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Lunes 30 de Julio de 2007
 
Edicion impresa pag. 28 > Cultura y Espectaculos
EN CLAVE DE Y: Rebelión

Tuve un sueño. En realidad, no sé si fue un sueño, quizás tampoco pueda calificar lo que sucedió como pesadilla y para serle sincera, tampoco estoy segura de haber estado totalmente dormida. Oh, sé que es muy raro y no estoy contribuyendo mucho para aclararlo. Hágame el aguante un ratito.

Empecemos por el principio, que no fue el sueño o la ensoñación o lo que fuera, sino mi columna referida al rol cuidador del hermano o hermana mayor, la enorme -e injusta- responsabilidad que se deposita sobre tan frágiles hombros.

Así que anoche me desperté de pronto. Al menos, si fue un sueño, soñé que me desperté de pronto con esa sensación de "pasa algo" con que el sistema nervioso profundo o el periférico, no recuerdo bien, avisa. En realidad, no importa, ¿verdad?, el asunto es que ahí estaban, una multitud de pibes y pibas de variadas edades, pelajes, pieles y vestimentas, todos hablando entre sí y a la vez y hablándome y puedo decirle que estaban claramente exaltados.

Como eficiente hermana mayor que soy, dije más fuerte que ellos ¡uno a la vez!, y demostrando que les importaba mucho mi directiva, todos a la vez lanzaron una carcajada, no cualquiera, no sé si me entiende, esas tipo irónica acompañada por mecimientos diversos de sus cuerpecitos, puesto que como usted sabe, los niños conservan aún el lenguaje integral, ese que nosotros perdimos jactándonos de ser "racionales" y que debemos recuperar en cultos, ciencias y actividades artísticas y gimnásticas pagando fortunas.

Pero no nos vayamos por las ramas. Sin la menor vacilación ni consigna que yo pudiera percibir, se separaron en grupos. Cada grupo me dijo algo y no es que hablaron en coro, o todos juntos, fue así y es lo más que puedo decirle.

Unos pininitos indignados me dijeron: claro, siempre sufren los mayores, pobrecitos, ¿y nosotros qué? ¿Ustedes qué? repregunté, y empezaron a enumerar cosas como: nadie me daba bola, total era el menor, callate que sos chica, mirá el pantaloncito del Julio qué lindo te queda, todo usado... ah, sí, estaban muy enojados.

No habían terminado su rosario de quejas cuando otro sector casi invade mi cama increpándome con mayor fragor aún: ¿y nosotros los del medio? Andábamos como bocina de avión, la mortadela del sánguche, los mayores te mandan a hacer todo lo que mamá les manda a hacer a ellos, dale el juguete al nene no ves que es más chiquito... años de psicóloga, ¡dice que no teníamos roles claros! y así seguían cada cual con lo suyo, con la ausencia, sugestiva pero totalmente entendible dado que no tenían queja que hacerme, de los hermanos mayores.

Entonces desde atrás de todos, y abriéndose paso muy fácilmente, diría que a puro hombrazo, unos pibes que no había visto se quedaron mirándome. Por alguna razón, los demás parecieron disolverse un poco, tremolar tanto sus personitas como sus palabras hasta ser sólo una suerte de telón de fondo. Saqué una rápida cuenta: los menores, los del medio, los mayores, y estos ¿quiénes son?, y por cierto les hice la pregunta mientras observaba su aspecto claramente diferente: vistosas y muy raídas remeras, vinchas y tatuajes, manitos resquebrajadas, ojos duros, maduros. Casi lo supe antes de preguntarles. Nosotros no tenemos esos problemas, aseguraron. Hace mucho que no tenemos casa ni nada, estamos juntos y obedecemos al jefe y el tal jefe -lo identifiqué inmediatamente- me miró con absoluto desdén. En la calle todos somos hermanos, me dijo, ni mayor ni menor ni del medio, tenemos reglas, sabe, y se cumplen. Si alguna vez tuve hermanos de una familia ni me acuerdo, remató, y su mirada dura, madura, se hizo casi insoportable.

Sin casi: me desperté, o se fueron, o lo que usted prefiera.

 

MARIA EMILIA SALTO

bebasalto@hotmail.com

 
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