano que tarde sucederá, entonces habrá muchos que con cara de sorprendidos buscarán a alguien, preferentemente extranjero o con ideas económicas distintas, a quien echar las culpas, aun cuando quienes han armado este polvorín hayan sido ellos mismos.
GUSTAVO A. KÜPFER (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Economista e investigador asociado de la Fundación Atlas