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Lunes 09 de Julio de 2007
 
Edicion impresa pag. 28 > Cultura y Espectaculos
EN CLAVE DE Y: Lago asustado

A su habitual cuota de muertes, violaciones, secuestros, internas políticas, chimentos sobre "Gran Hermano" o los "Bailando" o "Cantando", el periodismo tuvo por unos días una noticia distinta, por de más cumplidora de los requisitos de cualquier medio, amarillo, azul y rojo, naranja o cualquier otra orientación: ¡había desaparecido un lago!

Usted lo recordará, seguramente, y quizás ahora aún siga con interés las explicaciones de por qué un lago pequeño, formado al pie de un glaciar en el sur de Chile, desapareció, así nomás, de un control satelital para otro y, de la misma forma, está volviendo.

Científicos de todo el mundo se acercaron al lecho vacío, munidos de toda la parafernalia tecnológica propia de estos casos, además de mucho abrigo, puesto que fueron a una zona de hielos permanentes. Lo que averiguaron, según lo que sabemos, es que... ya no hay hielos permanentes, puesto que el lago anónimo, al que llamaré Asustado, se formó por descongelamiento del glaciar que lo acogió generoso, dado que era parte de sí mismo. Además, su hipótesis es plausible: visualizaron una grieta profunda por donde se escurrió el agua, y por la misma grieta, Asustado está volviendo. Y alertaron ¡una vez más! que estamos frente a las consecuencias del calentamiento global. Así que no fueron los extraterrestres. No hubo abducción. ¡Qué pena! Nada más que la habitual depredación humana, mucho, mucho más dañina que cualquier bicho de ciencia ficción.

En nuestro imaginario, lagos y montañas, bosques y campos son como un escenario: están "ahí", y nosotros y otros seres vivos nos movemos en ellos. A pesar de todo lo aprendido de los hábitats y ciclos ecológicos, esto funciona así. En realidad, sus pulsiones pueden ser más, mucho más lentas, pero la Tierra, en sus componentes, está en perpetuo movimiento. Surgen y se derrumban desde hace millones de años, bien que con una cadencia, una elegancia equilibrada que el salvajismo humano jamás comprendió ni muchos menos imitó. De modo que debido al hombre, al propio ciclo de la naturaleza, o a la combinación de ambas, ya sabemos qué pasó, y por lo tanto, como noticia, fue.

Ahora bien, usted merece saber la verdad. La verdad es que este pequeño lago, tan pequeño que ni nombre tiene, a poco de nacido se aterró. Empezaron a llover sobre él partículas punzantes, ácidas, dañinas, y sus delicados huéspedes emigraron hacia otros lares, cuando no perecieron. Como todas las aguas del mundo se intercomunican, se perciben y subsumen; intercambian, diríamos, información, nuestro lago detectó putrefactos olores, vetas líquidas de miasmas de origen desconocido -para él, inocente lago bebé- que ya ocasionaban la muerte de otros pares.

Horrorizado, se escondió en lo más profundo, se fue por la primera grieta que encontró hacia la protectora matriz que reverberaba, temblaba y se sacudía por debajo. Y holló cavernas desconocidas y se fundió con otras aguas, cada vez más profundo, cada vez más oscuro, cada vez más... caliente. La densa negrura, tan distinta a sus cielos azules, el reverberar amenazador de un fuego hiriente de tan cálido y tan rojo, lo asustó más que los motivos por los cuales huyó del arriba.

Así que retrocedió, perdiendo en el camino subterráneo parte misma de su ser, absorbiendo otras aguas distintas y se asomó, tímidamente, al cuenco que había dejado. De a poco está volviendo, dispuesto -o resignado- a aceptar el mundo de la superficie. Se encontró con humanos, objetos científicos, y lo mejor de todo, ¡cámaras de televisión! No pudo evitarlo: casi sin darse cuenta, rizó su pelaje líquido, disimuló residuos arrastrados en su peregrinar oscuro... sonrió.

Asustado tenía sus quince minutos de fama.

 

MARIA EMILIA SALTO

bebasalto@hotmail.com

 
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