Esta sociedad se está apagando", piensa el inspector Wallander, protagonista de la serie de novelas de Henning Mankell. Este es el más importante y conocido escritor sueco de nuestros días, que vendió 24 millones de ejemplares de sus libros y fue traducido a 35 idiomas. La frase configura una metáfora, desde luego, referida a la decadencia de la social-democracia escandinava, y no una que exprese literalmente la crisis energética argentina.

La muerte del cineasta Ingmar Bergman, otrora adorado por toda la intelectualidad cinéfila mundial, y hoy demasiado olvidado por las nuevas generaciones, nos permitió descubrir que Henning Mankell está casado con la hija mayor del director sueco. Y, al propio tiempo, nos ratificó la idea de la continuidad de una cultura compleja y sofisticada (la escandinava) con sus temas permanentes y la lucidez asombrosa de sus artistas y escritores. Contribuye, asimismo, a entender la evolución del "paraíso sueco", que durante muchos años fue el modelo ideal del progreso, la libertad y la justicia.

Bergman fue mucho más que lo que hoy se recuerda de él; esto es, un extraño y muy inteligente cineasta filósofo, que escribió melodramas un poco lentos y depresivos entre cónyuges e intelectuales de la burguesía de Suecia, como su último filme del 2003, Sarabanda. Pocos han visto sus primeros filmes de la década del cincuenta, que causaron conmoción en el mundo del cine: "Hacia la felicidad", "Un verano con Mónica", "Circo" o "Sonrisas de una noche de verano". Hoy, como muchos filmes filosóficos posteriores que indagaban en la soledad, la incomunicación y las angustias existenciales del individuo en las burguesías del mundo rico, sus películas ya no se exhiben en los cineclubes aunque, en virtud de los misterios de la fama, se les guarda hermética veneración. Quizá su muerte habilite ciclos de exhibición en los cines de arte y nuevas e integrales ediciones en DVD de sus obras más famosas.

En su yerno Mankell encontramos muchos de los rasgos bergmanianos y algunos otros originales y novedosos, más proclives a dirimir la cuestión social, que indagan sobre el mundo contemporáneo, sus notorias injusticias y desajustes, y los egoísmos y las hipocresías de las clases adineradas.

Mankell parece reunir todos los elementos del demócrata de izquierda políticamente correcto. Es un activo integrante de los grupos ecologistas de su país. Vive la mitad del año en Bosuto, Mozambique (Africa), ex colonia portuguesa y uno de los países más empobrecidos del mundo. Allí dirige el Teatro Avenida, que representa las obras de dramaturgos locales, con un elenco integrado por excelentes artistas africanos. Hace conocer ese teatro en giras por Europa, denunciando el sida y la miseria que azota a buena parte del continente negro. Ha creado una editorial que difunde autores árabes y africanos. "La política estadounidense de George Bush está haciendo estragos en el mundo: mi protesta por la guerra de Irak es tan fuerte desde Europa como desde Africa", señala en los escasos reportajes que concede. Denuncia la xenofobia como uno de los principales problemas europeos. La corrupción es un grave dilema de los gobiernos de los países pobres, pero Mankell advierte que tiene dos partes, el corruptor y el corrupto. Las formas y el destino de los préstamos internacionales y de las inversiones europeas y americanas en Africa han sido cómplices o partícipes directos y beneficiarios de esa corrupción destructora.

El acto criminal como espejo para examinar la sociedad es la consigna que marca la estructura de sus novelas policiales. Pero, al mismo tiempo, en ellas se advierte la influencia de Bergman. Wallander, su protagonista, es un solitario que reflexiona sobre las insondables honduras de la condición humana, sus angustias de la incomunicación y el desamor de sus individuos. Su novela "Los perros de Riga", en la que se detiene en la sordidez del comunismo en retirada durante los primeros años de la independencia de Letonia, hacia 1991, recuerda, en la pintura de esas ciudades grises, de gentes tristes y clandestinas, urbes oscuras de doble vida en las que la libertad es siempre un sueño incumplido, nos recuerda el filme de Bergman "El silencio", de 1963. Aquella película, extraña y perturbadora, es un drama de dos hermanas, una de ellas gravemente enferma y la otra, invadida por una hipersexualidad desgarradora, y un niño testigo que parecen estar atrapados en un régimen policial de la Europa Oriental.

En sus memorias, Bergman confesó haber sido seducido en su primera juventud por Hitler y el nazismo. No era una excepción, la mitad de los suecos parece haber experimentado ese mismo atractivo en los años de la preguerra. Bergman se avergonzó rápidamente de ello y muchos años más tarde filmó "El huevo de la serpiente", en el que describe las condiciones en las que se origina el nazismo. Lo hace, sin embargo, con la frialdad de un diseccionador de almas individuales, no con la pasión de un resistente indignado. A su vez, en la "El profesor de baile" Mankell denuncia las huellas que el nazismo ha dejado en la sociedad sueca. Y el inspector Wallander descubre avergonzado que su padre había pertenecido a organizaciones juveniles nazis.

"Profundidades", el último libro publicado en español por Hening Mankell, apareció este año. Su protagonista es un hidrógrafo que investiga la hondura de los posibles canales secretos de navegación de la Marina Sueca, en vísperas de la Primera Guerra Mundial. Resulta hasta ahora el más bergmaniano de sus libros por los soliloquios metafísicos del protagonista en busca de las profundidades ignotas de su alma. Y por el escenario, las inhóspitas islas suecas del archipiélago de Götland. Bergman vivía en sus últimos años en Faaro, un lugar desolado, rocoso y neblinoso. Durante los veranos, Mankell y su mujer pasaban algún tiempo allí. Una isla como ésa adquiere en la novela un carácter mítico: allí está la verdad, la libertad, pero también la locura y la muerte.

Cierto pesimismo que satura estas interesantes novelas se redime, sin embargo, con algunos de sus personajes, antihéroes desorientados, pero siempre dispuestos a luchar por un mundo mejor, aunque no crean en su victoria. En eso, Wallander, enfermo, casi alcohólico, culto y solitario, amante de la ópera italiana, sigue una tradición de los detectives modernos de la novela policial.

La libertad es un valor central de esa ética desengañada, pero nunca cínica ni renunciante. "La única y verdadera lucha es aquella que busca la libertad y la emancipación. Es una lucha voluntaria, no obligatoria", piensa Wallander. La terca decencia, en un marco de hipocresía y corrupción, es el otro rasgo esencial de sus personajes que pelean del lado bueno, a veces en soledad y con desesperación contra el narcotráfico, el delito económico y la trata de la prostitución vinculada con los altos niveles del gobierno y el poder económico.

Yo creo que ya no es posible elegir al yerno, como en otros tiempos, salvo quizá en las monarquías subsistentes. Obviamente, Mankell no fue elegido por Bergman, pero es posible que este ser difícil y muchas veces intratable no lo haya rechazado, al menos explícitamente. Y Mankell, excepto para anunciar su muerte a la prensa, el 2 de agosto pasado, no parece haberse sometido a Ingmar Bergman, aunque es notorio que recibió sus directas influencias. Bergman era un genio y Mankell parece ser un buen escritor de ideas generosas y nobles, algo que no frecuentan todos los genios, complejos héroes de las artes y las ciencias que pretenden estar más allá de la moral de los comunes.

OSVALDO ALVAREZ GUERRERO (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Ex gobernador de Río Negro; ex diputado nacional por la UCR.