Como no sabemos de dónde surge la energía que nos moviliza también ignoramos el verdadero origen de los sentimientos. Hay indicios, pistas no demasiados claras que nos hacen suponer que las emociones provienen de algún lugar oculto entre los hemisferios. Sin embargo, cuando amamos y no nos aman, o cuando amamos y nos aman igual, no nos duele la cabeza sino el corazón. Con lo cual todos los mapas que han tejido los astrólogos del cerebro terminan derrotados ante la insólita evidencia de que los afectos se guardan en una caja de Pandora.

Es tal la ironía que hay una delgada línea fronteriza que divide los continentes del sentir y el sentir demasiado. En uno somos cabales y ocupamos espacios crecientes, insospechados que se dan a conocer como fantasmas amables que juegan e interpretan con moderación lo que ocurre más allá de la piel. En el otro, en cambio, ya no somos dueños ni siquiera de la velocidad de nuestra respiración y de tanto que amamos u odiamos ya no somos capaces de decir cual es el idioma que sale de nuestra boca o si esa boca efectivamente nos pertenece.

Hace unos años leí un graffiti que decía: "te amo tanto que te odio".

Aquello que nos impulsa a vivir con un grado no menor de esperanza, no tiene forma, color o fórmulas gráficas. Son sentimientos. Son, creo, los mismos sentimientos que un día se muestran accesibles y al siguiente completamente revolucionados. Con la salvedad de que cuando entran en caos uno ya no podría llamarlos del mismo modo.

Hay una escena en "Magnolia" que me resulta muy gráfica el respecto. Es cuando el personaje que interpreta Tom Cruise se arrodilla frente al cadáver de su padre y le grita, y llora: "¡te amo, te odio, te amo, te odio!"

En algún punto, no somos dueños de lo que sentimos. Si alguna vez hemos sido tabla raza libre de toda contaminación, lo ignoro. Más bien intuyo que nacemos tocados por la confusión. Vamos de un lado al otro, queriendo, deseando, odiando, menospreciando, sobreestimando. El primer instinto nos dicta una regla y una segunda instancia, la razón, imbuida de lo que haya de humanismo en nuestra alma, nos lleva a tomar cierto control los hechos.

Recuerdo una película, "Equilibrium", con Chistian Bale, en la que se retrata una sociedad que ha eliminado la guerra al tiempo que ha terminado con las emociones. Según sus autoridades una cosa llevaba a la otra, de modo que una droga se convirtió en la cura para tan dramática enfermedad. Hasta que uno de los encargados de hacer respetar ese orden se rebela. El día en que el personaje de Bale, el Clérigo insurrecto, se encuentra con el líder de la resistencia se produce un diálogo que se sale de los causes de la ciencia ficción.

-Lo paradójico de esto es que si te dejas llevar los sentimientos terminan por desbordarse y te controlan, le asegura el líder al Clérigo, por eso hay un grupo de nosotros que debe dejar de sentir para que otros tengan ese privilegio.

-¿No entiendo cual es la diferencia?.(entre los que ustedes proponen y lo que sucede ahora en una sociedad bajo supervisión), le responde el Clérigo que antes de terminar la frase es interrumpido.

-¡La diferencia es que si queremos sentir podemos hacerlo!, responde el líder y se equivoca.

Y se equivoca porque de tanto que sentimos a veces nos olvidamos de que esa es exactamente nuestra condición: sentir a pesar de todo, sentir aún a costa de nuestras reglas internas y de los dictámenes externos. Sentir es el tic tac del universo y no una herramienta que se otorgue y luego cualquiera pueda anular.

Sospecho que el espíritu, como aquella energía que invoca el amor y el odio, son al fin de cuentas parte de lo mismo: una materia indivisible que nos antecede y nos forma.

CLAUDIO ANDRADE

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