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Jueves 12 de Julio de 2007
 
Edicion impresa pag. 20 y 21 >
Cambios

En el discurso dado en Tucumán el 9 de julio último, el presidente, refiriéndose a su esposa Cristina, dijo que "es una presidenta que viene dispuesta a profundizar el cambio con más cambio, a hacer el cambio dentro del cambio y a darle a la Argentina la construcción de dignidad y justicia definitiva".

En el lenguaje político, el término "cambio" está abusado por todos. Es un nombre mágico, la clave del lenguaje democrático o totalitario, con todos sus lugares intermedios y sus variantes. Se supone que el cambio es el deseo de los más pequeños y de los más postergados y el temor de los más poderosos y de los mejor dotados. Todos los reaccionarios, los revolucionarios y los reformistas lo utilizan. Es el impulso que convoca al genio de los inventores y a la imaginación de los creadores. Pero también es el artilugio de los alquimistas, de los ilusionistas; la esperanza y el desengaño de los neuróticos inconstantes, el instrumento de los charlatanes y el arma de los sofistas.

Si nos atenemos a los significados del diccionario, "cambio" es sinónimo de permuta, de trueque; dar una cosa para recibir otra. En una segunda acepción, a la que prima facie se refiere el idioma de la política, es una alteración apreciable destinada a poner las cosas o personas en una manera o situación distinta de la que tenían. Se puede cambiar para atrás o por algo que no fue ni es. Y también, en dirección gatopardista, es posible y frecuente el cambio adaptativo, para que en el fondo no cambie nada.

El cambio, así desnudo y en filosófica abstracción, sin ningún otro aditamento adjetivo o sustantivo, es lo contrario de lo inmutable o invariable. Por eso, sociólogos, politólogos y economistas, para darle alguna significación concreta, generalmente hablan de "cambio social", de "cambio institucional", de "reformas estructurales" y, últimamente, de "cambio global" y "cambio climático".

Un cambio social es una alteración apreciable de las estructuras sociales, las consecuencias y manifestaciones de esas estructuras ligadas a las normas, los valores y los productos de las mismas. Está vinculado con la idea de progreso y de innovación, elementos significativos en cualquier análisis del cambio social. La cuestión se complica, precisamente, cuando se trata de determinar las causas o factores que producen el cambio social. Este remite, por otra parte, a los pilares mismos de las instituciones, sean éstas formales, como la ley, los órganos estatales y el derecho que las crean, las limitan y las encuadran, o informales, como los usos y costumbres, las relaciones interindividuales y las prácticas de la sociedad civil no estatal.

El cambio político es, por su parte, origen y generador al mismo tiempo de conflictos y acuerdos que dividen y ocasionalmente cohesionan a pueblos y naciones, como las luchas independentistas o de liberación colonial. Los cambios se producen desde abajo, por la autodeterminación y la soberanía, o desde arriba, impulsados por las elites imperiales o las fuerzas invasoras y dominantes. Los actuales fenómenos denominados genéricamente como "cambios globales" pueden ser un mapa de la historia de los conflictos en el mundo entre dominadores y resistentes. Ambos polos, indistintamente, pueden estar a favor o en contra de los cambios.

Históricamente, los cambios económicos han estado asociados a la propiedad privada, para que sea pública o viceversa, para privatizar la propiedad estatal, cuestiones delicadas que bordean casi siempre las mudanzas bruscas y violentas propias de las revoluciones. Y a ese respecto hay que distinguir el cambio del "acontecimiento": éste no se programa ni se prevé. Simplemente, el acontecimiento irrumpe, y sólo después de acontecer es posible constatarlo, registrarlo y explicarlo.

Douglas North, Premio Nobel de Economía en 1973, quien se especializó en estudios sobre los procesos de cambio económico, dice que éstos se producen, "en primer lugar, como consecuencia de los cambios en el número y en las cualidades de los seres humanos. En segundo lugar, en la acumulación de conocimientos. Y, en tercer lugar, en la matriz institucional que define la estructura política y social de un país. Y para producir cambios económicos, el cambio institucional es una prioridad absoluta".

La cuestión remite a las referidas al cambio evolutivo y al cambio revolucionario. Y a ese respecto, uno nunca puede saber con certeza cuáles son los resultados cuando las cosas cambian de repente. Pero, a la recíproca, ¿podemos saber lo que resultan si no cambian en absoluto?

Se podría decir que en la valoración vulgar, la de los hombres y mujeres comunes, el cambio deseado siempre es para mejorar su situación individual. O quizá más generosamente, y atendiendo a los impulsos cooperativos y altruistas que eventualmente asaltan a los seres humanos, mejorar el estado social de las cosas.

Volviendo a la tierra de los argentinos, puede entenderse que quienes pretenden desplazar a los actuales gobernantes aleguen promesas de cambio. En general, ése es el llamado que preconizan los críticos al gobierno y los opositores que pretenden desplazarlo.

Pero actualmente, como se ve, el cambio también es proclamado por el propio gobierno. Esta es una situación curiosa y difícil de entender si quienes están en el poder argumentan que ahora sí se empieza a cambiar, o bien que se profundizarán y consolidarán los cambios ya producidos. Esa mixtura de palabras es muy confusa. ¿Qué significa "profundizar"? ¿De qué modo compatibilizar los cambios sucesivos, en un proceso continuo, con la aserción de que éstos son definitivos? Puede colegirse que, más allá de este palabrerío, la cosa es mucho más simple: lo que en realidad se pretende es mantenerse en el poder mediante acuerdos de intercambio matrimonial.

Uno pensaría que la exacerbación del lenguaje del cambio que está ejercitando el presidente imita al pensamiento de León Trotsky, quien había elaborado la tesis de la revolución permanente, que no termina con el acceso al poder sino que ha de multiplicarse irremediablemente hasta el fin de los tiempos. Pero Trotsky era un intelectual refinado. La exposición de sus teorías está escrita con brillante estilo del más puro método dialéctico, que no parece ser el caso del original ejemplo argentino.

No hay que alarmarse demasiado respecto de las intenciones revolucionarias de la pareja presidencial, las que, teniendo en cuenta la omisión de sentido que ésta quiere darle a la "profundización y consolidación definitiva de los cambios", podrían provocar, tanto a conservadores como a reformistas, justificadas esperanzas o sospechosos temores. Más bien es plausible concluir en el argentinismo sanata, que según el "Diccionario del habla de los argentinos" editado en el 2003 por la Academia Argentina de Letras, es el dicho o discurso intencionadamente extenso y desprovisto de sentido. O traer a colación otra acepción de la palabra "cambio", que tiene un sentido obviamente despectivo: la de cambalache, que es un cambio recíproco de objetos de desechables, de poco valor y sin importancia alguna.

 

OSVALDO ALVAREZ GUERRERO (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Ex gobernador de Río Negro. Ex diputado nacional por la UCR

 
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