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Martes 10 de Julio de 2007
 
Edicion impresa pag. 45 > Cultura y Espectaculos
PALIMPSESTO: BIdiomáticas

¿Qué es una metrópoli? Hay un sinnúmero de definiciones y características, rescato una: es un lugar hegemónico; es decir, un sitio desde el cual se elaboran discursos, se construyen imaginarios que luego van a ser tomados como referencia e imitados por quienes están en la periferia de ese centro de irradiación que juzgan como prestigioso.

Para ser más concreto, durante el siglo XIX y parte del XX para los argentinos esa metrópoli fue París. Basta ver la arquitectura de muchas ciudades locales que tienen determinados sectores edilicios a imagen y semejanza de la Ciudad Luz; también si repasamos el vocabulario de nuestra lengua notaremos una gran cantidad de términos franceses como chofer, garaje, restaurante, etc.

No es mi propósito seguir el largo periplo de nuestra dependencia (palabra hoy olvidada por el campo político) metropolitana. Sino hacer un paralelo, ya que así como nos seducen determinados vínculos con las metrópolis europeas o estadounidenses y adoptamos usos, costumbres, palabras, así también sucede con Buenos Aires, nuestra metrópolis local.

Me detendré únicamente en el plano de la lengua. Allí hay un fenómeno muy particular y tiene que ver con los medios de comunicación. A nadie escapa que los medios influyen de manera sustancial en la gente, estos medios provienen en la mayoría de los casos de Capital Federal, salvo cierta resistencia de diarios y radios provinciales, no así de la televisión.

De allí que la totalidad de la geografía argentina adoptó muy rápidamente el adjetivo trucho/a como sinónimo de falso, de fraudulento cuando esta palabra al igual que forro/a se popularizaron en un programa televisivo. Los medios de comunicación actúan como verdaderos modelos lingüísticos y es necesario tomar conciencia de la importancia que se le debe dar a la formación lingüística de quien escribe, habla o participa en un medio.

Sabemos que no siempre esto es así y no se miden las consecuencias de esta actitud desaprensiva con el idioma que influirá en millones de personas. Y el peligro viene cuando después otros medios no metropolitanos repiten las arbitrariedades e irregularidades de aquellos a los que consideran prestigiosos.

Hay un diario deportivo que se especializa en jugar con las palabras, y eso está bien, pero cuando el juego se hace norma, la lengua lo sufre. Un ejemplo: el adjetivo intratable que significa: insociable, no tratable ni manejable. Resulta que por una cuestión metafórica se le adjudicó el mote de intratable a un equipo o una persona que fue invencible, que tuvo una labor casi perfecta en su juego.

Pero ahora en diarios, revistas, radios y televisión cuando un equipo o alguien manifiesta una gran superioridad ya es tildado de intratable, palabra que no tiene nada que ver con el concepto que se quiere expresar y que provoca al menos desconcierto.

Hace poco en San Millán de la Cogolla, la cuna de nuestro idioma, se reunieron periodistas de España, México, Estados Unidos y Argentina. ¿Qué se debatió? Nada más ni nada menos que la importancia de los informadores como responsables del uso adecuado del español.

Es decir, ni más ni menos que llamar a las cosas por su nombre.

 

NESTOR TKACZEK

ntkaczek@hotmail.com

 
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