Este concepto fue acuñado por el sociólogo norteamericano Wright Mills en su conocido ensayo "La elite del poder", escrito en 1956. En su análisis afirmaba que la sociedad norteamericana estaba dominada por unas minorías que ocupaban posiciones clave en tres ámbitos: económico, militar y político. Las consecuencias, para Mills, de esa excesiva concentración del poder suponía una amenaza para la sociedad democrática, puesto que el individuo libre y responsable era sustituido por masas apáticas y públicos indiferentes.

Aquellas agudas descripciones de la sociedad norteamericana adquieren nueva actualidad con el reciente ensayo "El nuevo militarismo americano" del profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Boston, Andrew J. Bacevich. Coronel retirado, combatiente en Vietnam y columnista de "The Washington Post", es uno de los más reputados analistas de la política estadounidense. En su libro describe las tendencias que subyacen en la actual sociedad norteamericana y la influencia que tiene un conjunto de visiones religiosas e ideológicas que propician un acrecentado militarismo.

El profesor Bacevich acaba de perder un hijo de 27 años en la guerra de Irak, víctima de un ataque suicida a principios de mayo pasado. Conmocionado por la pérdida, ha escrito un vigoroso alegato contra una guerra "imposible de ganar" y en la que "los Estados Unidos debieran finiquitar su presencia para dejar en manos de los iraquíes la responsabilidad de decidir su destino".

Bacevich denuncia, siguiendo la estela de Wright Mills, el poder del dinero. "En lo relativo a Irak, el dinero garantiza que las preocupaciones de las grandes corporaciones, los peces gordos del petróleo, los belicosos evangélicos y sus aliados de Oriente Próximo, serán escuchados". El dinero condiciona el proceso de designación de los presidentes y mantiene el duopolio establecido entre demócratas y republicanos. Confina el debate sobre política estadounidense a unos canales bien establecidos y convierte a la libertad de expresión en una simple metáfora para simbolizar el disenso.

Esa nueva elite del poder, integrada por los mega-ricos, es decir, los poseedores de una fortuna superior a los 1.000 millones de dólares, ha sido aludida también por el periodista del diario "The Wall Street Journal" Robert Frank. En un libro en el que describe las características de esa nueva casta, que constituye un país dentro de otro, le ha dado nombre: Richistán, el país de los ricos.

Nadie puede negar el enorme poder que acumulan personas inmensamente ricas. El dueño de Oracle, Lawrence Ellison, por citar un caso, posee unos 16.000 millones de dólares. Bill Gates, el fundador de Microsoft y su esposa atesoran más de 40.000 millones de dólares. Esas enormes fortunas tienen una inmensa capacidad de influencia en la política norteamericana, caracterizada por los desorbitados costos de las campañas electorales. Pero una cosa es asignar influencia y poder a los ricos y otra mucho más grave es atribuirles la responsabilidad en el sesgo militarista de la política internacional norteamericana.

Una sociedad que gasta anualmente más de 500.000 millones de dólares en su industria militar (46% del total mundial) tiene que ser, por simple inercia, una sociedad belicista. Lo explica la significativa metáfora de Robert Kagan: "Cuando se tiene un poderoso martillo, todos los problemas empiezan a parecer clavos". Como reflexiona Bacevich, los norteamericanos parecen excesivamente "seducidos por la guerra".

Que desde el riñón de la sociedad norteamericana surjan voces que denuncien el belicismo promovido por el poder excesivo del dinero, es un signo alentador. El primer paso para resolver un problema es reconocerlo. Y está comprobado que en numerosas ocasiones el dinero, como el colesterol malo, obtura las delicadas arterias de la democracia.

ALEARDO F. LARIA (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Abogado y periodista. Madrid.