El sol aparece tímidamente entre las nubes en Ea, un pequeño pueblo costero del País Vasco, en el norte de España, donde la piedra es la protagonista de callejuelas estrechas, casas y el antiguo puente que une las dos partes de la localidad.

Junto al río Ea, al mediodía de un domingo de verano, vecinos de este pintoresco pueblo vizcaíno, situado a unos 40 kilómetros de Bilbao, y personas procedentes de otros lugares del País Vasco ocupan las mesas de un bar, toman café, un "pintxo" o una cerveza.

"Euskal presoak, etxera!" (Los presos vascos, a casa). El grito, al unísono, rompe la tranquilidad del lugar, desde donde se aprecia la estrecha ría que el Ea forma en su desembocadura y la playa, entre montes y vegetación, en la que un par de grupos de niños vigilados por sus padres disfruta del agua y de la arena.

En la terraza del bar, las conversaciones se interrumpen, pero nadie mira directamente al grupo de unas veinte personas que, carteles en mano, avanza junto a ellos en fila. "Euskal presoak, Euskal Herrira!" (los presos vascos, a Euskal Herria).

Las mismas palabras que gritan los componentes del grupo mayores de sesenta, cuarentones, treinteañeros y jóvenes, algunos con apariencia de ser menores de 18 años van impresas en negro sobre telas blancas que, a modo de bandera, rematan los palos que sujetan.

En ellas aparece también el dibujo de Euskal Herria: el País Vasco, la vecina Navarra y el País Vasco francés, el territorio que el independentismo reivindica como propio de un País Vasco independiente por el que la organización separatista vasca ETA ha matado a más de 800 personas desde 1968.

Algunos portan además mástiles en cuya punta van pegadas fotografías de quienes ellos definen como "presos políticos": miembros o colaboradores de ETA condenados por actos terroristas o por colaboración con la organización y que se encuentran dispersos en cárceles de fuera del País Vasco.

Estos familiares, amigos y simpatizantes de etarras presos exigen así el acercamiento de los reos al País Vasco y el final de la política de dispersión que se mantiene desde que la instauró, a finales de la década de los 80, el gobierno socialista de Felipe González con el argumento de evitar que ETA impidiera mediante coacción la reinserción de sus presos.

Ese cartel es el símbolo más visible de la "izquierda abertzale", la independentista radical. Cuelga de balcones en determinadas zonas de las tres capitales vascas Vitoria, Bilbao y San Sebastián. Y en sus bastiones, poblaciones pequeñas y medianas gobernadas tradicionalmente por los proetarras, es prácticamente omnipresente.

El grupo sigue pasando mientras grita la consigna como una sola voz. Lo hace de forma tranquila, con los gestos de quienes están acostumbrados. Y las personas que se sientan a las mesas junto al río permanecen también en la actitud de quienes han presenciado la misma escena infinidad de veces. No miran, no hablan. Cuando la comitiva se aleja, la vida junto al río se retoma a la hora del aperitivo.

"Uno tiende a mimetizarse con el paisaje", explica un profesor de la Universidad del País Vasco (UPV) que prefiere que su nombre no aparezca impreso.

En el País Vasco, los políticos del Partido Socialista (PSOE) y del Partido Popular (PP) viven en una situación de continua amenaza por parte de ETA y su entorno que los obliga a llevar escoltas. Las intimidaciones alcanzan ahora también a los miembros del Partido Nacionalista Vasco (PNV), el principal del gobierno tripartito regional.

Pero los no nacionalistas de a pie, gente que no vota nacionalista y tiene profesiones ajenas a la palestra política y mediática, tampoco lo tienen fácil en estos feudos tradicionales del independentismo radical: la estigmatización y el amordazamiento de sus ideas se ciernen sobre ellos.

La simbología independentista proetarra es omnipresente en estos bastiones de tamaño pequeño y mediano. Y la gente de a pie que disiente de la ideología mayoritaria nunca lo hace en público. "En una espiral del silencio, tiende a ocultar sus propias posiciones políticas para no resultar disonante con lo que impera en el medio ambiente en el que vive", explica el profesor de la UPV.

A las fotos de etarras muertos o presos pegadas en las paredes de las calles y a las pintadas usuales con las palabras "Gora ETA" (viva ETA), "autodeterminazioa" (autodeterminación) o "demokrazia" (democracia) se han sumado en los últimos meses las que hacen referencia al "robo de votos" a Acción Nacionalista Vasca (ANV), el partido que tras la prohibición de la formación sucesora de la ilegalizada Batasuna (Unidad), el brazo político de ETA, aglutinó el voto de la izquierda independentista radical allí donde la Justicia española permitió su concurrencia a las elecciones municipales del 27 de mayo.

De 256 listas, la mitad fue anulada por el Tribunal Supremo, al considerar que suponían una sucesión de Batasuna o estaban "contaminadas" por ésta, una medida que los independentistas consideran una "usurpación de la voluntad del pueblo vasco".

