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Viernes 15 de Junio de 2007
 
Edicion impresa pag. 20 y 21 >
Un volcán enerupción

Puede entenderse la frustración que sienten los norteamericanos cuando piensan en lo que está sucediendo en Irak. Antes de la invasión que puso fin a la dictadura sanguinaria de Saddam Hussein, creían que los iraquíes, debidamente agradecidos, abrazarían la democracia con fervor y que, gracias a su ejemplo, otros países del Medio Oriente optarían por el mismo camino. Ya es penosamente evidente que se equivocaron. No previeron que la táctica favorita de sus enemigos consistiría en asesinar brutalmente a centenares de sus propios compatriotas o correligionarios con el propósito de asquear tanto a los televidentes de Estados Unidos que terminaran exigiendo la retirada de sus tropas de un lugar tan inenarrablemente atroz. Tampoco reconocieron los norteamericanos que, para derrotar a la minoría sustancial que no quiere que su país sea una democracia liberal en la que árabes, kurdos, sunnitas, chiítas, cristianos, judíos, agnósticos y ateos disfruten de los mismos derechos y convivan en paz, hubieran tenido que afianzar su autoridad actuando con gran severidad desde el primer día, pero que no hubieran podido hacerlo porque en tal caso hubieran tenido que emplear métodos que ningún demócrata toleraría.

La contradicción así supuesta está en la raíz de la debacle anglonorteamericana en Irak. También hace impotentes a todos los países occidentales frente a lo que está sucediendo en una región cuyas vicisitudes no pueden serles ajenas. Las convulsiones que están agitando buena parte del mundo musulmán y que amenazan con culminar en un estallido generalizado inciden en seguida en el resto del planeta que, además de depender todavía del petróleo que se extrae del suelo de Arabia Saudita y los emiratos del golfo Pérsico, contiene comunidades musulmanas nutridas de las que muchos integrantes conservan sus viejas lealtades y consideran al país anfitrión como un enemigo más del islam y por lo tanto un blanco legítimo de atentados terroristas. En defensa propia, pues, los occidentales tendrán que hacer cuanto resulte necesario para pacificar el Medio Oriente, pero no es del todo seguro que les sea posible hacerlo sin traicionar los principios fundamentales de la civilización moderna que se basa en la confianza en la buena voluntad de todos salvo un puñado de delincuentes.

A diferencia de lo que ocurrió sesenta años atrás, cuando se emprendió la democratización de Alemania occidental y el Japón después de una ofensiva militar tan devastadora que no dejó duda alguna de que sería suicida oponerse a las potencias invasoras, en Irak la fase militar del operativo fue breve y en comparación con la Segunda Guerra Mundial poco cruenta. Y puesto que los ocupantes estaban más interesados en intentar congraciarse con los iraquíes que en hacerse temer, los decididos a resistirlos no tardaron en tratarlos con desdén como si fueran meros turistas molestos que no tardarían en irse y que por lo tanto podrían concentrarse en sus propias batallas sectarias, étnicas o tribales. Aunque los nacionalistas y los yihadistas festejarán la eventual retirada anglonorteamericana, siempre y cuando ésta sea completa, como un gran triunfo árabe y musulmán, apurarla no está entre sus prioridades. Si lo estuviera, dejarían de pelear por algunos meses con el propósito de brindarles un pretexto para regresar a casa cuanto antes.

Para muchos occidentales, la incapacidad manifiesta del ejército más poderoso del planeta de pacificar un país relativamente pequeño y pobre es motivo de celebración, pero tal vez deberían preocuparse por las probables consecuencias de la impotencia así demostrada porque la debilidad es decididamente más provocadora que la fortaleza. Si de resultas de su fracaso en Irak la superpotencia se abstiene de arriesgarse en el Medio Oriente y zonas aledañas en el futuro previsible, tendrá que resignarse a que Irán pronto adquiera un arsenal nuclear, que el régimen paquistaní actual sea reemplazado por uno más islamista que, desde luego, heredaría un arsenal nuclear mucho mayor que el iraní, que Irak sea escenario de una serie de guerras ci

viles genocidas en las que participarían sus vecinos, que el Líbano caiga en el caos más absoluto y que los árabes palestinos continúen matándose entre ellos y atacando a los israelíes. Por desgracia, a esta altura la alternativa al intervencionismo occidental, es decir estadounidense, en el mundo musulmán no parece ser el comienzo garantizado de una era de paz y convivencia fraternal sino el estallido de una multitud de conflictos horrendos que repercutirán con fuerza en todas las ciudades importantes de Europa.

