En medio de la faramalla desatada porque un viajero quiso entrar a este país sin avisar que llevaba 800.000 dólares en una valija, pocos periodistas han dedicado el tiempo suficiente al análisis del gasto ocasionado al Tesoro nacional por el contrato del avión en el que viajó, al parecer de colado, el aludido viajero. Para el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, ese gasto fue indispensable.

Ya con sólo ver la foto del personaje, y saber que vive en una residencia de más de un millón de dólares encerrada en un country de Miami, debería bastar para que en cualquier oficina de migraciones lo detengan en averiguación de antecedentes (si las policías hacen eso con los pobres, por qué no hacerlo de vez en cuando con un rico, sobre todo cuando sus características fisonómicas encuadran en los estudios criminológicos de Césare Lombroso).

Mucho, pero mucho más cuando el sujeto viene de muy lejos, viajando de colado (o sea, sin pagar) en un avión cuyo alquiler cuesta 90.000 dólares, que es mucha plata en un país con millones de ciudadanos sin trabajo y superpobres, a pesar de que la moneda estadounidense esté un poco floja. Para peor, llegando a las dos de la mañana, una hora en que los vistas de aduana duermen o bien dormitan en un sillón (eso creía Antonini) y cuando el pasajero se aproxima le hacen un gesto con la mano que quiere decir "pasá".

El firmante de esta nota se considera más autorizado que cualquier otro periodista para escribir sobre el Cesna Citation que transportó a una versión latinoamericana de la Armada Brancaleone, porque una vez viajó en un avión de esos. Lo hizo también sin pagar y gracias a una petrolera tan importante como Pedevesa. De modo que manos a la obra.

Nada hay, en particular, contra el avión en sí mismo. Sí contra los motivos invocados por el gobierno argentino para contratarlo. Quien habló del asunto fue Alberto "Tengo Respuestas para Todo" Fernández, quien dijo, palabras más o menos, que fue indispensable alquilar ese vuelo porque son escasos los regulares a Caracas. Con ese argumento quiso dejar a salvo del castigo que tocó a Claudio Uberti, un comodín del kirchnerismo, al presidente de la estatal Enarsa, Exequiel Espinosa.

La participación del amigo Antonini en el vuelo y, eventualmente, que él fuera el responsable de la valija ha llegado a un grado tal de misterio que sería dable suponer que, en realidad, Antonini no existe porque murió hace mucho y que la persona que realmente viajó con su identidad como invitado de Uberti fue el más amigo Luis D'Elía, ministro sin cartera, pero con valija, del gobierno nacional.

Se puede justificar la contratación de un avión privado si se tratara de un viaje a, digamos, Kabul, capital de Afganistán. Como debe saberlo Fernández, los vuelos a esa ciudad son escasos y complicados. Pero y lamentamos disentir con el jefe de Gabinete no es el caso de Caracas.

Por tal motivo, y como una muestra más del espíritu de colaboración con quienes velan por nuestros destinos que guía a esta columna, nos hemos permitido elaborar un informe para el licenciado Fernández que, esperamos, le sea útil toda vez que un funcionario oficial deba viajar al exterior. Creemos que así se podrá sumar un grano de arena (que en la Patagonia abunda, sobre todo cuando arrecia el viento que viene del oeste) a la política de restricción de gastos que el gobierno decidió emprender para tratar de aligerar los efectos de la crisis financiera mundial que se ha desparramado por el planeta con vértice, cuando no, en los Estados Unidos.

Desde ya, y como es obvio, el ahorro puede ser considerable no sólo por el riesgo de que a las costumbres dispendiosas de Exequiel se sumen otros funcionarios, sino también porque los viajes pueden ser mucho más largos. Si, por ejemplo, una ida y vuelta a Caracas cuestan noventa mil dólares, a Kabul el costo debe de ser el triple, sin contar los 18 dólares que la compañía concesionaria del grupo Eurnekian cobra en Ezeiza en concepto de tasa de aeropuerto (a lo que se suma una sobretasa de los concesionarios de negocios gastronómicos, a quienes hay que dejarles cinco pesos por un cafecito).

Las tarifas son, por supuesto, en clase económica, lo que significa que uno va sentado apretando las rodillas sobre el respaldo del asiento delantero y con el camino abierto para ir al baño siempre que las azafatas no lo bloqueen con el carrito. Pero es seguro que, aunque el presidente Kirchner no ponga una mano (menos las dos) en el fuego por ellos, no habrá funcionario que, puesto en marcha el plan de ahorro, se resista a exhibir su patriótica vocación por la austeridad. Y ni siquiera se puede descartar que Uberti también se sienta convocado y les regale a los pobres sus trajes de dos mil dólares.

Yendo a las ofertas, y para empezar con lo nuestro la española Aerolíneas Argentinas tenemos que los vuelos a Caracas se inauguraron el 4 de abril de 1975, cuando a Francisco Franco le quedaba poca vida y a Isabel también, aunque en su caso se trate de vida política. Ahora esa empresa ofrece vuelos a Caracas con atrasos a 637 dólares ida y vuelta. Multiplicada por tres (los nombrados Espinosa y Uberti, y Victoria Bereziuk, de quien no se sabe a ciencia cierta por qué viajó) el costo total del vuelo saldría 1.911 dólares. Redondeando en dos mil, con un sobrante para el taxi, se ahorran 88.000 dólares.

Otras compañías que vuelan a Caracas son Copa Airlines, American Airlines y Lufthansa. Pero se puede averiguar también en Aeroméxico, la brasileña Varig y la chilena LAN. Hay menos opciones en nuestros vuelos domésticos, en manos de una sola empresa.