"No me pregunten más si gano, muchachos. Ustedes saben perfectamente que gano", dice Carlos Menem a los periodistas mientras su pequeña figura parece diluirse en la caja de la inmensa camioneta con la que peregrina lentamente por la capital riojana.

Lo aprietan. Lo tocan. Tira besos y, como en aquel "menemóvil" que en junio del '88 le cediera la empresa Urquiza para que comenzara a ganarle la interna a Antonio Cafiero en el conurbano bonaerense, abre los brazos a modo de bendición, turnándose de derecha a izquierda. Le toca la nuca a su hijo "Gran Hermano" Carlos Nadir. Abraza a Zulemita. El sol le pone color a la testa del ex presidente. El viento zonda la esmerila. Los pómulos lucen rojos, tirantes. Lo que queda de la melena quiroguiana que otrora se esmeró en copiar es blanco, muy blanco. Manos trabajadas. Anillos. La mirada luce muy enjuagada. A su lado, Carlos Nair no es el pibe seguro de la tevé. Mira. Sonríe. No descuida la política gestual del padre, casi como esperando órdenes de él. Y el padre lo agarra de la muñeca. Lo pone a su lado.

Menem no ha dado, al menos hasta hoy, conferencias de prensa individuales. Pero no se permite descuidar a la prensa a pesar del revoltijo de gente.

¿Cómo están las relaciones con Sobisch? alcanza a preguntarle este diario

Bien, bien... gran gobernador, gran político

Pero, me refiero..

Es inútil. Menem recupera su vertical. Apoya los codos sobre el techo de la inmensa camioneta. Manda el saludo, la bendición.

¿Cómo hará para crear los 20.000 puestos de trabajo que prometió? le pregunta un colega de una emisora porteña.

Trabajando sobre el perfil industrial de la provincia... ya nos dio resultados antes.

¿Por qué está tan seguro de ganar?

Porque los riojanos están cansados de perder; porque saben que yo no los traiciono.

Alguien quiere preguntarle algo sobre Kirchner, pero es en vano. Menem sigue distribuyendo besos, bendiciones...