Soldados patrullando por las calles, atentados con bombas, muertos y heridos determinan la vida cotidiana en Irak. Por ello, el fútbol constituía hasta la tragedia de ayer una novedad muy bienvenida, porque era el único ámbito que concedía al país un retazo de normalidad.
Antes de la semifinal contra Corea del Sur, el entusiasmo por la selección había alcanzado un punto culminante.
El fútbol había logrado lo que los esfuerzos del gobierno aún no alcanzaron: sunnitas, chiítas, kurdos y turcomanos se abrazaron celebrando el pase de la selección nacional de fútbol a la final de la Copa de Asia.
Las mujeres repartían dulces por las calles de Bagdad, los automóviles circulaban agitando banderas iraquíes y en toda la ciudad se oían disparos al aire de celebración.
"Una celebración semejante no se ha visto en Bagdad desde hace años", decía un testigo.
El orgullo nacional común hace olvidar por escasos momentos los tiempos duros, tan difíciles de soportar, y las diferencias religiosas.
"El ver que todo el pueblo festeja nuestra victoria, respalda nuestra moral", dice el arquero Noor Sabri. A las órdenes del entrenador Jorge Vieira en la selección juegan juntos sunnitas, chiítas y kurdos. El técnico brasileño, que dirige al equipo desde sólo hace mes y medio, concede más importancia al colectivo que a la actuación individual. "Teníamos problemas en el equipo pero ha logrado acoplarnos y formar un equipo", dijo Sabri. Un "milagro" de fútbol lo vivió ya el pueblo iraquí en los Juegos Olímpicos de 2004 en Atenas.
Pero la momentánea alegría se ve enturbiada por dolor, luego de los atentados que devolvieron a la multitud a la cruda realidad. (DPA)