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Domingo 10 de Junio de 2007
 
Edicion impresa pag. 22 > Opinion
la batalla que viene

Jorge Sapag ganó, pero en los comicios del domingo pasado el MPN tuvo la peor performance electoral de su historia. El partido como tal apenas logró reunir el 36,10% de los votos, sólo cuatro puntos por arriba de su principal competidor la Concertación Neuquina y muy por debajo del promedio histórico alcanzado en las 10 elecciones a gobernador de las que participó desde su fundación. Además, a tenerse por los resultados provisorios previos al recuento definitivo de votos que tendrá lugar a partir de mañana, el candidato del partido provincial, a pesar de sumar los sufragios aportados por los tres partidos satélites del oficialismo (aproximadamente un 9%), alcanzó un resultado que estuvo apenas por encima del porcentaje más bajo alcanzado hasta ahora por cualquier postulante de ese partido. En efecto, en 1999 Sobisch obtuvo un modesto 44,2%, pero el MPN venía de bajarle los salarios a los empleados públicos, consecuencia del desbarajuste en las cuentas públicas heredado del primer gobierno de Sobisch y profundizado por el bajo precio del petróleo y la fuerte recesión que azotaba la economía del país.

El parecido con el '99 se verificará también en la Legislatura, donde a partir del 10 de diciembre el bloque del partido provincial se tendrá que contentar con 16 diputados, como entonces.

¿Qué ocurrió para que el imbatible MPN haya tenido una cosecha tan menguada?

La respuesta hay que buscarla en la larga fatiga acumulada en la sociedad por los casi ocho años de gestión Sobisch. Una gestión que llevó la confrontación a todos los niveles de la vida institucional al avanzar sobre los restantes poderes del Estado y pisotear la oposición y la prensa independiente. Una administración caracterizada por el dispendio y la discrecionalidad en el manejo de los recursos públicos y salpicada por múltiples sospechas de corrupción.

En el marco de la grave crisis social e institucional desencadenada por este estado de cosas puesta de manifiesto entre otros aspectos en los agudos conflictos de educación y salud el broche final lo puso el asesinato del maestro Carlos Fuentealba, producto de la represión policial ordenada por el gobernador.

Sapag advirtió a tiempo que se podía estrellar y tomó prudente distancia de Sobisch, sin enfrentarlo del todo para no enajenarse la porción de su partido que todavía responde al gobernador, pero evitando contaminarse con el descrédito en que ha caído su antiguo socio ante buena parte del electorado. El propio Sobisch, acaso consciente de que al hundir a su partido podía cavar su propia fosa, optó en el último tramo por mantenerse en un prudente segundo plano, bien distante de la abierta participación en la campaña que había prometido para mortificar a Sapag.

Este creciente divorcio quedó retratado en la ausencia de Sobisch, al fin y al cabo presidente del MPN, en el acto de cierre del candidato de su partido y en las ostensibles piruetas del gobernador electo para impedirle festejar la victoria electoral a su lado. Tanto como en las definiciones esbozadas por Sapag el día siguiente de las elecciones, en las que tomó mayor distancia aún de Sobisch y, por primera vez, prometió corregir el rumbo im

puesto por el actual mandatario en varios aspectos decisivos.

Sin duda alguna, Sobisch habría preferido no tener que dejarle jamás el gobierno a un Sapag. Pero jugó mal sus cartas de entrada al no atinar a poner en carrera un heredero potable y terminó apoyando a Salvatori. Cuando Sapag se alzó con la interna, diseñó una nueva estrategia para montarse sobre su victoria y catapultarse al estrellato nacional de la mano de su entonces socio, Mauricio Macri. Pero la muerte de Fuentealba y la ola nacional de indignación que levantó ese crimen incluido el repudio del propio líder de PRO terminaron por arrastrar su plan al fracaso.

La fuga de votos del MPN hacia las expresiones residuales del menemismo, devenidas en medio del más crudo oportunismo sobischistas, autoriza a pensar que fueron los partidarios más acérrimos del gobernador, acaso los más comprometidos con su desafortunada política, los que alentaron ese expediente con el propósito de diferenciarse y hacer valer su peso en el futuro.

Desde la perspectiva de las principales fuerzas opositoras la Concertación, Alternativa y Une, si algo queda claro ahora es que de haber alcanzado un acuerdo entre sí la batalla final se habría disputado voto a voto con el MPN. Basta sumar el 32,44% alcanzado por Quiroga con el 7,20% de Podestá y el 3,96% de Fuentes. Pero se sabe que no fue así y también se saben los motivos. A diferencia de lo ocurrido en Chos Malal, donde hubo un acuerdo programático y un candidato aceptado por todos los partidos, en la provincia eso no existió, fundamentalmente porque Quiroga no fue aceptado como el hombre que podía liderar esa gesta.

A pesar de su buena gestión al frente de la municipalidad, el líder del radicalismo neuquino se pegó tempranamente a Sobisch y respaldó buena parte de sus proyectos más polémicos, dejando a sus circunstanciales socios, de la Alianza primero y del pejota después, fuertemente desairados.

El punto de no retorno fue la conducta observada por el intendente en la Convención Constituyente, donde dejó de lado los acuerdos previos con las restantes fuerzas de la oposición para respaldar a Sobisch.

Así las cosas Quiroga, devenido candidato del kirchnerismo, no era quien podía encolumnar a la oposición. A pesar de estas circunstancias, el gobierno nacional, de la mano del secretario general de la presidencia, Oscar Parrilli, alentó esta opción y yuguló no pocos intentos de crear salidas alternativas. Por ello le cabe en buena medida la responsabilidad por la derrota.

El resultado de estos desencuentros está a la vista, el MPN ganó, aunque haya tenido, golpeado como está por los desaciertos de su líder, uno de los peores rendimientos de su historia.

El otro aspecto distintivo de lo ocurrido en estas elecciones es el surgimiento de dos fuerzas opositoras: Alternativa y Une, que no alcanzaron a constituirse en una opción de peso para el electorado pero que marcaron posiciones que alientan la expectativa de una oposición más consecuente. Esto es más palpable aún en el caso de la fuerza que lideró Podestá, que casi dobló la respaldada por la CTA, dejando entrever que en el electorado existe algún grado de reserva respeto de la proyección política del sindicalismo. Sin embargo, hay una crítica en común que cabe a unos y otros: fueron incapaces de unirse a pesar de que, a diferencia de lo que ocurre con Quiroga, no parecen separarlos cuestiones de principios.

Ensayando una autocrítica moderada, Quiroga acaba de reconocer en una entrevista que publica este diario que el cambio alentado por la sociedad no estuvo expresado por una sola fuerza sino por tres, dando a entender a las claras que si la Concertación se hubiera unido con Alternativa y Une, como ocurrió en Chos Malal, se habría podido enfrentar con éxito al MPN.

Aunque no puede asegurarse que la Concertación haya expresado cabalmente el cambio después de todo su candidato era fuertemente identificado con algunas políticas de Sobisch los dichos del intendente ponen sobre el tapete el principal interrogante de cara a la batalla que se avecina: la puja por la capital provincial. ¿Será la oposición capaz de unirse para evitar que en octubre próximo un partido hegemónico pero debilitado la recupere?

 

 
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