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Jueves 31 de Mayo de 2007
 
Edicion impresa pag. 20 y 21 >
Cómo comprar mejor

Desde el punto de vista de demasiados empresarios, técnicos y comerciantes, un buen cliente es aquel a quien se puede: cobrarle en exceso, venderle un producto o servicio aunque no lo necesite o no se adapte bien a sus requerimientos, no cumplirle la garantía, hacerle creer que si algo no funciona es porque no sabe usarlo bien o porque lo dañó de modo irreparable por negligencia. En contraposición a este corrupto punto de vista, un buen usuario es aquel capaz de defenderse de los comerciantes, técnicos y empresarios inescrupulosos. Dudo que haya una sola persona en el planeta que no haya sido alguna vez beneficiario o víctima de algún producto tecnológico. Sin embargo, estimo que bastante más del 90% de las personas (no hay relevamientos estadísticos sobre el tema) sólo se relaciona con ellos para tratar de satisfacer algún deseo o de resolver algún problema práctico. Es decir, la gran mayoría de las personas es sólo usuaria de tecnologías.

Los usuarios generalmente no entienden el funcionamiento de los productos tecnológicos complejos y se guían por recomendaciones de amigos supuestamente "sabios" en el campo (decime, ¿qué me conviene comprar?) o de vendedores usualmente no capacitados que le recomendarán como primera opción no la mejor sino la más cara. Los evalúan por su precio nominal (¿puedo pagarlo?), no por la relación entre el precio y la prestación (tema que profundizaremos enseguida). Los valorizan por su aspecto (¿es lindo?) o por razones de estatus social (¿provocaré envidia?), lo que ilustra que los artefactos y servicios tecnológicos están popularmente definidos no tanto por sus características técnicas (función y principio de funcionamiento) como por la función simbólica que las personas correcta o erróneamente les atribuyen. Es por eso que el fenómeno tecnológico es irremediablemente social.

Son escasas las personas que pueden identificar todas las características técnicas que debe tener un producto tecnológico (sea un artefacto o un servicio) para satisfacer adecuadamente sus necesidades particulares, la función más importante del producto. Esto incluye el buen juicio necesario para aceptar o rechazar ciertas actividades tecnológicas por evaluación de sus costos y beneficios para las personas y el medio ambiente locales. Son muchas menos las capaces de inventar soluciones a problemas poco comunes y contadas las que pueden llegar a ponerlas en práctica. Sin embargo, todos pueden y deberían aspirar a ser buenos usuarios críticos de las tecnologías. Por todo esto, uno de los principales objetivos de la (a mi juicio) fracasada Educación Tecnológica debiera ser formar usuarios capaces de elegir, comprar y usar bien productos tecnológicos. Para eso no hay que ser ingeniero, a pesar de que hay pocas reglas generales válidas en todos los campos de aplicación. Saber comprar un buen reproductor de MP3 (destreza que probablemente tenga la gran mayoría de los "melomaníacos" jóvenes argentinos) no garantiza la capacidad de hacerlo con un sistema de calentamiento de agua (¿calefón o termotanque?, ¿caudal mínimo?, ¿potencia de calentamiento?...). Aunque casi todos podrían, muy pocos saben hacer las cuentas necesarias para saber en qué lugar de la casa es económicamente más conveniente poner una lamparita incandescente o un tubo fluorescente y de qué tipo. Dada igual "calidad" (concepto generalmente mal definido, pero que se puede aprender), la destreza más simple que una persona debería tener es determinar cuál de dos productos es el más barato. Esto parece obvio, una perogrullada, pero bastan dos ejemplos para mostrar que no es así.

