A poco de las elecciones presidenciales de octubre, una de las características más lamentables de la política en la Argentina es la virtual falta de una oposición coherente y organizada que señale las innumerables fallas y violaciones a la Constitución en que ha incurrido el gobierno de Néstor Kirchner.
Ni siquiera el reciente triunfo del candidato opositor Mauricio Macri en los comicios para jefe de gobierno (alcalde) de la ciudad de Buenos Aires ha servido para unificar criterios y lograr al menos un acuerdo oportunista para enfrentar a la senadora Cristina Fernández de Kirchner, nombrada "a dedo" por su marido para intentar perpetuarse en el poder.
Las rencillas internas, los personalismos egoístas y las disidencias sobre las cuotas de reparto siguen influyendo para que personajes como el ex ministro Ricardo López Murphy, el también ex ministro Roberto Lavagna y la estridente y efectista Elisa Carrió, dirigente de izquierda, no se pongan de acuerdo para enfrentar, ya sea solos o en grupo, los planes de Kirchner. Naturalmente, todo ello hace vaticinar que, en las urnas, saldrá triunfadora la fórmula Kirchner-Cobos que propone el presidente. A río revuelto, ya se sabe.
No es la primera vez que este fenómeno ocurre en la política argentina, pero lo grave es que se produce cuando la pseudodemocracia está a punto de celebrar un cuarto de siglo como sistema en la Argentina.
Parecería que "nada han aprendido, nada han olvidado" los políticos argentinos, que siguen sin entender que una democracia no consiste solamente en un calendario electoral más o menos previsible sino, ante todo, en la formación coherente de una política de Estado que sea algo más que la alternancia en los cargos.
Con un Congreso reducido a ser un sello de goma para iniciativas presidenciales de dudosa constitucionalidad, como los "Decretos de Necesidad y Urgencia" (conocidos como DNU) con que gobierna Kirchner, esa pseudodemocracia se reduce a imitar vanamente gestos y actitudes que vienen de tiempos de Juan y Eva Perón o a repetir consignas vacías de contenido.
Kirchner ha logrado incluso dividir el radicalismo, comprando la lealtad de gobernadores de provincia de ese partido, que alguna vez se vanaglorió de ser el principal de la oposición pero ha caído en una alarmante decadencia, especialmente luego de las fallidas presidencias de Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa.
Aunque acosado por escándalos de corrupción que parecen sucederse cada dos días, Kirchner ha manipulado la incoherencia de los opositores en su beneficio y el de su esposa, mientras los opositores apenas si siguen denunciando con machacona insistencia que el presidente no ha dado cuenta de unos 500 millones de dólares presuntamente depositados en una cuenta suiza desde tiempos en que era gobernador de la provincia patagónica de Santa Cruz y nunca repatriados.
Ni siquiera los reclamos de la Iglesia Católica, que es un indudable factor de poder en la Argentina, sirven para conmover los cimientos de una casa opositora que se está viniendo abajo ante la indiferencia o la apatía de la mayor parte de los votantes argentinos.
Cabe preguntarse a qué obedece ese desinterés o esa incapacidad para organizarse sólidamente. Las razones son muchas: ante todo, un cierto cansancio o, lo que es peor, un cinismo que se traduce en dejar hacer, por aquello de que "más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer".
La esperanza de hace 25 años ha hecho poco por convertir a los argentinos en democráticos. Al contrario, parece haber una enfermedad cívica que les impide ver la realidad. Mientras tanto, el país debe dinero a todo el mundo, no paga sus compromisos internacionales (por ejemplo, a los tenedores de bonos o al Club de París) y sigue acumulando reservas en dólares por la coyuntura internacional favorable a sus materias primas, con lo que se crea la falsa ilusión de una creciente prosperidad que desmienten los precios internos de una inflación cada vez mayor.
No en vano el llamado "riesgo país" hace de la Argentina uno de los países menos confiables del mundo para inversiones extranjeras y se aleja cada día más de la posibilidad de salir adelante con apoyo de capitales foráneos.
La quiebra de los valores éticos y políticos del país es alarmante. Lo peor de todo es que a nadie parece importarle mucho. La historia dirá qué responsabilidad les cabe a los políticos opositores que hoy se debaten en peleas domésticas, más parecidas a rencillas de vecinas chismosas que a actitudes de madurez cívica.
RODOLFO A. WINDHAUSEN-Periodista argentino radicado en Estados Unidos desde 1978
Especial para "Río Negro" .