Domingo 05 de Agosto de 2007 Edicion impresa pag. 42 y 43 > Cultura y Espectaculos
LA PEÑA: Presente de elogios, futuro de críticas

Cuántas voces infantiles, de esas que aparecen en los medios con la misma rapidez con que desaparecen, perduran en el tiempo, cuántas llegan a adolescentes o adultos con un camino firme, con trayectoria para instalarse en los escenarios donde se juzga más que la gracia de ser un niño que canta.

Sí, me refiero a los niños que cantan, en este caso folclore, niños que revisando en la historia, apenas en contados casos pudieron trascender más allá de la niñez. Hay famosos que empezaron de niños a cantar y consiguieron un lugar en los escenarios mayores, pero el grueso, la mayoría se queda en el camino y apenas empieza a cambiar la voz, en plena adolescencia, deja de interesar a sellos, a padres que lo quieren ver famosos y a organizadores de eventos.

Porque mientras son niños, juegan con un plus a favor, constituido por lo simpático que resulta ver a un niño, vestido con atuendos acordes al folclore sobre un escenario, cantando las mismas zambas y chacareras del Chaqueño Palavecino, de Los Nocheros o de Horacio Guaraní. Y cuando los entrevistan los medios, hablan como grandes, quieren aparentar madurez y derrochan soltura. Dicen frases hechas y palabras difíciles, pero en la escuela juegan a las bolitas. Son grandes antes de tiempo para algunas cosas, no para todas, porque sacados del molde muestran que en realidad sólo son niños, con aspiraciones de cantantes. Porque a esa edad, entre los 8 y los doce años, sólo se puede aspirar a ser cantante.

La realidad en poco tiempo empieza a cambiar el presente de admiración para convertirlo en objeto de crítica, porque esa voz de niño deja de ser tal para convertirse en voz de adolescente, una voz sin definirse todavía y que puede llegar a ser totalmente distinta a la que se le conoce. De niño se le perdona todo, algunos altibajos, desperfectos, algunas pisadas en falso. De grande no se les perdona demasiado, salvo que haya mucho camino con laureles.

Son realmente pocos los chicos que empezaron a cantar y que consiguieron atravesar las barreras que el mismo género impone una vez llegados a la adolescencia y más aún cuando son mayores. Es que nadie se atrevería a silbar a un niño que canta en un escenario, pero sí lo harían ante una persona ya formada.

Días atrás, un afiche anunciaba la presencia de un niño, uno de los pocos con trascendencia nacional, en dos lugares diferentes en una misma noche. Y me pregunto si eso forma parte del paquete de exigencias que implica ser niño, por más aspiraciones que se tenga de llegar a escenarios mayores. Eso es trabajo y cuando se trata de niños en materia de espectáculos, hay que ser cuidadosos, porque las cuestiones implican algo más que la simpatía en el escenario, las respuestas graciosas o las canciones amoldadas a su voz.

En pos de la fama, hay muchas cosas que parecen correctas y en realidad no lo son.

Es probable, apenas probable, que en una década más esté en los grandes escenarios, pero mucho más probable aún es que en una década más nadie se acuerde de él y que su esfuerzo y su voz infantil sólo hayan servido algunas temporadas de folclore.

 

JORGE VERGARA

jvergara@rionegro.com.ar

Use la opción de su browser para imprimir o haga clic aquí