De las muchas frases con las que el imaginario colectivo reprocha las conductas del poder, acaso una de las que más me inquieta es aquella que alerta sobre la existencia de "hijos y entenados". En grandes o en pequeños asuntos, es de un realismo tan corriente, que su advertencia se termina por naturalizar como otro simple lugar común.
Me recuerda a otra sentencia popular de igual vigencia y similar olvido, gastada por el uso: todos somos iguales ante la ley, pero algunos son más iguales que otros...
A las 7 de la mañana de un día gélido y de lluvia pertinaz, unos agentes hacen su ronda. Un VW.Gol, con calcos de alquiler, ruge sobre el pavimento mojado. Sale disparado, quema goma, mete miedo.
Los agentes se comunican por radio. Interviene una comisión policial y, al rato, el conductor es conminado a detenerse. Resulta ser un muchacho de 21 años (adulto punible), con claros signos de haber bebido alcohol desde mucho antes del amanecer. Tiene carné de conducir pero está vencido. No es de la ciudad. Se dice turista y se exhibe con ínfulas de prosapia familiar.
El joven se resiste a ser demorado, pero al final termina en la comisaría. Primero a dormir la mona en el calabozo, que después tendrá que dar respuestas, pues no ha dejado artículo de la norma de tránsito sin violentar... En el mientras tanto, el vehículo es secuestrado (menuda sorpresa para el propietario del "rental") y se da parte a la jueza municipal de Faltas.
Sin embargo, apenas 90 minutos después, un sujeto al frente de otros varios que llevan rostro de fastidio y se adivinan parientes, se presentan en la comisaría.
Dicen que vienen en plan turista, que dejan su dinero en esta pintoresca aldea de montaña, y que esa no es forma de tratar a los visitantes. Exigen explicaciones y amenazan con hacer llamadas... Y llaman.
Un rato después suena el teléfono en un despacho policial. Desconozco la intimidad de ese diálogo; pero más bien imagino una filípica, que podría ser algo así: Fulano de tal... Sí, sí. Fulano de tal. ¡Qué hicieron! ¡Pero a quién se le ocurre! Pero ustedes no saben que ese es el hijo de Mengano... Mengano, le digo; proveedor dilecto de la provincia. Es el que nos vende todos los pitotos con pinreles... Imagínese, con lo que cuesta conseguir esa basura. Bueno, mire, tengamos la fiesta en paz... No, no. No hay pero que valga... mejor lo sueltan. Y lo soltaron.
A estas alturas, por escasez de imaginación, dejo aquí el asunto. Podrá el lector escoger si este relato ha sido producto de un vano ejercicio de ficción, a falta de algo mejor que escribir, o si sucedió en verdad en esta semana de aluvión turístico, en la bucólica San Martín de los Andes, en la que nadie quiere hablar y menos dar nombres, por imperio de esa otra frase... La que dice que el hilo se corta siempre por lo más delgado.
FERNANDO BRAVO
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