Como si el presidente Néstor Kirchner y su esposa ya no tuvieran que enfrentarse con una cantidad suficiente de problemas espinosos, entre ellos los ocasionados por la proliferación de escándalos vinculados con la corrupción y con las señales de que el "viento de cola" económico está por agotarse, la semana pasada sus comprovincianos santacruceños se las arreglaron para agregarle uno más. La conducta del ex funcionario kirchnerista Daniel Varizat, el hombre que en un rapto de agresividad arremetió con una camioneta contra un grupo de manifestantes, hiriendo a 17 personas, algunas de ellas de gravedad, fue plenamente comparable con lo que sucedió en Neuquén en abril, cuando en medio de otra protesta callejera un policía mató al activista docente Carlos Fuentealba. En aquella oportunidad, Kirchner no titubeó en responsabilizar al gobierno neuquino por lo sucedido y afirmar que Fuentealba "por pensar distinto fue fusilado". Pues bien: ¿cómo calificará lo hecho no por un policía de preparación rudimentaria y antecedentes dudosos, sino por un ex funcionario que durante años fue uno de sus colaboradores y partidarios más confiables? Luego de atacar con tanta saña a quienes "pensaban distinto", Varizat juró que temía ser víctima de un linchamiento. Haya exagerado o no el ex ministro de Gobierno de Santa Cruz, su intento de justificar lo que hizo nos dijo mucho acerca del clima que se vive en la provincia que muchos suponían sería un feudo kirchnerista inexpugnable.
Desde que Kirchner anunció que su esposa Cristina sería la candidata oficial a sucederlo, decisión que tomó por su propia cuenta sin perder el tiempo celebrando nada parecido a una elección interna partidaria, se han multiplicado episodios que en lo que suele llamar un "país serio" le garantizaría una derrota en las urnas. El más reciente, el estallido de furia que se produjo en Santa Cruz a raíz de una visita breve del matrimonio presidencial, le fue especialmente penoso a Cristina ya que sirvió para recordarle que una parte significante de la población de la provincia que gobernó su marido durante casi doce años lo odia, un sentimiento que con toda seguridad se ve reciprocado por un mandatario que en el transcurso de su gestión se ha hecho notorio por su escaso respeto por quienes se animan a contrariarlo. Así las cosas, Cristina no puede sino preguntarse si la evolución de la opinión pública santacruceña no presagia lo que ocurrirá en el país en su conjunto si es que triunfa en el domingo último de octubre. Aunque la provincia nativa del presidente se ha visto beneficiada por su presencia en la Casa Rosada, parecería que los favores que ha repartido no lo han ayudado a congraciarse con quienes en teoría deberían estar entre sus simpatizantes más fervorosos. En cuanto a la presunta popularidad de los Kirchner en otros puntos del país, a esta altura parece deberse menos a sus propias cualidades, que a las presuntas deficiencias de los candidatos opositores y a la convicción difundida de que sólo los peronistas están en condiciones de gobernar la Argentina.
Como ya es habitual, lo que más les preocupa a Kirchner y su esposa es la eventual incidencia de lo sucedido en la campaña electoral. Según parece, la torpeza de la ex ministra de Economía, Felisa Miceli, y la llegada a Aeroparque, con una valija que llevaba casi 800.000 dólares, del venezolano Guido Antonini Wilson, han provocado una leve baja del rating de Cristina en las encuestas, y sería asombroso que el comportamiento de Varizat, más la evidencia de que para muchos en Santa Cruz los Kirchner son personas non gratas, no lo erosionara un poco más. Con todo, si bien la primera dama todavía cuenta con un margen suficiente como para conseguir el triunfo que hace algunos meses pareció inevitable, de continuar estallando episodios negativos llegará el momento en que el resultado electoral más probable sería una derrota rotunda de la candidata oficialista. De ser así, al país le esperaría una transición sumamente difícil. Puesto que incluso cuando todo pareció favorecer su "proyecto" personal, a Kirchner le encantaba hacer gala de su "dureza", se teme que de encontrarse en una situación imprevistamente adversa podría ir a virtualmente cualquier extremo a fin de aferrarse al poder.