En otros tiempos, se esperaba con interés la divulgación por el INDEC del índice de inflación para el mes anterior por su relación evidente con la marcha de la economía. Incluso cuando nos gobernaba un régimen militar, se daba por descontado que dicho índice reflejaba la evolución de los precios minoristas, puesto que era apenas concebible que sería tan irresponsable como para intentar tergiversarlo. En la actualidad, el guarismo que se difunde sólo sirve para mantenernos informados acerca de los deseos del gobierno, ya que muy pocos creen que tenga mucho que ver con la realidad. Así, pues, se toma el aumento del 0,5% que fue atribuido a la inflación minorista para julio por evidencia de que el presidente Néstor Kirchner está resuelto a mantenerse en sus trece y a seguir manipulando el índice, haciendo caso omiso de las críticas formuladas por virtualmente todos, salvo los integrantes de su propio entorno, acaso por estimar que los beneficios financieros supuestos por la reducción del valor de los bonos ajustables serán más que suficientes como para compensar los costos provocados por la pérdida de confianza de los inversores. Por lo demás, aquel 0,5% parece confirmar que el nuevo ministro de Economía, Miguel Peirano, no tiene intención alguna de buscar una contrarreforma del INDEC para que en adelante sus informes sean dignos de confianza. En cuanto a la inflación real, las opiniones de los especialistas están divididas, aunque la mayoría de los economistas cree que en julio se aproximó al uno por ciento y sospecha que la tasa anual ya ha alcanzado el 20%. En vista de los estragos que la inflación crónica provocó entre los años cincuenta y el comienzo de los noventa del siglo pasado, el regreso del fenómeno es alarmante.
Entre los más preocupados por la voluntad oficial de reemplazar la economía que efectivamente existe por otra ficticia en la que la inflación, como la falta de energía, es a lo sumo un problema coyuntural menor, ha de encontrarse la senadora Cristina de Kirchner. Si resulta que están en lo cierto los responsables de confeccionar las encuestas de opinión y Cristina triunfa en las elecciones presidenciales, heredará una situación nada grata, puesto que para entonces será todavía mayor la brecha que separa al país oficial el de Kirchner, Peirano, el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, y la cúpula actual del INDEC del país real, en el que el aumento constante y generalizado del costo de vida afecta adversamente a millones de personas y, como es lógico, asusta a los inversores, sin los cuales no le será dado a la economía seguir creciendo al ritmo al que a partir de inicios del 2003 nos hemos habituado. Si Cristina sucede a su marido en la Casa Rosada, tendrá que optar entre hacer un esfuerzo auténtico por enfrentar los problemas económicos más urgentes del país, lo que la obligaría a instrumentar algunos ajustes, y continuar fingiendo creerlos meros productos de la imaginación de la oposición y de los odiosos economistas "neoliberales", alternativa que plantearía el riesgo de que en el transcurso de su gestión estalle una crisis lo bastante grave como para hundir al sacrosanto "modelo productivo" o "de acumulación" que ella misma reivindica.
A esta altura, no cabe duda de que el presidente Kirchner cometió un error garrafal cuando se le ocurrió que sería una buena idea presionar al INDEC para que las estadísticas oficiales fueran de su agrado. No sólo negó de tal forma tomar en serio el riesgo planteado por la inflación, sino que también socavó la confianza de los agentes económicos, tanto argentinos como extranjeros, en la capacidad del gobierno para manejar la economía con la seriedad necesaria. Por desgracia, parecería que Kirchner se ha comprometido tanto con la "estrategia" así supuesta, que le sería muy pero muy difícil modificarla antes de las elecciones, con el resultado de que es probable que su propia esposa sea la encargada de arreglar el desaguisado, una tarea que le sería menos onerosa si al igual que otros presidentes recientes pudiera achacar "la herencia" a la ineptitud o peor del antecesor que, por motivos que presuntamente son electoralistas, parece estar haciendo lo posible para asegurar que reciba el proverbial "país en llamas".