como Agamenón para Homero, Jorge Sobisch es, en la Argentina, "el que de lejos manda". Nunca supe si el autor de La Ilíada hizo esa caracterización del jefe de los aqueos porque podía mandar sobre sus reinos mientras guerreaba contra Troya, pero se puede aplicar al rey de los neuquinos porque mientras recorre el territorio nacional para convencer a los argentinos de que él es el mejor, sigue mandando en Neuquén. Para eso tiene sobre Agamenón las ventajas que le dan el celular, los aviones y el presupuesto (de la campaña).
Manda pero no gobierna. A este fin tendría que estar en Neuquén, pero lo hemos dicho ya sólo viene de vez en cuando. Un acertijo que se podría iniciar desde algún programa bobo de la tevé podría preguntar para contestar en cinco segundos ¿dónde está Sobisch hoy?, con tres opciones: ¿en Potrero de los Funes?, ¿gritándole a Kirchner que es un cobarde trepado al portón de la residencia de Olivos? o ¿reunido con Jorge Asís para planear la campaña en el barrio porteño de Recoleta?
En alguna otra entrega de esta columna nos hemos referido a la psicología del líder neuquino. Si vamos a insistir en el tema es porque la gente de la Cámara de Comercio de Zapala nos hizo un aporte sustancial. Allá, en esa ciudad donde don Canáan Sapag, "El gran abuelo", decidió vivir a principios del siglo XX porque, dicen, en la de Neuquén había demasiada gente, hay quienes reivindican el sentido común.
Este diario publicó el miércoles pasado dos noticias que conciernen a Sobisch. Una, ilustrada con una foto en la que sobresalen Sobisch y José Brillo en amoroso diálogo, bajo el título: "El MPN llevará a Sobisch de candidato a presidente". Lo decidió la Junta de Gobierno en la que manda, de lejos o de cerca, el mismo Sobisch. O sea que el título más adecuado debió ser "Sobisch eligió a Sobisch candidato del MPN a presidente de la Nación". Aunque, hay que reconocerlo, sería una noticia atrasada porque eso ocurrió hace mucho tiempo.
Nueve páginas después, en la 15, aparece el presidente de la Cámara de Comercio de Zapala (que no es pariente de los Sapag, no está de más aclararlo), Sergio Díaz, exhibiendo una luminosa idea, cual es la de reclamar al gobierno provincial que "aplique el sentido común".
Díaz explica la conveniencia de reparar "el tramo de tendido férreo entre Zapala y la capital neuquina antes de seguir adelante con el proyecto del ferrocarril trasandino". (A principios de los setenta circulaba se arrastraba un tren de pasajeros por día, y los maquinistas neuquinos decían que ellos mismos habían señalizado con palos clavados a un lado de los rieles los tramos que estaban flojos)
La ilustración de la nota muestra el final, en medio del desierto, de los 20 kilómetros de vías construidos desde Zapala hacia la frontera. La foto, que es buena, da una sensación de tristeza.
Sobisch habló con autoridades nacionales de su trasandino. También lo hizo con el ex presidente de Chile, Ricardo Lagos. Y en busca de financiación para la obra dio la vuelta al mundo. Trató de interesar a portugueses, españoles, franceses, brasileños, chilenos, chinos, rusos, norteamericanos. El proyecto les pareció "muy interesante" a todos. Y no pasó más nada.
El trasandino que sí se construirá, o reconstruirá, porque ya se ha licitado luego de un acuerdo binacional, es el que saldrá de Mendoza. De modo que carece totalmente de sentido insistir en el del sur. La carencia de sentido involucra tanto al proyecto como a quien pretende, contra viento y marea, construirlo.
Es comprensible que quien se siente "un grande" quiera dejar, como sello de su gestión, una obra igualmente grande, sobre todo si lo que se puede mostrar al cabo de doce años de gestión es la multitrocha. Lo es porque, a la hora de "medirse" para las presidenciales de octubre, la candidata oficialista le gana 45 a 2. Con ese resultado, antes que agrandarse se achica todavía más.
Pero no se trata sólo del trasandino. Sostener, como lo ha venido haciendo Sobisch hasta hoy, que él será candidato a presidente o no será nada, para colmo con el añadido de que no sólo será candidato sino que será presidente, es una nítida señal de falta de sentido común.
Cuando esta carencia afecta a un ciudadano del común, quien debe resolverlo es un psiquiatra si el mal es grave. Pero todo cambia si el ciudadano en cuestión es un gobernante, porque el daño afectaría a la gestión y gravitaría sobre el tesoro del Estado. Una campaña que arranca desde cero, que debe crear un partido desde la nada, que dura años y que se intensifica en los últimos meses, cuesta muchísimo dinero y carga sobre los bolsillos de todos. Esa es la cuestión.