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Jueves 12 de Julio de 2007
 
Edicion impresa pag. 44 > Cultura y Espectaculos
MEDIOMUNDO: Padres

Es tan tarde ya que se ha vuelto temprano para el resto de quienes nos rodean, ahora acomodados en brazos de sillones y colchonetas, y hace un rato tan excitados por el banquete.

Quedamos dos. La evidente cantidad de botellas nos obliga a reconocer que se nos fue la mano. Durante más de tres horas no hemos hecho otra cosa que hablar. El joven me repite cada cierta cantidad de frases una que atraviesa su humanidad de principio a fin: "si yo todo lo que quiero es que mi viejo deje de limpiar los choros con las manos y tenga un trabajo menos duro". Eso es lo que el amigo, estudiante de abogacía, ansía para su padre en esta madrugada de invierno.

No me sorprende cuando antes del final de nuestra conversación la frase ya no suena a relato sino a un diálogo interior con el tipo que le ha pagado los estudios, y a su modo, lo ha inspirado a ser distinto.

No estoy muy seguro de qué era lo que esperaba el mío de mi persona. A veces elogiaba el devenir de los actores, los periodistas, los mimos, los artistas en general, como dándome una señal de sus preferencias. En otras, no parecía convencido de la utilidad de ningún arte u oficio. Semanas antes de morir aseguró enojado que me había transformado en lo que yo quería: nada, eres nada. Al contrario del compañero de la noche de farra, aun no he encontrado la manera exacta de homenajear su imagen ni su persona.

Existe una profunda aunque esquiva complicidad entre padres e hijos a la hora de iniciar el derrotero que denominamos vida. Un amigo me comentó que cierta vez su padre lo llevó a un parque nacional, le puso una mochila al hombro y le indicó: "hijo, ahora anda solo, esto es lo único que puedo darte, una mochila y un brújula". Tiempo después ese mismo hombre apareció y desapareció consecutivamente en distintas partes del mundo en el papel de un aventurero mientras el chico construía su propia historia. De él le quedo precisamente eso: la brújula, la mochila.

También leí una entrevista en la que Alejandro Jodorovsky contaba que siendo un niño su progenitor lo obligó a pasar por una tormentosa prueba de amor. Si me amas, cuenta el escritor y cineasta que le requirió este, te tienes que sacar una muela sin anestesia. Jodorovsky fue al dentista y lo hizo, y que cuando la sesión había terminado el padre le retrucó, listo, ahora sácate la otra.

Un consejero y amigo, me ha dicho que algunas de las peores y más bellas cosas ocurren en el seno de una familia. ¿De eso se trata el amor? ¿De la eterna disputa entre la compasión y la furia? ¿De la búsqueda infinita de lugares que no existen o existen como sueños?

Me pregunto si realmente viendo a los hijos se puede observar un reflejo de los padres. Porque tengo la sensación de que como hijo uno siempre sobrelleva una misión. Una meta que puede conservar colores muy distintos.

Supongo que hay misiones y misiones, y la regla siempre está allí. Cabe en cada cual interpretarla, darle curso o negarla. Transgredirse es una forma de reconocer la ley del que te ha concebido.

Cuando mi madre y su hermana eran unas adolescentes, su padre, un ovejero de la Patagonia, analfabeto y aguerrido, por no decir maravillosamente salvaje, las mandó a continuar sus estudios a un internado. Mi madre aun recuerda que los otros ovejeros le gritaban a Antonio: seguro que te van a traer un regalito de vuelta. Y el regalito no iba a ser un título sino un embarazo.

A pesar de las apuestas en contra, Ita y Nona se marcharon y vivieron lejos de su familia por varios años. En Santiago, la capital, se transformaron en docentes. Mi madre se especializó en niños con problemas de aprendizaje y está a pocos meses de jubilarse. Ha sido elegida la mejor maestra de su escuela, la E-5, en incontables ocasiones. Y su hermana, más joven, ha desarrollado una destacada labor como docente y como profesora de teatro, en la escuela Salesiana Monseñor Fagnano, de Puerto Natales, sur de Chile, pegadito a Río Turbio, Argentina. Por estos días estudia para obtener un Master en Educación.

Ambas se han dedicado a enseñar lo que su padre nunca tuvo ocasión de aprender: la lectura. Al menos en su caso, no encuentro una manera más dulce de revindicar la memoria de quien se ama.

 

CLAUDIO ANDRADE

viejolector@yahoo.com

 
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sus comentarios

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nos dejo su opinion

12/07/2007, 17:31:07
ana yalour
Le escribiste una vez: "No vi cerrarse tus ojos por última vez. Ni supe cuánto me querías. Quizás, como siempre, llevabas un pañuelo al cuello. Imaginé tu cuerpo, atravesado por los girasoles de Van Gogh. Con Coldplay Con Coldplay Pensé en ti en día en que pagué mis promeros vicios. Obtuve mi primer beso. Inicié mi fuga hacia el futuro. No estabas ahí. Pero pensé en ti. Entre gentes que no conozco. Siempre. Siempre. Siempre vos. Aunque ya me acostumbré a vivir solo. A respirar el vacío, el viento y el vacío. Y no digas que no es fácil. Hasta donde yo sé todos tienen a alguien. Yo regalo besos. Susurro versos sin rima. No sé donde estás. No sé quien seas. No sé. Girasoles sobre tus párpados. Girasoles cubriéndote por completo. Girasoles cubriendo tu frágil desnudez. Subí el wolkman y me fui. Me fui. Me fui. No es poco. Bello homenaje.
12/07/2007, 14:47:48
elida liendo
Claudio: sigo admirando tus notas, conmueve la calidad humana que llega en cada una de ellas, exelente
 
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