Primer ejemplo. En un supermercado hay dos latitas diferentes de filete de atún al natural de primera marca (carne rica en omega 3, producto cuya función tecnológica debería comprender bien cualquier egresado secundario). La primera cuesta $ 4,75 y la segunda, $ 8,20. ¿Cuál es más barata?... Con los datos dados no se sabe, depende de la cantidad (masa o peso) de atún de cada una, ya que se pueden comparar sólo los precios si ambas tienen igual contenido. Resulta que la primera lata contiene 120 gramos (0,12 kg) de atún escurrido (el contenido neto, que excluye la lata pero incluye el agua, es de 170 gramos), mientras que la segunda tiene 200 gramos (contenido neto 300 gramos, contenido útil 0,20 kg). Lo que hay que comparar es el precio unitario, el cociente entre el precio y la masa (o peso) del contenido útil, que es aquí una fracción del contenido neto. Resulta entonces que el precio unitario de la primera es $ 4,75/0,12 kg = 39,58 $/kg, mientras que el de la segunda es de $ 8,20/0,20 kg = 41 $/kg, un 4% más cara que la primera. Si hubiéramos mirado sólo el precio de referencia (el resultado de dividir el precio por el contenido neto) el de la primera lata era 27,94 $/kg, mientras que el de la segunda era 27,33 $/kg, un poco más barata, mostrando que el precio de referencia no siempre es el mejor criterio de baratura. La ley sólo establece la obligatoria exhibición de los precios de referencia, no de los precios unitarios del producto útil. Cuando se indica el precio de referencia, frecuentemente está escrito en letra tan chiquita (como algunas cláusulas contractuales) que sólo pueden leerlos los que poseen gran agudeza visual. Para poder elegir el producto más barato es en general necesario usar una calculadora, tarea que pocos usuarios saben o están dispuestos a hacer.

El criterio de baratura basado en el precio unitario incluye, además de los alimentos, muchos otros productos cuya cantidad no se mide en unidades de masa o volumen, lo que nos lleva al segundo ejemplo. Una pila AA de carbón-zinc (no alcalina) de buena marca, como las que se consiguen en la mayoría de los supermercados y quioscos, cuesta $ 1. Algunas jugueterías y negocios tipo "Todo por $ 2" venden pilas AA de carbón-zinc por $ 0,50. ¿Cuál es más barata?... Dejemos de lado (aunque es muy importante) el hecho de que no tienen la misma calidad. Por ejemplo, la de menor precio nominal no se puede dejar mucho tiempo en el juguete o aparato porque "revienta", derrama su contenido y corroe los contactos del portapilas. Además de esto, su precio nominal es menor porque tiene mucho menos contenido útil que la otra: carga eléctrica. La carga eléctrica total que puede generar una pila se mide en mA/h (miliamperios por hora), pero sólo se da en la etiqueta de las pilas recargables, cuando debería ser obligatorio para todas. Si esto es demasiado abstruso, se lo puede verificar con un experimento sencillo. Una pila de $ 0,50 puede, aproximadamente, mantener encendido un foquito de filamento incandescente una media hora. Una pila de buena marca de $ 1 puede, en cambio, hacerlo durante una hora y media. El costo de la hora de luz (o de funcionamiento de cualquier aparato eléctrico de igual consumo) es de $ 1 para la pila "barata" y de $ 0,67 para la de buena marca. ¿Cuántos lectores de este artículo han hecho esta verificación antes de comprar una pila?

Saber hacer las elecciones tecnológicas apropiadas para resolver mejor sus problemas y sus necesidades básicas es una habilidad crítica para los miembros de una sociedad tecnológica. Cualquier persona puede elegir bien si dispone de información suficiente y es capaz de procesarla. Los gobiernos pueden obligar a los fabricantes y comerciantes a proporcionar los datos relevantes de sus productos, pero esto no es suficiente. Cuando las personas no tienen las destrezas necesarias para defender por sí mismas sus intereses, incluyendo las de hacer que los gobiernos les informen y capaciten bien, el resultado inevitable es el aumento de la desigualdad y la disminución de la calidad de vida. Cuando las personas no pueden hacer por sí mismas buenas elecciones racionales, son dependientes de intermediarios que, como regla general, velarán por sus propios intereses. Las claramente evidentes consecuencias políticas de una dependencia generalizada son el clientelismo y la corrupción.

 

CARLOS SOLIVEREZ (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Doctor en Física y Diplomado en Ciencias Sociales

 
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