Cuenta la leyenda política que en 1973, cuando el retorno de Perón era un hecho y el fin de la proscripción de su partido también, Felipe Sapag se acercó a las autoridades locales del justicialismo a efectos de entablar las primeras conversaciones para cumplir con la carta orgánica del MPN. Esta señalaba que con el retorno del peronismo a la justa electoral terminaría la vida institucional del partido provincial y se produciría el reintegro de sus huestes al movimiento nacional justicialista.
Eso no se logró porque la respuesta que se obtuvo fue destemplada y se mandaba al principal dirigente de ese entonces en la provincia a ser uno más entre muchos candidatos y, en todo caso, se le ofrecía ocupar un lugar distante en la lista que se iría a confeccionar de diputados provinciales. Se utilizaba para ello una autoridad que devenía de Perón para desconocer la legítima figura de Sapag, que emergía en Neuquén.
Miguel Bonasso, en su libro "El presidente que no fue", reproduce muy bien la recomendación de Perón en el exilio con respecto a la actitud que debería tenerse con Sapag, señalando, palabras más palabras menos, que a Sapag había que destruirlo política y electoralmente. De hecho la unidad no se produjo, con lo que pudimos concluir, en carne propia, que la desunión es la madre de las antinomias y que éstas suelen prohijar la violencia y el atraso. Después de aquellos hechos, siguieron en el país trágicas jornadas que permitieron medir, con muertos y desaparecidos, la adhesión incondicional a la teoría de la defensa nacional, impuesta en el marco de la Guerra Fría por la potencia imperial. Por ello resulta difícil calcular ahora los beneficios eventuales de aquella unidad que no se logró. Pero es posible que hubiese perdurado aun después de la dictadura y atenuado la lamentable tendencia a la antinomia en que se divide la sociedad neuquina.
Yendo ahora a nuestro tiempo se presume, con un alto grado de probabilidad, que si las fuerzas de la oposición no se unen el resultado de la elección a intendente del 28 de octubre está puesto. Gana el MPN.
Quien aparece obrando con la máxima responsabilidad para que el intento de unidad no prospere, es el intendente Quiroga. Este se arroga una autoridad que nadie discute en lo político, pero cuya imposición resulta totalmente inconveniente a los fines que resumen la ambición de todos. Cree tener el derecho de digitar las máximas candidaturas y sólo propone que los demás, dócilmente, las acepten.
Si la alternancia política como forma de lucha contra la corrupción y la impunidad no se concreta, si se deja la puerta abierta para el retorno de la derecha política en su peor versión, las consecuencias las volverá a pagar la sociedad neuquina, que carece de equilibrio político y muestra un lamentable sesgo hegemónico de casi medio siglo de vigencia.
El intendente Quiroga debería operar como un demócrata, no como lo hicieran aquellos a los que sólo la figura de Perón les daba una indiscutible autoridad, porque él no tiene respaldo alguno de figuras de esa talla. Debe verse a sí mismo como un dirigente importante, que elevará su consideración en el ánimo general si contribuye sinceramente a favor de esta causa. Para ello nadie le discutirá su capacidad de convocar a todos los que contribuyan, con el peso electoral que tengan, a que la unidad de la oposición se concrete y resulte eficaz. En suma, nadie mejor que él para auspiciar los acuerdos.
Es claro que puede prescindir de estas consideraciones y seguir la huella que parece se ha trazado de llegar por su exclusivo esfuerzo a la gobernación de la provincia y tomar esta instancia sólo como un peldaño más para conseguirlo, pero habrá renunciado al camino del acompañamiento de una estrategia colectiva y pluralista. Si ése es su propósito genuino debería dejar de pregonar por la unidad y decir con todas las letras que desea enfrentar en soledad al MPN.
No debería olvidar que la especulación corroe la legitimidad del dirigente y tarde o temprano paga con el desaire popular.
Cambiar el derrotero histórico de la provincia es una responsabilidad de todos aquellos que hace muchos años están convencidos de que ese cambio es para bien. Pero si fija las decisiones más importantes solo una de las partes, la unidad no es tal. Se trata más bien de ofrecer a los demás la posibilidad de una simple adhesión y demostrar que se pretenden resolver las cosas sin diálogo y sin medir los consensos.
Las resoluciones no pueden ser otras que frutos del debate para elaborar una propuesta común y explorar el peso de cada precandidato en la voluntad del electorado. Con ambos gestos se puede llegar a acuerdos y aún hay tiempo para ello. De lo contrario la unidad nacerá renga o no se concretará.
OSVALDO PELLIN (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Convencional constituyente por Encuentro Amplio. Ex candidato a vicegobernador por la coalición UNE-PS