Nunca es una buena idea intentar frenar las importaciones que provienen de un país determinado, sobre todo si se trata de una gran potencia emergente de las dimensiones de China, pero parecería que al gobierno del presidente Néstor Kirchner no se le ocurrió que nuestro ex "socio estratégico" podría tomar represalias por la decisión de obstaculizar la entrada de una amplia gama de productos manufacturados. Aunque las medidas anunciadas afectan a bienes de otros países asiáticos, ni el gobierno ni los lobbistas industriales que las festejaban dejaron duda alguna de que el blanco principal de su ofensiva era China, no la India o Taiwán, asegurando de este modo que el régimen chino reaccionara con indignación frente a un caso evidente de discriminación. Según un vocero oficial chino, "no es razonable ni aceptable" que la Argentina haya "tomado esas medidas sin previa notificación a China", violando así las normas de la Organización Mundial de Comercio. No resulta muy probable que los chinos se limiten a protestar ante dicho organismo. También podrían reaccionar dejando de comprar soja y otros productos agrícolas. Aunque por ser cuestión de commodities que se comercializan mundialmente, a la Argentina no le sería demasiado difícil encontrar otros clientes. Hasta que lo hiciera lo que exigiría muchos esfuerzos por parte del gobierno y de los exportadores mismos podrían mermar los ingresos procedentes de lo que es, al fin y al cabo, su producto más importante.
Hace menos de tres años, Kirchner creyó que China salvaría a la Argentina. No se equivocó: de no haber sido por el aumento del precio de la soja merced a la fuerte demanda china, el país no hubiera disfrutado de un lustro de crecimiento rápido. Sin embargo, aunque haya entendido que nuestra economía agroexportadora y la china, que tiene forzosamente que privilegiar las actividades fabriles, son complementarias, en aquel momento pasaba por alto que la alianza que tenía en mente sería incompatible con la de su gobierno con los sectores industriales más vulnerables que se habían visto beneficiados por el llamado "modelo productivo". Puesto que por motivos políticos comprensibles Kirchner teme enfrentarse con los fabricantes locales y le interesan muy poco las relaciones internacionales, era de prever que andando el tiempo haría suyas las quejas del lobby proteccionista por las supuestas prácticas desleales de los chinos que, injustamente, insisten en manufacturar buenos productos a precios muy inferiores a los exigidos por sus competidores de otras partes del mundo.
Aunque los costos en China están subiendo, la mayoría de los observadores da por descontado que en los años próximos su ofensiva exportadora seguirá cobrando fuerza y que dentro de dos o tres décadas su economía será la mayor del planeta, si bien el ingreso per cápita será mucho más bajo que el de los países avanzados. Dicho de otro modo, la "invasión" que tanto preocupa a los productivos nacionales es apenas un tanteo exploratorio en comparación con lo que vendrá más tarde, cuando la capacidad manufacturera china sea tres, cuatro o cinco veces más grande que la actual. También aumentará mucho la influencia de China en las instituciones internacionales que procuran manejar la economía mundial, al tratar de obligar a todos los países a acatar reglas comunes. Nos guste o no, tendremos que adaptarnos a las condiciones así supuestas, lo que es una mala noticia para las muchas empresas que dependen más de la protección que les brinda el gobierno, que de su propia capacidad para producir bienes de alta calidad a precios equiparables con los vigentes en el cada vez más competitivo mercado internacional. Puede que el gobierno de Kirchner y el de su presunta sucesora sigan dispuestos a subordinar casi todo a los intereses de empresarios que, para desesperación de quienes fantasean con el surgimiento de una "burguesía nacional" similar a la norteamericana, europea o japonesa, se resisten a mejorar sus métodos productivos, pero tarde o temprano llegará una nueva apertura que eliminará a los incapaces de ponerse a la altura de sus rivales foráneos que, de más está decirlo, incluirán no sólo a los brasileños sino también a los chinos y otros asiáticos igualmente competitivos.