Estamos acostumbrados a que los aparatos importantes funcionen casi siempre: automóvil, heladera, lavarropas, televisor, radio, velador... Cuando alguno no lo hace, salvo el ocasional y normal reemplazo de unas pilas o una lamparita quemada, no sabemos qué hacer. Creemos que el arreglo de un artefacto, aun uno tan simple como un velador, es un secreto reservado a unos pocos iniciados. En realidad, es una técnica que cualquiera puede aprender y llevar a buen término si cuenta con la información, los útiles y el tesón indispensables. Arreglar un aparato no requiere saberes científicos. Yo soy doctor en Física, especializado en física del sólido, la que incluye entre sus saberes los principios de funcionamiento de dispositivos electrónicos como el transistor. Sin embargo, me siento incapaz de arreglar una radio que no funciona, porque los saberes requeridos para eso son muy distintos de los míos.
-¿Cómo? dirán algunos ¿Desde cuándo hay distintos tipos de saberes?, el saber es sólo uno. No es así y la incapacidad de diferenciarlos resulta, a mi juicio, una de las principales causas de la creciente obsolescencia del sistema educativo. Veamos. Sólo los especialistas pueden discutir en abstracto temas tan complejos como el de la diferencia entre saberes científicos y saberes tecnológicos. Los dos no elaboran sus ideas en el aire, generalizan a partir de la multiplicación de ejemplos concretos, como la resolución del siguiente problema práctico: pulso el interruptor y mi velador no enciende. ¿Cómo lo arreglo?
Lo primero que hago es verificar si la lamparita no está quemada. Saco la pantalla para ver si el filamento se encuentra intacto (si no, no puede circular la corriente eléctrica). La cosa empieza a complicarse porque tiene una lámpara de bajo consumo (sin filamento, fluorescente), de modo que la cambio por otra nueva. Nada. Como sé que a la señora que hace la limpieza le encanta conectar la aspiradora en el toma de mi velador, verifico si se acordó de volver a enchufarlo (conexión a la red de energía eléctrica). Estaba enchufado, así que miro si hay electricidad, prendo otro velador: sí, da luz. La cosa se está poniendo grave. Una lamparita tiene dos contactos (electrodos), por uno entra y por el otro sale la electricidad (¿cuál es cuál?), así que saco la lamparita y reviso el portalámparas a ver si no se metió un bichito o basurita o alguno está negrito. Todo limpio, empiezo a sentir pánico. Una vez leí un fragmento de "Cien años de soledad", de García Márquez, donde aseguraba que "las cosas tienen alma". ¿El velador, estará enojado conmigo? (¿cómo verifico si es cierto?) Antes de empezar a hacerle ofrendas para desagraviarlo, me estrujo los sesos a ver si se me ocurre otra cosa. Me acuerdo que una vez que la licuadora no andaba era porque tenía un cablecito suelto en la patita del enchufe. Abro el enchufe y todos los cablecitos parecen estar en su lugar, cada uno bien acomodado en su zapatito y los de un lado no tocan a los del otro en perfecto estado de segregación eléctrica (conducción sin cortocircuito). ¿Cómo hago para saber si se cortó un cable? (continuidad eléctrica). Mejor no lo desarmo porque se me van a perder piezas y no me voy a acordar dónde va cada una; la única vez que desarmé un reloj de cuerda me tuve que comprar otro nuevo. Mejor traigo otra lámpara y mañana le llevo el velador al electricista para que me lo arregle.
Aunque los intentos de solución parecen hechos al azar, sin método, no es así. La primera técnica de identificación de desperfectos es empezar por la causa más frecuente, aquí una lamparita quemada. Claro está que esto depende de las circunstancias: si vives en Bariloche, lo primero que debes hacer es ver si hay electricidad (carácter errático que, dicho sea de paso, resulta muy eficaz para ahuyentar a turistas de alto poder adquisitivo). Se sigue luego, en orden de probabilidad decreciente, hasta agotar todas las causas conocidas o, como antes, hasta que se llega al punto donde termina nuestra capacidad de reparación, al límite de nuestra destreza. El desarme y armado de artefactos complejos requieren excelente memoria o medios de ayudarla, como guardar las partes en grupos, hacer dibujos o tomar fotografías (la digital es invaluable, por lo rápido y barato de cada imagen). Sin embargo, no resulta necesario desarmar el velador para verificar si los cables están intactos, basta usarlos de intermediarios entre una pila y una lamparita de 1,5 volts y verificar si la última enciende (circuito eléctrico cerrado). Este sencillo instrumento, un probador de continuidad, puede ser construido por un chico de 7 años. Notemos que, a pesar de que es un aparato eléctrico, para arreglar el velador (tarea muy diferente de la de diseñarlo o fabricarlo) no necesitamos conocer las grandes leyes de la electricidad. Ni siquiera necesitamos la fórmula de la Ley de Ohm (afortunadamente, ya que nadie se acuerda de qué es eso y representa un misterio insondable saber para qué sirve). Todos los comentarios del párrafo anterior encerrados entre paréntesis corresponden a típicos saberes científicos: propiedades de materiales, leyes que rigen el fenómeno, terminología, principios de funcionamiento, criterios de verdad.
Uno de los problemas centrales de las ciencias es la difícil convalidación de sus saberes, siempre provisorios, mientras que para los saberes tecnológicos basta el éxito final (usualmente también provisorio, pero aquí por razones meramente comerciales). No se necesitan saberes científicos para resolver el problema práctico de arreglar un velador aunque sí, y muchos, para diseñarlo lo que ilustra su enorme diferencia con los saberes tecnológicos de resolución de problemas prácticos. Aunque, seguramente, todo esto ya lo sabías de la escuela. ¿O no?
CARLOS E. SOLIVEREZ (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Doctor en Física y diplomado en Ciencias Sociales. csoliverez@gmail.com