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Viernes 27 de Julio de 2007
 
Edicion impresa pag. 20 y 21 >
La alternancia

Hace 50 años los perfiles de izquierda o derecha estaban bien definidos. Ser de izquierdas significaba proclamar la necesidad de una revolución que pasaba por socializar o nacionalizar los medios de producción. De esta manera se acabaría con la explotación del hombre por el hombre y desaparecerían las diferencias entre ricos y pobres. El objetivo era alcanzar la igualdad.

En los países en que se aplicó, el modelo de izquierdas fracasó. Casi una tercera parte de la humanidad estuvo en manos de gobiernos comunistas, pero a poco de andar se observó que el experimento sólo engendraba ineficacia en el plano económico y dictaduras oprobiosas en el plano político. Luego de la implosión del sistema soviético, el anticapitalismo radical ha quedado reducido a pequeños grupúsculos marginales, sin capacidad de influencia política.

Aceptar la democracia como forma de gobierno supone someterse a los dictados de la opinión mayoritaria de los ciudadanos. Como en democracia la máxima velocidad permitida es la que toleran los ciudadanos, la diferencia entre reforma y revolución una simple cuestión de calendario tiende a difuminarse y desaparecer.

En general, la izquierda es partidaria de una mayor intervención del Estado, convencida de que es la manera de defender a los más débiles. Es crítica con la actual dinámica de concentración económica promovida por la globalización, con las políticas bélicas de los países imperialistas y aspira a que se establezca una nueva relación con el medio ambiente. Pero en muchas ocasiones la diferencia entre la izquierda y la derecha pasa simplemente por ofrecer diferentes respuestas ante problemas concretos.

Esta dilución de los modelos en pugna conlleva, también, la desaparición de las visiones blindadas del tipo amigo-enemigo propias de una etapa de dura confrontación, donde la política tomaba las formas de una guerra civil larvada. Frente a la visión leninista, que anunciaba y promovía un choque frontal de una clase contra otra, lo que tenemos actualmente es un sistema de alternancia en el poder, donde debemos estar preparados para que la izquierda reemplace en el poder a la derecha o viceversa.

Como señala Karl Popper, "las instituciones democráticas tienen por objeto permitirnos liberarnos de los gobernantes malos o incompetentes o tiránicos, sin un baño de sangre". En consecuencia, la posibilidad de votar una alternativa distinta a la gobernante es consustancial a la democracia. Como no hay dirigentes o partidos infalibles, siempre debemos tener a nuestra disposición la posibilidad de votar un partido diferente para desprendernos de los malos gobernantes.

Por otra parte, la propia dinámica generada por la alternancia contribuye a suavizar las diferencias políticas e ideológicas. Sería altamente ineficiente que un gobierno se dedicara a destruir lo creado por el gobierno anterior, y así sucesivamente. De modo que de forma natural se van gestando ciertos consensos básicos entra las fuerzas políticas, como subproducto de la alternancia democrática.

En la Argentina, donde las fuerzas conservadoras utilizaron tradicionalmente como vector a las fuerzas armadas interrumpiendo con golpes militares el orden institucional o últimamente al peronismo en su versión menemista, no se ha podido consolidar una fuerza política de centro-derecha. En consecuencia, a diferencia de Europa, donde los partidos de centro-izquierda se van alternando en el poder con los partidos de centro-derecha, la alternancia es todavía una experiencia inédita en la Argentina. El mimetismo del peronismo adoptando perfiles sucesivos de centro-derecha y de centro-izquierda ha contribuido decisivamente a enturbiar la percepción política de los ciudadanos.

El triunfo de Mauricio Macri en la ciudad autónoma de Buenos Aires tiene el enorme valor de que una opción, tildada por los medios de comunicación tal vez de un modo excesivo como de "centro-derecha", ha accedido al gobierno de un distrito importante de la Argentina. Será una experiencia interesante comprobar cómo temas como la ética en la función pública, la eficacia en la gestión o la calidad en el funcionamiento de las instituciones han dejado de ser cuestiones ideológicas de izquierda o de derecha.

Es probable que la gestión de Macri contribuya también a romper con perimidos clichés de la izquierda tradicional que tienden, por simple pereza intelectual, a demonizar a "la derecha". Son expresiones de arraigados y viejos mecanismos psíquicos, que están detrás de todos los fenómenos de intolerancia. En ocasiones, la existencia de "enemigos" proporciona la oportunidad de ocultar las propias incertidumbres internas.

 

ALEARDO F. LARIA-Abogado y periodista.

 
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