La política tiene bastante de juego de ilusionismo. Las palabras, los gestos, las actitudes, causan en su ámbito efectos plausibles. El poder puede crearse o disolverse en poco tiempo, y más por efecto de la habilidad o necedad de los protagonistas que por razones materiales, aunque éstas marquen siempre la frontera de lo posible.
La gestión pública, en cambio, es el señorío de lo real. Allí, tarde o temprano, las palabras y los gestos terminan rindiendo examen ante el tribunal de la eficiencia. Difícilmente una mala gestión pueda disimular durante mucho tiempo la insatisfacción de sus destinatarios. Al menos, eso sucede en sociedades con capacidad de evaluación y reacción, y no en aquellas con sumisión feudal.
Esta ausencia de paralelismo entre la política y la administración estatal es lo que coloca al radicalismo de Río Negro en una situación incómoda: en política, el partido que gobierna desde 1983 ha demostrado llevar la delantera por varios cuerpos a quienes han sido sus oponentes. En gestión pública, para pesar de los rionegrinos, el saldo de estos años es una provincia endeudada, desfinanciada, con un Estado sobredimensionado y que sigue creciendo, y un déficit de infraestructura y de servicios públicos que nos ha llevado a bajar varios escalones en el ranking de estados argentinos.
Hoy, en varias áreas la estructura del Estado está tan agigantada en relación a la calidad de los servicios que presta que podría decirse que no se “auto-justifica”, sino más bien que se mira el ombligo más que al bien general que le da sentido. En esos sectores, los espacios políticos han copado a los niveles de gestión, con pobres resultados para el sector privado, para los usuarios de servicios y para la ciudadanía.
Este es el punto por el cual hoy, Miguel Saiz y su equipo exhiben la suficiencia de quien gana elecciones aun soslayando mecanismos de democracia interna partidaria y normas de transparencia en la función pública que mandan la escisión entre partido y gobierno. Pero, por otra parte, enfrentan problemas serios sin saber cómo resolverán el funcionamiento mínimo del Estado en el futuro próximo.
Durante ciento cuarenta años, los partidos políticos no tuvieron en la Argentina reconocimiento constitucional. Sin embargo, existieron, al punto de constituir organizaciones de gran influencia, eje de la vida de las instituciones aun en los largos períodos en que no hubo democracia en las instituciones del Estado.
Por alguna razón inasible, su incorporación a la Constitución nacional en 1994 coincidió con el momento en que se licuaban como estructuras orgánicas, absorbidas por los espacios políticos que tan bien define Gabriel Rafart: el tiempo de los espacios políticos, afirma, “pertenece a la modernidad líquida, donde todo fluye, donde todo se consume, hasta el mismo tiempo del exitismo político. Como todo es presente, en un mismo acto se compra y se vende el poder de los votos. Es un tiempo de elecciones permanentes, por eso su encuentro con la encuestocracia. Las biografías y las representaciones del pasado desaparecen. La memoria se desvanece”.
Lejos de las lealtades y convicciones que llevaron a muchos a morir o matar por la cosmovisión que representaba un partido, hoy quien tiene “la manija” del Estado apuesta a conservarla estructurando sin más el “partido de los que ganan”.
Quienes no la tienen, se dividen entre aquellos que buscan “sumarse a ganador” haciendo cabriolas ideológicas cada vez menos ingeniosas, y quienes se atrincheran en la resistencia del “partido opositor”, pensando en ser eventual relevo. Pero los tiempos de la alternancia se prolongan tanto como la adolescencia, y suelen contarse por décadas. La desazón empuja a muchos a optar por la primera alternativa, y deja a quienes mantienen voces críticas en la insólita condición de “desheredados” del poder. De “patitos feos” de la laguna. Como si no estar de acuerdo fuera un defecto, y como si perder elecciones fuera infeccioso.
Así las cosas, los partidos políticos parecen cada vez más una mera habilitación para competir en elecciones. Algo así como un “número de CUIT” que ha costado trámites conseguir, y que –en virtual desuso para la vida diaria– se vuelve requisito indispensable a la hora de presentar una lista.
En este marco, la política marcha por carriles muy ajenos al marco jurídico construido durante decenios. Y si es habitual en otros campos que las leyes tengan una evolución más lenta que los fenómenos sociales, en este caso la brecha resulta asombrosa.
De allí se deriva la inmensa cantidad de causas judiciales que se inician a cada paso por la falta de congruencia entre las acciones políticas de práctica, y las normas que tienen vigencia y a las que deberían ajustarse los usos y costumbres.
Ya no hay proceso electoral pacífico. Y todo desacuerdo se “judicializa” sin que por ello se acreciente la convicción de que alguien –el Poder Judicial, en el caso– vaya a mover un dedo para obligar a que todos los actores políticos respeten a pie juntillas el marco jurídico. ¿Quién pondría el cascabel al gato en semejante berenjenal?
• La Convención radical rionegrina definió ayer alineamiento y candidatos, acusando a la conducción nacional del partido de “perdedores” y ratificando que Cristina Kirchner es quien mejor representa sus convicciones en materia de presidente.
• El diputado nacional Fernando Chironi dio debate sobre tal alineamiento, en defensa de la posición definida por la Convención Nacional de la UCR.
• La Justicia dejará sin efecto esta semana la medida precautoria que suspendía la intervención al radicalismo provincial decidida por la Convención Nacional.
• Intervenido el partido, los radicales K deberán ver qué “CUIT” partidario toman para octubre.
• Todas las elecciones municipales convocadas para el 2 de setiembre irán camino a “judicializarse” por el mismo motivo.
• En tanto, está pendiente la resolución judicial sobre la impugnación radical a la fecha fijada por Carlos Soria para la elección municipal en Roca.
• El domingo próximo, el partido Justicialista decidirá en elecciones internas sus candidatos a diputados nacionales para competir en octubre.
• El sector de Osvaldo Nemirovsci coquetea con crear un espacio “kirchnerista puro” –como gusta llamarlo– para lo cual podría usar el “CUIT” del partido que lidera Osvaldo Muena.
• Peronistas disconformes podrían acudir a los comicios con el “CUIT” del ARI.
• El PPR, la Democracia Cristiana, el MID... todos los partidos con habilitación son hoy mirados por los distintos sectores, en busca de un lugar en la línea de largada.
Los cambios en la política son, como en otros campos de la realidad, incuestionables. Pueden recibir elogios o críticas, pero están allí, a la vista de todos. Son.
Lo que queda por saber –y los comicios que nos quedan por vivir este año pueden ser reveladores sobre el tema– es qué efectos causarán estos cambios en la ciudadanía rionegrina. Si incentivarán la participación política o si -por el contrario- acentuarán la brecha ya preocupante entre dirigencia y electorado, aumentando la “profesionalización” de la clase política y la indiferencia anómica de grandes franjas de la población.