Domingo 15 de Julio de 2007 Edicion impresa pag. 45 > Cultura y Espectaculos
LA PEŅA: De puņo y letra

JORGE VERGARA

jvergara@rionegro.com.ar

A cien metros de mi casa en mi pueblo natal estaba el enorme edificio, el mismo que con el paso de los años no parece tan grande como lo veía en ese entonces. Con letras de hierro confeccionadas en rígida tipografía estaba planteado en la pared principal la leyenda Correo Argentino, Oficina de Correos y Telégrafo.

Si hay institución tradicional en la Argentina esa es justamente la del correo, que pasó a manos privadas en tiempos modernos pero que volvió al Estado hace poco. En ese mismo correo se pueden contar miles de historias que iban y venían por cartas manuscritas, cartas de amor, cartas de afecto, cartas de vida, porque el correo fue el vehículo por el que viajaban las noticias de la vida, el vehículo por el que iba dinero a través de los giros postales o telegráficos y en el Correo estaba puesta toda la atención cuando se esperaban noticias que tal vez nunca llegaban.

Y la espera era grande, lo menos eran tal vez siete días en que una carta salía del pueblo y viajaba a destino. Si despachaba los viernes seguro demoraba más porque de viernes a lunes nada se movía de allí.

Enormes mostradores de madera, edificios grandes, sellos gastados y miles de estampillas componían parte del escenario con el que uno se encontraba en esos lugares.

Y relatado desde el tiempo que pasó uno ve que la modernidad se llevó por delante al correo sin ninguna contemplación, aunque en materia postal haya aspectos en que sea irremplazable. Hasta los carteros parecen menos en esta época. Es que con internet a mano las comunicaciones tienen otro tinte, hablan otro idioma y agilizan todo de una manera casi mágica.

Pero el correo forma parte de los afectos y si fuera por cuestiones de este tipo no tendría que perder vigencia jamás.

Y no pasaron tantos años para semejante cambio de escenario. Dos décadas atrás, o un poco más tal vez, hablábamos de cartas lacradas, sobres livianos que venían con un pedacito de plomo para darle un poco más de peso, encomiendas atadas y cerradas con unas trabas de metal que se aplicaban como con una abrochadora para garantizar que no había sido abierta. Si la carta enviada era certificada, llevaba pegado un pequeño papelito blanco que indicaba el número y la hora del despacho. Algunos sobres venían ya con la leyenda impresa "vía aérea".

Mire qué diferentes suenan las cosas, hoy en un par de minutos un mail o un mensaje de texto llega a destino con la noticia que uno quiera enviar. Eso sí, tal vez un poco más fríos que la carta manuscrita que por la letra misma hasta mostraba los estados de ánimo de la persona que escribía. Cuánto había de caligrafía, esmero y aplicación para escribir. Y no estamos hablando de tanto tiempo, apenas dos décadas, que no son nada en función de la evolución de muchos escenarios, sobre todo en materia de comunicación.

Pero fue tal el salto que dio este asunto que el correo hoy parece un relato sacado de la historia más vieja.

Aún existe, pero perdió relevancia, a tal punto que seguro que si lo piensa, hace meses que no va a despachar nada, tal vez años. Cuánto hace que no escribe una carta en papel y se toma el trabajo de enviarla por el correo. Seguro que hace bastante.

"Cambiamos cartas de amor por boletas de luz, gas o agua, cambiamos cartas de amor por información corporativa" para tener trabajo.

La frase es de un empleado del Correo Argentino, de esos que llevan años poniendo sellos y seleccionando cartas, de esos que se niegan a que la historia los supere.

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