La vida pública de Jorge Sobisch no pierde tiempo ni protagonismo para el partido que lo vio convertirse en lo que es. O en todo caso, su activismo final procura marcar a fuego la historia partidaria, de la misma manera que lo hizo con la historia política del Neuquén. Gran parte de estas energías parece consumirse en el compromiso asumido con la escena nacional, que con varios años a cuesta y abundantes recursos dio cuenta de una empresa extraordinaria, aunque no necesariamente exitosa. Es la que no se destacó por mostrar un rostro distinto, favorable a la tan mentada renovación de la política o en todo caso con un programa de políticas públicas que supere esa fraseología de libre mercado de un líder de la periferia política argentina en su lucha contra un centro todopoderoso. Eso sí, hasta el presente demostró una voluntad a prueba de todo tipo de desafíos. Y entre ellos, dificultades en la comunicación política para afirmarse como un líder creíble de cara a la opinión pública nacional que llevara a su vez la proa de su campaña presidencial a un aceptable posicionamiento electoral. Y hablamos de comunicación desde su propio verbo y no de la manera en que logró atraer comunicadores de provincias también algunos de predicamento nacional, para contar con espacios desde los cuales decir lo que piensa. Sólo basta mencionar los tres extensísimos reportajes que le hicieron en los últimos dos años Debate, el exclusivo semanario dirigido por Marcelo Capurro. Y encima ha fracasado en la mayor parte de los foros donde quiso reunir tropas con prosapia republicana. El último parece ser el que convocó a los peronistas "de Potrero", por la localidad puntana donde fundaron sus pretensiones varios líderes peronistas anti K.
El reciente compromiso asumido por la conducción del partido provincial presidido por su jefe partidario para que el sello del Movimiento Popular Neuquino se encime a la etiqueta del Movimiento de las Provincias Unidas resulta ahora un emprendimiento tan riesgoso como extraño, de los que le gustan jugar al propio Sobisch. El MPN, por primera vez en su casi cincuentenaria existencia como organización partidaria, tiene un candidato propio a presidente de la Nación. No cabe duda de que esta voluntad por quebrar un largo derrotero provincialista arrojará resultados ambiguos, si no negativos. Porque no se trata de elegir un presidente a través de la selección de ignotos candidatos para conformar un colegio electoral como ocurrió en las presidenciales anteriores a 1995. Tampoco de librar a su suerte a adherentes de opiniones diversas para que decidan a dónde llevar su voto. Ni siguiera dando a sus líderes el rol de orientadores para esas preferencias, aun con voces disonantes como en los tiempos de lucha por el liderazgo partidario entre Jorge Sobisch y Felipe Sapag. Ahora se trata de encolumnar un mundo partidario para que vuelque sus votos a favor de quien es tanto candidato presidencial, gobernador que no quiere cogobernar una transición y por sobre todo jefe partidario. En definitiva, se plantea tensar al máximo una organización que si bien ha sido victoriosa en cada contienda provincialista que le ha tocado enfrentar, la más reciente dio cuenta de que hubo mejores desempeños electorales. Y por si fuera poco, quedan dos elecciones simultáneas a las presidenciales: de legisladores nacionales y para intendente de la ciudad capital.
Lo cierto es que Sobisch está a punto de revertir una historia con un doble propósito: llenar su bolsa de sufragios presidenciales. Pero previendo que se convierta en un saco roto y por ende vacío de votos, acepte entonces jugar una partida no tan residual que le dé mayor tiempo político partidario y provincial para de esa manera marcar los límites del nuevo liderazgo partidario que pretende encarnar Jorge Sapag.
Jorge Sobisch es un actor de un partido para una democracia que mide todo a partir de los sufragios. Un fracaso electoral en la escena nacional puede no ser tan grave si el premio consuelo es un resto de capital para demostrar que aún cuenta con vida en la escena local. En definitiva, puede contentarse con seguir un camino que prolongue su agonía, como fue el de Carlos Menem a partir del 2003.
GABRIEL RAFART (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Profesor de Derecho Político de la UNC.