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Ya que no podemos cambiar el mundo cambiemos de tema”, decía Mafalda, y tenía razón: si se piensa en las incontables idas y vueltas de la oposición en procura de la mentada “unidad”, el cansancio termina por dominar la escena y es mejor hablar de otra cosa. ¿Qué tal de la no menos famosa “transición” Sobisch-Sapag? “Acción y resultado de pasar de un estado o modo de ser a otro distinto”, acusa la definición de “transición” en el diccionario. Pero, ¿entraña realmente el jorgesapagismo un estado o modo de ser distinto del sobischismo? ¿En qué medida? Es cierto y ostensible que existen marcadas diferencias de estilo entre Sapag y Sobisch. El primero es más culto y mundano; tiene un trato cordial, casi diplomático, propio de alguien a quien le ha tocado en suerte frecuentar ambientes socialmente más privilegiados –San Isidro, el Senado– que los potreros polvorientos de Villa María y la costa brava del río Limay. También, muestra en todo momento una consideración con sus interlocutores, sean estos humildes o pretenciosos, propia de quien ha sido educado para agradar. El segundo, en cambio, parece solazarse en demostraciones más groseras de poder. No sólo quiere tener razón siempre, se afana porque se note y, cual pibe de barrio, puede salir a mojarle la oreja al que se atreva a contradecirlo. El primero es un sobrio Mercedes oscuro; el segundo una chata cromada, con ruedas patonas y escape libre. A uno lo apasiona más que ninguna cosa hablar de sí mismo –su palabra preferida parece ser “yo”– y frecuentemente tiene dificultades para advertir la presencia de los otros. Sapag se sonroja con tamañas torpezas y se esfuerza por mostrarse servicial con el prójimo. Su lema parece ser “póngase cómodo, justamente estaba pensando en usted”. Pero, más allá de estas indudables diferencias, ¿representan estos dos hombres que han consumido en la misma cofradía política buena parte de su vida pública, proyectos realmente opuestos o siquiera diferentes? Hay motivos para dudar que eso sea totalmente así. Resulta bastante evidente que si bien son dos personalidades diferentes y aún antitéticas en modales y gustos, existen entre ambos fuertes nexos, para no decir intereses, que los mantienen y acaso los mantengan fuertemente asidos en los próximos meses, quién sabe años. En ese contexto, lo de la “transición” no debe verse como algo tormentoso sino más bien como un puente de plata entre dos gestiones de raigambre diferente en sus gestos, pero al fin y al cabo primas hermanas. De un tenor tal que sus principales protagonistas no se podrían ignorar totalmente el uno al otro sin dañarse a sí mismos. De otra forma no se podría entender, por ejemplo, lo ocurrido esta semana, en que Sapag dio a conocer ,“con absoluta prescindencia” del gobernador, una lista de candidatos a senadores y diputados cuyos integrantes ratifican por sí mismos la vigencia de la sociedad. En estas circunstancias, cualquiera puede preguntarse cómo hará Sapag para desarrollar la política de colaboración con el gobierno nacional –totalmente opuesta a la de camorra y chicana desplegada por Sobisch– que ha venido prometiendo, con actores identificados con la oposición al kirchnerismo. Con personas que hasta ayer eran activas promotoras de la candidatura presidencial del archiopositor césar neuquino. Para no ser confundido con su antiguo socio, Sapag suele recordar que, aún cuando tenía la reelección asegurada, se apeó tempranamente del tranvía sobischista y comenzó a trajinar el llano para construir un poder alternativo al oficial. Es verdad, pero no es menos cierto –ni sorprendente– que no haya sabido ¿podido? profundizar esa alternativa. En los hechos, el candidato se cuidó muy bien de cruzar al gobierno por algunos de sus actos más polémicos y se contentó con señalar alternativas por la positiva. Todo, se sugería por lo bajo, para no despertar al monstruo antes de tiempo. Así fue con la interna y también con la elección general, al punto que ahora sólo queda rezar para que la promesa, al menos, se concrete después del 10 de diciembre. Por lo pronto, el dispositivo que Sapag ha ideado para un traspaso con las cuentas claras, la dichosa “transición”, se viene revelando ardua. Por lo que ha trascendido hasta ahora, los primeros escarceos han sido del todo infructuosos, porque la curiosidad sapagista se ha estrellado contra un muro de acero: no hay información para nadie si no lo autoriza el gobernador. Inclusive, se llegó a decir públicamente que será Sobisch quien informe cuándo habrá quórum para comenzar a desatar el paquete. ¿Será antes del 11 de diciembre? No es la única dificultad, ni siquiera la más grave que plantea la “transición’”. Todo indica que Sobisch se presentará finalmente como candidato a la presidencia, acaso con su compinche menemista Jorge Asís de escudero, ya que la fórmula del peronismo residual parece reservada a Alberto Rodríguez Saá, uno de ellos en serio. Si, como todo lo indica, el actual gobernador cumple con este caprichito, su sucesor local se verá envuelto en un grave problema: ¿qué candidato a presidente llevará el MPN? Para dilucidar este entuerto hay tres posibilidades: patear el tablero, agachar la cabeza o arreglar un empate técnico. Seguramente el actual gobernador pujará para que “su” partido lleve la fórmula Sobisch-Asís, pero para Sapag esto es un drama. Uno de sus principales aliados, el gremialista Guillermo Pereyra, está empeñado en tejer una buena relación con Kirchner para hacerse de la federación de petroleros, por eso necesita que el MPN empuje la fórmula Cristina-Cobos. Inclusive esto podría ser lo más redituable para el propio Sapag, dadas sus aspiraciones de buena vecindad con el kirchnerismo. Pero, claro, no sería del agrado de Sobisch. En plan cáustico el gobernador dijo, cuando se lo consultó sobre el tema, que le gustaría que Sapag lo votara pero que el suyo “es un voto”, como si el gobernador electo fuera un convidado de piedra en su propio partido. Es probable que en este espinoso asunto se termine imponiendo la salida que mejor cubriría las apariencias: libertad a los afiliados para que voten al candidato que les plazca. Pero, de ser así, de nuevo se parecería más al puente de plata que a la mentada transición entre dos cosas diferentes.
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