La decisión de demorar por un día la difusión del índice industrial correspondiente a julio reflejó la preocupación que con razón siente el gobierno frente a la desaceleración que está experimentando el sector que, a su juicio, debería liderar el desarrollo económico nacional. Conforme al INDEC, en comparación con el mismo mes del 2006, la producción industrial aumentó el 2,7%, lo que sería aceptable en un país ya próspero, pero resulta escaso para uno pobre que se ha acostumbrado a cifras llamativamente mayores. Lo que es peor, desde junio cayó el 2,1%. Para mitigar el impacto de tales estadísticas, el organismo agregó al índice habitual otro más positivo que excluye al acero, puesto que por "circunstancias excepcionales que ameritan un tratamiento ad hoc" lo juzgó conveniente, pero aun así la producción global resultó ser menor que en el mes anterior. Si bien nadie ignora que la merma se ha debido en buena medida a la crisis energética, que éste sea el caso no es motivo de optimismo. Aunque no se repitan las temperaturas muy bajas que se registraron en julio, es de prever que la falta de gas y electricidad siga planteando problemas muy graves en los años próximos, lo que con toda seguridad limitará la expansión industrial, porque sin energía resulta imposible producir.
No se trata del único obstáculo que nuestros industriales tendrán que intentar superar. Están agotándose los efectos beneficiosos de las inversiones importantes que se hicieron en los años noventa del siglo pasado, un período en el que se echaron las bases de la recuperación que se inició en el 2002, y no todos los empresarios confían tanto en las perspectivas futuras de la economía que están dispuestos a arriesgarse invirtiendo mucho más. Gracias a la inflación, la tasa de cambio ya dista de ser tan "competitiva" como fue en los meses que siguieron al colapso de la convertibilidad. Asimismo, los sindicatos, conscientes de que el gobierno será reacio a enfrentarlos en medio de una campaña electoral que podría resultarle más difícil de lo que hasta hace poco preveía, no se dejan intimidar tanto como antes cuando temían que en cualquier momento podría producirse otra crisis económica devastadora. Desde el punto de vista de los voceros industriales, pues, está conformándose un panorama nada prometedor.
Felizmente para ellos, cuentan con el apoyo decidido del presidente Néstor Kirchner, quien por razones ideológicas supone que a menos que la Argentina se erija en una potencia industrial no tendrá futuro y que de todos modos entiende que le conviene mantener su alianza estrecha con "los productivos" bonaerenses. Sin embargo, no hay mucho más que el gobierno pueda hacer para ayudar a la industria que no resulte contraproducente. Si devaluara nuevamente el peso, la inflación, que ya está cobrando fuerza a un ritmo alarmante, se dispararía. Puede seguir construyendo más barreras proteccionistas, ya que según dijo hace poco la secretaria de Industria, Leila Nacer, no permitirá "que las importaciones afecten la consolidación de este modelo productivo", pero además de correr el riesgo de sufrir represalias de los países damnificados, una mayor dosis de proteccionismo encarecería todavía más el costo de vida de la población sin que haya garantía alguna de que sus sacrificios sirvan para consolidar algo.
Muchos gobiernos de mentalidad similar al kirchnerista han procurado estimular la industria local manipulando la moneda y privando a los consumidores de la posibilidad de acceder a bienes de calidad alta extranjeros a precios razonables, pero a lo sumo lograron que los empresarios del sector disfrutaran de algunos años buenos en los que se las arreglaron para aumentar sustancialmente su propio patrimonio por ser la Argentina, como se ha dicho a menudo, un país de empresas pobres y empresarios ricos. Todavía es factible que en esta ocasión los resultados sean menos deprimentes, pero por excepcionales que fueran las circunstancias, el retroceso que se experimentó en julio con respecto a junio hace sospechar que el "modelo productivo" compartirá el destino nada exitoso de todos los demás ensayos industrializadores basados en un "dólar recontraalto", subsidios y medidas proteccionistas que se toman toda vez que productos foráneos resultan más competitivos que los locales.