Un cartel a la entrada de Ea, de unos 800 habitantes, recuerda "el robo de votos a la izquierda abertzale", explica convencido Asier, un treinteañero de visita en la localidad. "El pueblo debe tener voz", dice en un castellano con el que tiene problemas de expresión, porque para este joven "euskaldun" (vascoparlante) e independentista, su vida cotidiana transcurre a diario en euskera.

Como en Ea, en la localidad vizcaína de Ondarroa hay carteles escritos a mano con el cómputo de las elecciones municipales de mayo. También en este pueblo pesquero de unos 10.000 habitantes, bastión tradicional de la izquierda independentista radical, se ilegalizó la lista de ANV.

Los votos nulos, 2.195, se contabilizan en esas pancartas como votos de ANV, siguiendo la consigna de la izquierda independentista donde se prohibieron las listas. De no haber sido anulada, en Ondarroa, un pueblo en el que se resume la aspiración política de la mayoría con la palabra "autodeterminazioa" escrita en grandes letras en el dique frente a la playa, la lista de ANV hubiera barrido con mayoría absoluta.

Las calles del pueblo, en el que hasta los inmigrantes senegaleses que trabajan en el mar hablan euskera, están llenas de carteles con simbología independentista y proetarra y fotografías de presos de ETA. Junto al río, cerca de uno de los carteles que denuncian el "robo" de sufragios, se observan las huellas que la noche anterior dejó la "kale borroka", la "lucha callejera" de jóvenes proetarras: un cajero automático del BBVA está completamente calcinado.

Que una bandera española ondee, como ocurre en el resto de España, en el ayuntamiento de pueblos como Ondarroa o Ea es simplemente impensable.

"Es como si todo el pueblo fuese de Batasuna", dice el profesor universitario. "Cuando no están presentes unos símbolos y estamos absolutamente atiborrados de los otros, se niega la existencia de una parte muy importante de la sociedad vasca".

Más allá de los votos nulos que la "izquierda abertzale" contabiliza como propios para reclamar el poder en el ayuntamiento, en Ondarroa más de 1.200 personas votaron a los partidos nacionalistas democráticos. A las formaciones nacionales, el Partido Popular (PP) y el Partido Socialista (PSOE-PSE), las apoyaron sólo unas 300 personas. "Pasan verdadero apuro a la hora de ir a votar porque sienten que incluso por la cara van a saber que no son de los suyos", dice el profesor de la UPV sobre quienes apoyan a los partidos nacionales en lugares de predominio "abertzale".

En todo el País Vasco, los más de 73.000 sufragios obtenidos por ANV donde pudo presentarse sumados a algo más de 83.000 votos nulos, allí donde sus listas fueron proscritas permiten estimar que algo más del 15% de la población apoyan a la izquierda radical vasca. En los porcentajes oficiales sin contabilizar votos nulos como votos a ANV el apoyo es del 7,40%.

A las fuerzas nacionalistas democráticas las votaron algo más del 41% de los electores, frente a casi el 40% que les dio su sufragio a los socialistas o al PP. "Hay muchos lugares en el País Vasco en los que el predominio de no independentistas es absoluto, son gente que se consideran vascos, por supuesto, pero también españoles", dice el profesor.

En Ondarroa, de los 13 concejales electos en los comicios del 27 de mayo, sólo el del PP recogió sus credenciales. El miedo y el hostigamiento de ANV alejaron al resto y, al no poder formarse el nuevo ayuntamiento, tuvo que constituirse una gestora que ha empezado a gobernar con fuerte acoso y hostigamiento de los "abertzales".

"Zer nahi duzue?" (¿qué queréis?). La procedencia de los dos visitantes que pretenden comer en uno de los restaurantes de Ondarroa queda clara al responder en castellano. Pese a ello, la mujer tras la barra del local, en el que también está presente el cartel que pide el acercamiento de los presos de ETA, vuelve a hablar en euskera. Del movimiento de sus manos se interpreta que arriba hay mesa libre.

El gesto adusto cambia cuando los comensales pronuncian un par de frases en euskera. Y a partir de ahí y tras la sorpresa inicial, ofrece una sonrisa y pronuncia lentamente frases cortas para que los visitantes comprendan. Ahora sí. Si es necesario, cambia al castellano en un comedor en el que, como en el resto del pueblo, sólo se habla vasco.

"El respeto es importante", dice una joven de la localidad guipuzcoana de Deba, a 15 minutos en coche de Ondarroa, cuando se le relata el cambio de actitud en el restaurante de Ondarroa cuando los "españoles" se lanzan a hablar euskera. "Algunos de Madrid vienen aquí con una actitud como si todos llevásemos metralletas", explica. "Yo me llevo bien con 'españoles' que veranean aquí, mientras haya respeto todo va bien. Y para eso es mejor no hablar de política".

Lo que no deja de ser, en palabras del profesor universitario, una "enorme anomalía desde el punto de vista democrático".