Domingo 15 de Julio de 2007 Edicion impresa pag. 38 y 39 > Sociedad
Descendientes de Ceferino quieren llevar sus restos a San Ignacio
Construyen un santuario con forma de cultrum al pie del cerro que lleva su nombre. "Río Negro" llegó al paraje donde vive el último lonco de la dinastía Namuncurá.

SAN IGNACIO (enviado especial).- El último lonco de la dinastía Namuncurá reposa junto al fuego. El frío de veinte bajo cero ha hecho mella en su salud hasta aquí de hierro y un problema en la vista lo mantiene inquieto.

A los 78, el jefe de la comunidad mapuche de San Ignacio cabalga, señala y piala como en sus años mozos. Pero este invierno, duro como una roca, lo punzó con algunos achaques.

El hombre de cara gringa es uno de los pocos sobrinos vivos del flamante beato Ceferino Namuncurá. Su papá Aníbal y su mamá Josefina Melo andaban con dudas sobre qué nombre ponerle, pero todo se despejó cuando el bebé abrió los ojos: lo llamaron Celestino.

"Mi madre era argentina, hija de chilenos que anduvieron medio entreverados y mi papá fue uno de hijos menores de Manuel Namuncurá, por eso nosotros salimos así, también medio entreverados", describe su ADN el hombre que manda en una comunidad que aglutina a 66 familias. Se trata de la comunidad que desciende del lonco Manuel, el padre del beato Ceferino que aquí -desde hace tiempo- ya es santo con todas las letras.

"Río Negro" fue hasta el último reducto de los descendientes de Ceferino Namuncurá, justo una semana después de que el Papa Benedicto XVI lo declarara beato de la IglesIa Católica. La decisión papal iluminó a la colonia autóctona, partida hoy por el frío polar que ha congelado hasta los arroyos más vigorosos. De hecho, hay algunas familias, como la de José Namuncurá, prácticamente aisladas por la nieve, detrás de los cerros más altos.

San Ignacio está a 60 kilómetros de Junín de los Andes. Es un asentamiento disperso, laberíntico, lleno de curvas y pendientes que -por estos días- acumulan una patinosa mezcla de barro, hielo y nieve. No intente ingresar con auto.

Apenas a unos metros de la ruta 40 está la primera muestra de devoción: una pequeña construcción derruida tiene de piso la cera que chorrearon las velas de los muchos paisanos de tierra adentro.

Hay aquí una creencia muy fuerte en el beato mapuche, dueño de buena parte de las plegarias y padre de todos los milagros.

"Nunca te falla, si le tenés fe, te cumple con los milagros, el que sea; hay que tener fe en Dios y en Ceferino y te cumplen", asegura Cirilo Namuncurá, de 38 años. Es que para la comunidad que lleva la sangre de Ceferino, Guenetchen (el todopoderoso mapuche) tiene pelo largo, barba y murió clavado en la cruz.

"Es el mismo Dios el que tenemos, Guenetchen es Dios", confirma Cirilo, hijo de Celestino, y uno de los hombres que trabaja en la construcción del Santuario de madera donde esperan darle descanso final al santo mapuche y también aguardan muchas visitas de peregrinos creyentes.

El anuncio de la beatificación alimentó las ansias de la comunidad que, desde hace dos años, construye un santuario en medio del campo, con forma de cultrum (pequeño tambor achatado) y al pie de un cerro que, obvio, se llama Ceferino. Los restos del primer beato aborigen de nuestro país se enterraron en Roma en 1905 y fueron traídos a la Argentina a fines del siglo pasado y depositados para su descanso final en Fortín Mercedes, cerca de Pedro Luro, en la provincia de Buenos Aires.

Para Celestino no hay dudas: "Los huesitos del santo tienen que estar con su gente. Nosotros somos su familia", dice y se prende al mate que le ceba su esposa Nolfa Rivas. Ella y Celestino le dieron 13 hijos a la comunidad mapuche. Pocos, si se cuentan los 24 o 30 que parieron las 14 esposas de Manuel Namuncurá.

"Estamos muy contentos de que lo han declarado santo a Ceferino... Lo escuchamos por la radio pero todavía no lo he hablado con los curitas, pero ha de ser algo que han decidido entre ellos. Ah... ¿fue el Papa?, no he hablado con el padre (Antonio) Mateos, pero está bien que hayan cumplido", afirma Celestino. El jefe mapuche no está muy conforme con que la beatificación se haga en Chimpay, el lugar donde nació el Lirio de la Patagonia, el 26 de agosto de 1886.

"Dicen que nació ahí pero para mí nació del otro lado del río. Mi abuelo tenía los toldos del lado de enfrente adonde está el parque, pero ,bueno, si quieren hacer la ceremonia ahí, que la hagan", agrega el lonco.

En todo Junín de los Andes y en las casitas de San Ignacio las imágenes de Ceferino suman muchas más que la de todos los políticos y de hecho el Lirio de la Patagonia tiene un permanente espacio en los medios de comunicación. Los viernes, el padre Antonio Mateos tiene un programa en el que habla sobre el beato y sus milagros. En la última emisión hubo mucho para decir. Ese día prometió que se harán todos los esfuerzos para que la obra se inaugure antes de fin de año, de manera previa a la beatificación que se hará en noviembre.

"Va a venir mucha gente, el santuario se está haciendo, nos ha ayudado la provincia y también algunos fieles. Algunos hablan de hacer hoteles y parques y qué sé yo cuánta cosa... creo que esto puede traer algún bienestar a la comunidad, vender algún animal, alguna artesanía", se ilusiona Celestino. Para el lonco la creencia es un cuestión central y se enoja con algunas actitudes que parten desde otros credos. "Mire, señor, uno respeta a todos, pero acá hay gente que divide, vienen y dicen que las rogativas nuestras son brujerías y tampoco quieren las misas, a los curas y nada. Acá somos católicos y nuestro santo es Ceferino ¿Dónde tienen que estar sus restos? Con su gente, con su familia, que somos nosotros", dice Celestino y ya no sonríe.

Tras rendirse, diezmado por avance militar y por las carabinas a repetición (protagonistas centrales de la campaña contra los pueblos originarios), Manuel Namuncurá tuvo que dejar las tierras que le había prometido en la zona de Chimpay junto al río Negro pues nunca le dieron los títulos de propiedad. La oferta fueron campos en la cordillera de Neuquén y hasta allí llegaron los Namuncurá, con un cacique casado por Iglesia y vestido de uniforme del Ejército.

"La abuelita Rosario Burgos también estuvo acá, porque a pesar de que Manuel Namuncurá tenía otras mujeres ella seguía siendo su esposa y cuando la comunidad estuvo asentada ella se vino para acá", relata Celestino. Sobre el hogar hay una impresionante colección de fotos, estampitas y hasta una escultura de Ceferino. Sin embargo, confiesa su simpatía por el Diablo. Atesora un póster de Independiente de Avellaneda remachado sobre la pared de adobe.

 

RODOLFO CHAVEZ

rchavez@rionegro.com.ar

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