Los dilemas, pues, no son tan sencillos como quisieran creer los persuadidos de que la violencia extrema que vemos en Irak y otras partes del Medio Oriente es la consecuencia lógica de la intrusión de los norteamericanos y que por lo tanto sería mejor que ellos aprendieran a respetar la independencia ajena, permitiendo que los diversos pueblos elijan su propia forma de gobierno aunque se trate de una dictadura tan feroz como las lideradas en su momento por personajes como Hitler, Stalin, Mao Tse-tung y Pol Pot. Dejar que la región se fría en su propia salsa podría considerarse una opción realista, aunque cruel porque equivaldría a abandonar a una suerte terrible a decenas de millones de personas que sueñan con lo que en los países bien gobernados se considera una vida normal, si fuera posible impedir que la violencia se exportara a otras latitudes, pero en verdad sería escapista debido a la presencia en casi todos los países, en especial los europeos, de grandes comunidades musulmanas. Ni los norteamericanos ni los europeos pueden darse el lujo de lavarse las manos del Medio Oriente. Mal que les pese, tienen que intervenir. El problema es saber lo que les será necesario hacer para que deje de plantear un peligro mortal no sólo a sus propios habitantes sino también a todos los demás.

En otras épocas, la solución hubiera sido casi exclusivamente militar, pero en la actualidad la mayoría de los líderes europeos y, últimamente, norteamericanos quieren convencerse de que una combinación de ayuda económica y habilidad negociadora resultará suficiente como para apaciguar a los nacionalistas árabes, yihadistas islámicos, sunnitas que creen en su propia supremacía y chiítas que sienten que por fin ha llegado su hora, que ya han convertido Irak en un aquelarre y que, tal y como están las cosas, están en vías de repetir aquella hazaña dudosa en muchos otros países del Medio Oriente. Sin embargo, décadas de ayuda económica, además de los ingresos enormes supuestos por el petróleo, no han tenido consecuencias pacificadoras. Antes bien, han contribuido a hacer aún más salvajes los conflictos. En cuanto a las negociaciones, no sirven para nada ya que los interlocutores elegidos raramente están en condiciones de disciplinar a sus presuntos seguidores aun cuando ellos mismos sean sinceros al aludir a su propio compromiso con la convivencia.

Es factible que a la larga el atractivo de la sociedad de consumo escéptica, hedonista e individualista resulte ser tan irresistible que los países del Medio Oriente terminen incorporándose plenamente al mundo globalizado como ya están haciendo China y la India, pero los occidentales no pueden darse el lujo de limitarse a esperar hasta que se repita entre los musulmanes el mismo proceso que sirvió para tranquilizar a los europeos tradicionalmente belicosos. Mal que les pese a quienes procuran convencerse de que en el fondo todos quieren la paz y que la guerra nunca soluciona nada, en el Medio Oriente las mismas pasiones que durante siglos motivaban a nuestros antecesores distan de haberse apagado, lo que hace pensar que en los años próximos los países avanzados no tendrán más opción que la de aceptar que, para ellos, las décadas que siguieron a la derrota del nazismo y el imperialismo japonés fueron decididamente atípicas y que por lo tanto les convendría prepararse para luchar en conflictos que podrían ser tan brutales como los protagonizados por sus abuelos.

 

JAMES NEILSON

 
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15/06/2007, 10:50:38
Gabriel Flores
Como siempre Mr. Neilson trata de convencernos que todo cuanto hacen nuestros papis norteamericanos es en bien de la democracia y el bienestar de la humanidad. Es muy interesante el análisis cuasi utópico que realiza pero se olvida por completo de mencionar que todas las intervenciones de EEUU en medio oriente han tenido un fin exclusivamente económico. Y para ello solo basta con revisar el laaaargo listado de empresas norteamericanas de todo tipo (especialmente del "tipo amigo de Bush) que se han instalado en Irak desde el... "fin de la guerra?". También se olvida de mencionar que la democracia mas antigua y perfecta del mundo moderno se jacta de no haber interrumpido nunca un proceso democrático pero, si uno revisa su historia, sería bueno preguntarse que fueron entonces los asesinatos de sus presidentes sino un golpe de Estado al mejor estilo latinoamericano. Si ese es el modelo de democracia que pretender exportar a medio oriente tenemos un problema.
15/06/2007, 19:28:10
duran marcos
es evidente que estan asesinando a sengre fria con bombas y armas para asegurarse del petroleo,del captal ajeno en nombre de la libertad y la democracia para todos,es tan absurda,es un analisis muy complejo pero que muy a simple vista se sabe de que se trata todo esto,ni siquiera caben articulos de opinion a favor de estos a no ser que se tenga algun interes economico,sea como sea,ustedes(los periodistas) no pueden seguirle la corriente a este sisitema porque sirven como encubridores de este modelo asesino ,sin exagerar,porque los protegen y los encubren,y lo saben.sabra Dios que sera de estas personas,no podran sentir nada ahora,pero tarde o temprano las pagan.
 
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