A todo gobierno argentino le llega un momento en que tiene que defenderse contra la acusación, en ocasiones arbitraria y en otras bien fundada, de que es "el más corrupto de la historia del país". Desgraciadamente para el encabezado por el presidente Néstor Kirchner, las sospechas en tal sentido se intensificaron justo cuando se ponía en marcha la campaña electoral de su esposa, con el resultado de que los medios están menos interesados en su eventual programa de gobierno que en las andanzas de un número cada vez mayor de individuos vinculados con el gobierno actual. Y lo que es peor aún, el escándalo que estalló anteayer afecta no sólo a los kirchneristas mismos, sino que también tiene ramificaciones internacionales por estar comprometidos sus aliados chavistas.
De todos modos, desde hace algunos meses, no ha transcurrido un solo día que no haya traído novedades que sirven para hacer pensar que en la Argentina la corrupción sigue siendo sistemática o, si se prefiere, "estructural", mientras que a menudo resultan contraproducentes la conducta de los funcionarios cuestionados y la forma en que los voceros oficiales, los que por lo común son Aníbal y Alberto Fernández, procuran defenderlos. Sería una auténtica hazaña que los kirchneristas lograran ser aún más venales que los menemistas, pero algunos por lo menos se las han ingeniado para brindar la impresión de estar a la altura del desafío así supuesto.
Las impresiones importan. Por lo tanto, es grave el que parezca que gente del gobierno dispone de tanta plata que no le importa perder lo que para el ciudadano común sería una fortuna. Mientras que a la en aquel entonces ministra de Economía Felisa Miceli no se le ocurrió nada mejor que ocultar una bolsa llena de dólares, euros y pesos en el baño de su despacho, un lugar que a su juicio era mucho más seguro que una caja fuerte, otros funcionarios acaban de mostrarse más que dispuestos a dejar confiscar por las autoridades correspondientes la friolera de 800.000 dólares que, por motivos aún misteriosos, un venezolano que los acompañó en un vuelo privado trató de ingresar al país sin declararlos ante la aduana. Aunque inicialmente el presidente Kirchner, fiel a sus instintos, se puso a buscar afuera a quién culpar y sus hombres intentaron culpar a los venezolanos por el desliz para desazón de Hugo Chávez les pidieron una aclaración pública, más tarde decidió que sería mejor que el ministro de Planificación, Julio De Vido, echara a uno de sus colaboradores clave, Claudio Uberti, por su presunto papel en el embrollo que se ha producido.
Según los voceros oficiales, la reacción del planificador en jefe se debió a la voluntad del gobierno de mantener bien alejados a todos los sospechosos de corrupción, incluso cuando la evidencia en su contra les parece precaria, pero a juicio de los demás sólo habrá reflejado la preocupación que siente Kirchner por la epidemia de escándalos que amenaza con arruinar una campaña electoral que le gustaría creer ya fue ganada por Cristina. Después de todo, el presidente tardó semanas en desembarazarse de Miceli cuando el país entero se mofaba de la situación ridícula en que se encontraba y no lo han conmovido las vicisitudes de funcionarias tan polémicas como Nilda Garré y Romina Picolotti. En cuanto a la afirmación presidencial de que "por primera vez en esta Argentina se combate en serio la corrupción" y que no vacilará en buscar la verdad "toque a quien le toque, caiga quien caiga, porque yo no pongo las manos en el fuego por nadie", suena más como el grito desesperado de un mandatario que se sabe rodeado de delincuentes, que como una manifestación de confianza en la honestidad de sus colaboradores más destacados.
Con razón o sin ella, de resultas de los episodios más recientes son muchos los que ya dan por descontado que los miembros del gobierno manejan cantidades inmensas de dinero de procedencia nada clara y que escasean los capaces de distin
guir entre lo que es legalmente suyo y lo que en teoría por lo menos pertenece al Estado. En opinión de los así convencidos, la aparición en Aeroparque de una valija atiborrada de dólares estadounidenses poco después del lío grotesco protagonizado por Miceli ha servido para confirmar que quienes forman parte de la elite política se suponen impunes, ya que caso contrario se hubieran cuidado de correr el riesgo de que personas ajenas se enteraran de lo que hacían.
Es poco probable que un día sepamos los nombres de los destinatarios de aquellos 800.000 dólares. Aun cuando un juez haga un esfuerzo genuino por identificarlos, los involucrados sabrán sembrar tantas dudas y ambigüedades que el asunto quedará en el aire para siempre, sin que ninguna de las teorías que están en danza se vea definitivamente confirmada. Las posibilidades son muchas. Puede que uno de los pasajeros argentinos haya pedido al portador de la valija, un petrolero venezolano llamado Guido Antonini Wilson, ingresarlos por entender que si surgían problemas le sería más fácil zafar como en efecto hizo al seguir viaje hasta Uruguay sin reclamar que le devolviera el dinero de lo que le sería para un funcionario argentino. También es factible que los venezolanos se hayan propuesto repartir los dólares entre los chavistas locales, personajes locuaces cuya admiración por el caudillo bolivariano no siempre es desinteresada, que hayan tenido la intención de invertirlo en la campaña electoral de Cristina, o que sólo haya sido cuestión de coimas para funcionarios que son conscientes de la importancia de los vínculos financieros entre la Argentina y el "sultanato petrolero" para citar a Chávez que hace tiempo sustituyó al FMI en el rol del prestamista de último recurso del país y por lo tanto están dispuestos a acatar las normas que a su entender deberían regir en tales circunstancias.
Las razones por la que Kirchner reemplazó al Fondo por Venezuela son conocidas: a diferencia de los mezquinos tecnócratas del organismo multilateral, los chavistas no tratan de obligar a sus acreedores a adoptar esquemas económicos "neoliberales". Pero también hay otra diferencia. Mientras que cualquier mandatario puede rabiar a diario contra el FMI y acusarlo de ser el máximo responsable de todas las desgracias nacionales sin por eso dejar de recibir préstamos, uno que depende de Chávez tiene forzosamente que hablar bien de quien se ufana de desempeñar el papel de benefactor generoso. Si se permite criticarlo, aunque sólo fuera indirectamente y con palabras poco hirientes, podría verse transformado en seguida de amigo leal a enemigo vendido al imperio. Así las cosas, de encontrarse evidencia de que los 800.000 dólares de la valija estaban destinados a fomentar el chavismo en la Argentina o a sobornar funcionarios para que favorezcan las aspiraciones del inventor del socialismo del siglo XXI, Kirchner se hallaría en una situación muy pero muy incómoda, ya que la búsqueda implacable de la verdad que promete podría provocar una ruptura con su principal aliado financiero.
"Conforme a Transparencia Internacional, Venezuela es aún más corrupta que la Argentina, lo que es mucho decir, de modo que no sería del todo sorprendente que la relación íntima entre sus respectivos gobiernos diera a funcionarios deseosos de incrementar sus patrimonios particulares una multitud de oportunidades para hacerlo. Tampoco lo sería que toda vez que nos visitara una delegación chavista varios integrantes llevaran consigo valijas como aquella que por causalidad fue incautada por aduaneros atentos, ya que no existe motivo alguno para suponer que no se haya tratado de un operativo rutinario. Por el contrario, habrá sido por entender que era perfectamente normal que integrantes del entorno de Chávez entraran en la Argentina con cantidades significantes de dinero en efectivo en el equipaje de mano, que Antonini confiaba tanto en que nadie le plantearía preguntas inconvenientes que no se preparó para enfrentar dicha eventualidad".