MADRID (DPA) - Las gafas de pasta dura, una voz profunda y una bufanda blanca son distintivos de Francisco Umbral, pero al escritor fallecido en la madrugada de ayer, en Madrid, se le recordará como sobresaliente cronista de la historia inmediata de España, un país que a diario desmenuzaba de forma devastadora desde una hoja de papel: su columna periodística.
Una insuficiencia respiratoria crónica hizo que fallara el corazón del también ensayista. Francisco Pérez Martínez, madrileño de nacimiento (1935, según coinciden diversas fuentes), creó un estilo propio, inconfundible y difícilmente imitable con sus columnas en las que recogía el acontecer diario con una ironía cargada de lucidez, pero también con un inusitado lirismo.
Pese a su brevedad y condición fugaz, elevó la columna periodística a la categoría de género literario. Autodidacta y profundo conocedor del castellano, era capaz como pocos de jugar a su antojo con la precisión y agudeza del idioma. Por ello, no titubeaba al afirmar que se consideraba "el mejor prosista español del siglo XX". "Sólo escribiendo se borra el peligro de la autosatisfacción", señaló poco después de que se le concediese en 1997 el premio Nacional de las Letras, aunque sin ocultar ese orgullo que marcó su carácter, añadió bromeando: "Ahora estoy en la edad de recibir premios. En este país te tienen que ver viejo y acabado para darte algo".
Un año antes le habían distinguido con el premio Príncipe de Asturias de las Letras.
Entonces su vanidad, forjada en una indiscutible genialidad, le llevó a afirmar cuando se le preguntó por el premio Cervantes, el más prestigioso que se otorga en la lengua castellana: "No me veo yo muy cervantino. Si hubiese un premio con el nombre de Quevedo yo sería el candidato idóneo. A mí "El Quijote", esa especie de biblia nacional que hasta Marujita Díaz señala entre sus libros favoritos, me gusta a ratos", dijo entonces, tres años antes de que se le otorgara el galardón.
Enseguida causó polémica entre sus incondicionales y sus detractores al asegurar de este premio que se trataba una victoria política más que literaria porque, según afirmó, "alaban mi estilo los que quisieran matar mi pensamiento".
Pese a los numerosas distinciones recibidas, tan sólo una se le resistió: un sillón en la Real Academia Española, lo que también fue materia de polémica. "Inconformista conservador", tal como él mismo se definía, nunca se ligó a ninguna tendencia política, aunque su afinidad estaba más próxima de la izquierda. Con la llegada de los gobiernos socialistas a la Moncloa en los años ochenta fue desmarcándose de los gestores de ese ideario y en su ensayo "Socialfelipismo" (1991) expuso su decepción por la oportunidad perdida. No obstante, siempre mantuvo una furiosa independencia ajena a cualquier intoxicación partidista, aun cuando colaborase con diarios de una línea editorial política definida como "El país", "ABC" y, finalmente "El Mundo".
Según la crítica, entre sus mejores libros figuran "Mortal y rosa", que recoge el dolor por la pérdida de un hijo a los cinco años, fruto de su matrimonio con Rosa España, con quien se casó en los años 50.
Umbral, que comenzó en el periodismo en "El norte de Castilla", donde el escritor Miguel Delibes fue uno de sus principales mentores, ligó la literatura a la memoria, ya fuese desde la crónica periodística, la novela o el ensayo biográfico como hizo con maestros como Ramón Gómez de la Serna en "Ramón y las vanguardias", con Valle- Inclán en "Valle-Inclán. Los botines blancos de piqué", con Larra "Anatomía de un dandy" o con Federico García Lorca "Lorca, poeta maldito".
Además se creó enemistades con libros como "La noche que llegué al café Gijón" o "El Giocondo", donde convierte en lectura más de una miseria del mundo literario. Profundo conocedor de los clásicos y gran admirador de Quevedo, aplicó su lengua viperina contra aquellos escritores que no gozaban de su aprecio y sonado fue cuando llamó aburrido a Benito Pérez Galdós, calificó de "escritor de mesa camilla" a Baroja y ensalzó a Quevedo muy por encima de Cervantes.
A los 72 años, este "dandy castizo", es autor de títulos como "Las ninfas", "Madrid, 1940", "Memorias de un joven fascista", o "La forja de un ladrón", entre muchos otros, pero sus más leales seguidores echarán de menos la cita diaria que mantenía con sus lectores desde la contraportada del "El Mundo", que ayer llevó en su tapa una de sus frases "La muerte es para los que quedan, un espectáculo para los demás".